
La falta de ternura es el drama hoy de tantas familias. Es el origen de tantas crisis matrimoniales
El amor de Dios hace posible que el amor entre los esposos sea más hondo.
Miro a José y a María. Miro su complicidad, su intimidad sagrada, sus
silencios, sus palabras. Imagino sus gestos y sus miradas.
Comenta el Papa Francisco en su exhortación Amoris Laetitia: El
amor de amistad unifica todos los aspectos de la vida matrimonial, y
ayuda a los miembros de la familia a seguir adelante en todas las
etapas. Por eso, los gestos que expresan ese amor deben ser
constantemente cultivados, sin mezquindad, llenos de palabras generosas.
Gestos de amor que unen. Un corazón capaz de perdonar y
reconciliarse. ¡Qué importante es aprender a pedir perdón y perdonar en
familia! ¡Qué necesario saber agradecer siempre por todo lo que tenemos y
recibimos! Estos gestos concretos de amor forman parte de la rutina
familiar.
A veces los móviles, la televisión, las redes sociales rompen la
posibilidad de cultivar un diálogo profundo y sencillo. Se convierten en
una barrera que impide el encuentro profundo entre los esposos y con
los hijos. Es necesario dejar de lado todo lo que sea un obstáculo para
el diálogo.
Una persona, mirando un día el típico Belén familiar en el que José y
María aparecen separados con el Niño en medio, escribió lo siguiente: Ven,
¿por qué nos dibujan lejos en el Belén? Ven, abrázame, eres mi refugio y
mi hogar, José. Ven, acércate, toma mi mano que sostiene a Dios. Ven,
toma al niño, vamos a llenarlo de ternura los dos. En el camino me
cuidaste, mirándome sin parar. Cada noche me dormía bajo tus ojos de
paz. Tu ternura me sostuvo cuando me sentí perdida. Quiero vivir siempre
a tu lado en mi vida.
Pensaba en el amor que se tienen José y María. Pensaba también en su
vida conyugal. A veces los hijos pueden alejar a los esposos. Desaparece
la ternura entre ellos volcada ahora en sus hijos.
El centro es el hijo, es verdad. Pero si se descuida el amor al
cónyuge todos pierden. Pierden los hijos que no tocan el amor que se
tienen sus padres. Pierden ellos mismos cuando se van separando
suavemente, sin tensiones, pero están cada vez más lejos en sus
corazones.
¡Qué necesario cuidar esa ternura de esposos! Si no digo nunca te quiero en mi vida familia. Si no lo expreso con gestos. Si no le digo te quiero a
mis padres, a mis hijos. Si no digo lo que siento. Con el tiempo, de
forma inexorable, la distancia entre corazón y corazón será cada vez más
grande. Es el drama hoy de tantas familias. Es el origen de tantas
crisis matrimoniales.
Hoy escucho: Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la
misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión.
Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra
otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de
todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada.
La renuncia por amor. El diálogo profundo como intercambio de
corazones. La capacidad de construir ambientes de paz donde crecer y
echar raíces hondas. Ese don de Dios que me permite perdonar las ofensas
y las heridas y volver a empezar.
Esa capacidad para admirarme de lo bueno que tiene aquel con el que
comparto mi vida. Esa habilidad para sacar lo mejor de la persona a la
que amo con cariño, con delicadeza, con respeto. Esa lucha constante por
expresar de forma sencilla mis afectos más profundos.
Para que una casa se convierta en hogar es necesario invertir mucho
tiempo. Hace falta calidad de tiempo y mucho amor. Un amor verdadero.
Mucha ilusión. Mucha alegría. Y que Dios esté presente en todo lo que
hacemos.
Carlos Padilla
Aleteia