Tras recibir el premio Nobel de la Paz en Oslo, el 10 de diciembre de
1970, la Madre Teresa lanzó un llamamiento: “Si escuchan decir que una
mujer no quiere quedarse a su hijo y desea abortar, traten de
convencerla de que me traiga a su hijo. Yo lo amaré y veré en él el
signo del amor de Dios”.
Es la historia de Emmanuel Leclercq, nacido en la India, acogido por
las Misioneras de la Caridad y adoptado por una familia francesa.
Actualmente es seminarista de la diócesis de Avignon. Se forma en el
Instituto Notre-Dame de Vie, en Venasque.
Emmanuel nació el 9 de septiembre de 1982 en el barrio Amravaki de
Bombay. Diez días después fue abandonado por su madre en un cubo de
basura frente a un orfanato de la congregación de las Misioneras de la
Caridad.
Quiso la Providencia que aquel mismo día, la propia Madre Teresa
fuera a visitar el centro y encontrara al niño, que inmediatamente fue
llevado a la que Emmanuel considera su primera casa de verdad.
“Se lo debo todo a Madre Teresa. Le debo a ella mi nacimiento, le
debo a ella, por completo, toda mi vida”, dice el seminarista. “Si no
fuera por ella, insiste, no estaría aquí para agradecer al Señor y
rezar”.
Después de un tiempo bajo los cuidados de las misioneras, Emmanuel
tuvo la gracia de ser adoptado. Sus nuevos padres eran un matrimonio
francés y sus nuevos cuatro hermanos eran un indio, un haitiano y dos
franceses. “Una comunidad de amor”, resume él.
Emmanuel volvió a la India hace algún tiempo para visitar la casa que
lo acogió tras ser abandonado. Trabajó con las Misioneras de la Caridad
y conoció a una monja, ya mayor, que fue testigo de su “nacimiento” en
esa casa. A través suyo, recuerda Emmanuel, pudo conocer mejor su propia
historia.
Hoy doctor y seminarista en la diócesis de Avignon, Emmanuel Leclercq hace de la fe el motivo central de su vida.
“En la palabra ‘abandonar’ está la palabra ‘donar'”, afirma. Y sigue
mostrando comprensión y misericordia hacia su madre biológica, que se
vio forzada por la miseria a abandonarlo frente al orfanato de las
misioneras.
“Mi madre me abandonó para donarme la vida, y me dio la vida de una
forma extraordinaria, porque fue Madre Teresa quien me volvió digno de
esa vida”, concluye Emmanuel, después de enfatizar nuevamente su
admiración y reverencia por otro santo que vivió en la misma época que
santa Teresa de Calcuta y que fue un gran amigo suyo: san Juan Pablo II.
ReligiónenLibertad