La jerarquía eclesiástica a veces parece un laberinto, pues las dignidades y funciones establecidas a lo largo de la historia son numerosas. Sin embargo, hay dos figuras que, aunque a veces se confunden en el imaginario colectivo, son particularmente importantes y merecen ser diferenciadas: las del obispo y el cardenal
En
la Iglesia, el obispo es un sucesor de los apóstoles que se coloca a la
cabeza de una circunscripción territorial denominada diócesis para
garantizar su supervisión. Los obispos, encargados de la dirección
pastoral de la Iglesia católica en el conjunto de estos territorios,
son, pues, el esqueleto de la Iglesia en su función apostólica. El
episcopado es un cargo al servicio de la Iglesia asignado a una
localidad particular y obtenido tras la consagración episcopal, durante
la cual el sacerdote ordenado obispo recibe la plenitud del sacramento
del orden.
Sin embargo, de los más de 5.000 obispos católicos no todos son “formados” cardenales. En efecto, el
título de cardenal, aunque en principio —salvo dispensa concedida por
el papa— está reservado a los obispos, designa una función muy diferente
de la del episcopado.
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Reunidos en el Colegio Cardenalicio, antes llamado Sacro Colegio,
tienen por función asistir al papa en el gobierno de la Iglesia
universal, aunque también, para los cardenales menores de 80 años,
participar de su elección en caso de vacante. Así pues, el Colegio se
reúne durante los cónclaves para proceder a esta elección, o durante los
consistorios para aconsejar al soberano pontífice sobre alguna de sus
decisiones.
Por tanto, los cardenales son las figuras jerárquicas más importantes de la Iglesia católica y su número es actualmente de 228.
Pero “la elevación a la púrpura cardenalicia”, como a veces se le
conoce al nombramiento de un cardenal por parte del papa, no es un
sacramento distinto de la consagración episcopal.
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Aunque todos los cardenales son, en principio, obispos, no todos los obispos son cardenales y las dos funciones se distinguen por varios atributos. El
color de los cardenales es el rojo, mientras que el de los obispos el
violeta, y es costumbre llamar a los primeros “Eminencia” y a los
segundos frecuentemente “Monseñor” y a veces “Excelencia”.
La función del cardenal está íntimamente ligada al
funcionamiento de la Iglesia romana y al entorno del papa, mientras que
la del obispo está orientada hacia la vida pastoral de una diócesis
particular de entre las repartidas por el mundo. Los miembros
de la Curia romana, titulares de los dicasterios que constituyen una
especie de gobierno en torno al soberano pontífice, son elegidos de
entre los cardenales.
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