Señales
Acabábamos de cenar. Los padres de Dani cabeceaban con el sueño frente al televisor. Entonces sonó el teléfono. Tres veces. Y paró. Por inercia, el invitado se levantó para contestar. Dani le hizo una señal de “espera”. El teléfono volvió a sonar otras tres veces y paró. “Es mi hermana. Acaba de llegar. Ya podemos irnos a dormir”.
El pasaje de Is 7, 10-14 con lo de “pide una señal”, me recuerda la inquietud de mucha gente de nuestro tiempo. Necesitan una serie de seguridades de que Dios existe y de que no vive para burlarse de nosotros, permitiendo los males del mundo, especialmente de los inocentes. Por eso me gusta la respuesta del Señor a David (2 Sam 7,5): “¿Eres tú el que me va a edificar una casa?”. No “flipes”, David, que Soy Yo…
Concebiremos. Como la llena de gracia. Si nos fiamos de las señales que Dios nos envía constantemente. Tendremos vida. Sabremos que nos quiere. Que seremos salvados. Que no nos abandonará nunca. Que estará siempre con nosotros. Como dijo un tipo: “si nos saltamos las señales, nos quitan el carnet y nos quedamos sin coche”.
Un gran amigo (él dice que su fe es pequeña, sin darse cuenta que edifica a sus visitantes con cada palabra) comentaba que las homilías, en general, le parecen huecas. Que no consigue saborear ninguna explicación de la Palabra de Dios. En cambio, la Consagración se mantiene en su corazón como el momento sagrado que le sustenta. Será por Quien nace ahí. Será que afinemos los predicadores para no contar discursos vacíos. Será que la fuerza de la Palabra reside en el amor de toda una vida. Será que, por fin, nos empeñemos en atender más a la Navidad que a las navidades.
Acabábamos de cenar. Los padres de Dani cabeceaban con el sueño frente al televisor. Entonces sonó el teléfono. Tres veces. Y paró. Por inercia, el invitado se levantó para contestar. Dani le hizo una señal de “espera”. El teléfono volvió a sonar otras tres veces y paró. “Es mi hermana. Acaba de llegar. Ya podemos irnos a dormir”.
El pasaje de Is 7, 10-14 con lo de “pide una señal”, me recuerda la inquietud de mucha gente de nuestro tiempo. Necesitan una serie de seguridades de que Dios existe y de que no vive para burlarse de nosotros, permitiendo los males del mundo, especialmente de los inocentes. Por eso me gusta la respuesta del Señor a David (2 Sam 7,5): “¿Eres tú el que me va a edificar una casa?”. No “flipes”, David, que Soy Yo…
Concebiremos. Como la llena de gracia. Si nos fiamos de las señales que Dios nos envía constantemente. Tendremos vida. Sabremos que nos quiere. Que seremos salvados. Que no nos abandonará nunca. Que estará siempre con nosotros. Como dijo un tipo: “si nos saltamos las señales, nos quitan el carnet y nos quedamos sin coche”.
Un gran amigo (él dice que su fe es pequeña, sin darse cuenta que edifica a sus visitantes con cada palabra) comentaba que las homilías, en general, le parecen huecas. Que no consigue saborear ninguna explicación de la Palabra de Dios. En cambio, la Consagración se mantiene en su corazón como el momento sagrado que le sustenta. Será por Quien nace ahí. Será que afinemos los predicadores para no contar discursos vacíos. Será que la fuerza de la Palabra reside en el amor de toda una vida. Será que, por fin, nos empeñemos en atender más a la Navidad que a las navidades.