Acaba el año y me lleno de nostalgia. El corazón mira a Dios agradecido
Me gusta mirar la actitud de los pastores en Belén: Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.
Muestran con sencillez su corazón agradecido. Han visto a Dios. Lo han
tocado. La señal era verdad. Han creído en un niño envuelto en pañales.
Esa señal bastaba para creer.
Me gustaría mirar siempre así la vida. Agradecer y adorar por todo lo
que recibo. Alabar y arrodillarme sobrecogido ante Dios, cuando me
siento indigno. Mirar como un niño la vida. Asombrado, conmovido. Sentir
que todo lo que tengo es un don inmenso, un regalo inmerecido. No tengo
derecho a nada.
Quisiera mirar así mi propia vida. Como María en Belén: María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Quiero mirar mi vida y dar gracias. Meditar todo lo que me sucede en mi corazón. Hay tantos regalos ocultos en el camino.
Muchas veces paso rápido por la vida. Paso con prisa por encima de
todas las cosas que me suceden. Veo a tantas personas. Digo tantas
cosas. Escucho tantas otras. Pero no me detengo en lo que me pasa. Salto
de una experiencia profunda a otra.
Y de repente me detengo en lo que me falta. En lo que me gustaría
poseer. En lo que no me ha ocurrido. Y dejo de agradecerle a Dios por lo
que me ha dado. Necesito ser más niño, más como los pastores en Belén,
más como María meditándolo todo en su corazón.
Por eso ahora, al acabar el año, me detengo a dar gracias. ¿Cuáles
han sido los momentos sagrados que quiero agradecer de forma especial?
Pienso en personas, en lugares, en encuentros. Pienso en lo cotidiano de
la vida donde Dios me ha hablado de manera concreta.
Observo las decisiones que he tomado. Las acertadas y las
equivocadas. Miro las novedades de este año que termina. Me atrevo a
mirar también las cruces, los dolores, las pérdidas, las enfermedades,
las ausencias, los fracasos, las derrotas. Me duele mucho. Pero miro
esos dolores que me impiden agradecer.
A veces pienso, ¿cómo puedo agradecer por aquello que me ha dolido
tanto? El corazón no puede. Se resiste. No perdono a Dios. No perdono a
los que me han herido. Me cuesta.
Sé que no puedo agradecer si Dios no lo hace en mí. Si no llega con
su fuego y me hace capaz de agradecer también por la cruz, por lo que no
deseaba que ocurriera y ocurrió. Por lo que me toca vivir ahora, aunque
no lo quiera. Para ser agradecido tengo que ser muy pobre. Porque el
que es pobre de espíritu, no exige y sólo puede agradecer. Y siente que
no tiene derecho a nada.
El otro día leía sobre S. Ignacio: Hay otra pobreza que uno
abraza. Tiene algo de libertad en cuanto te permite no vivir encadenado.
Mucho de búsqueda de lo esencial, en cuanto educa la mirada, la vida y
el corazón. Es la pobreza de quien, agradecido, no exige. Tiene que ver
con el seguimiento de Jesús, un Jesús que también fue pobre y se rodeó
de gente sencilla.
Cuando soy pobre agradezco con más facilidad. Sigo a Jesús pobre y
miro mi año con un corazón sencillo. Todo es gracia. Todo es don. No
tengo derecho a nada. Mirar así me libera de mis cadenas, de mis
exigencias, de mis críticas y condenas. Me hace más dócil y positivo
ante la vida. Me hace más alegre y agradecido.
Sé que lo que más me sana por dentro es ser positivo y ver lo bueno
de todo lo que me pasa. Cuando dejo de reclamar empiezo a agradecer. Cuando deja de molestarme que las cosas sean como son hoy, comienzo a dar gracias por ellas.
Carlos Padilla
Aleteia