
Si me creyera de verdad que soy su elegido, tantas cosas cambiarían...
El día del Bautismo del Señor se manifiesta su poder, Jesús es hijo de Dios. Es la segunda epifanía: Llegó
Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán.
Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia
Él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: – Tú eres mi Hijo amado,
mi predilecto.
Se revela su pertenencia. Jesús es Dios. Es hombre pero viene de
Dios. Es amado por Dios. Ese amor predilecto se hace visible frente a
los hombres. Para que sepan quién es, quién viene a verlos. Se acaba el
temor para siempre porque Dios acampa entre nosotros.
Me ama. Me elige. Ya no temo. Él es el hijo predilecto de Dios.
Siento que yo también soy hijo de Dios en Jesús. Eso me salva, me sana.
Porque he nacido con una herida profunda de desamor. Quiero ser amado
por todos y siempre. Y necesito que me lo digan, que me lo demuestren.
Tal vez me olvido de ese Dios que me ha creado y pronuncia sobre mí
esa frase. Soy su predilecto. Si me creyera de verdad que soy su elegido
tantas cosas cambiarían. Dejaría seguro de mendigar amor. Creería más
en ese amor de Dios sobre el que se levanta mi vida. Cuando es así, ya
sólo me queda confiar y creer en ese Jesús que va conmigo.
Pero a veces, en medio de la noche de mi cruz, dudo y me pregunto: ¿Realmente,
Jesús, me quieres tanto a mí? ¿Soy tu predilecto? Veo que no me das lo
que te pido. No haces lo que me sana. No respetas la vida de los míos.
No allanas mi camino. Me quitas la esperanza. ¿Cómo voy a pensar que me
quieres de forma predilecta? Pienso todo lo contrario. No me amas de
forma especial.
Es normal que piense así, me digo, cuando las cosas no me resultan.
Es verdad. Cuando no salen adelante mis planes. Cuando no sale bien lo
que emprendo. Cuando me quedo solo en el fracaso. Cuando me insultan y
hablan mal de mí. Cuando no me alaban ni me siguen. Cuanto todo el mundo
se ríe de mis decisiones. ¿Cómo voy a ser yo el predilecto? Lo dudo. No
me creo el amor predilecto de Dios.
Hoy escucho: Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu. Me cuesta pensar que soy yo aquel a quien elige. Pienso más bien que será a otros a los que sí amará. Pero a mí no tanto.
Quiero ser sincero con Dios como decía el P. Kentenich: Es
importante que aprendamos, también en nuestra vida afectiva ante Dios, a
expresar con más fuerza lo que oprime el corazón, ¿No es acaso mucho
mejor ponerse de pie frente a Dios y patalear? Él no lo toma a mal. Él
ve el corazón. Significa gritar como un niño, y gritar como un niño es
el acto más elevado de la infancia espiritual.
Me rebelo contra ese Dios que se revela en mi vida pero no me ama con
todo su poder. Expreso lo que siento. Le digo que yo no me siento
predilecto. Creo que no me ha elegido porque lo veo permanecer a mi lado
sin hacer nada.
Me duele ese Dios injusto que no puede hacer posible lo imposible en
mi vida. O a lo mejor es que no quiere. Y me lleno de rabia porque la
vida conmigo es injusta, mientras que para otros es maravillosa. Pataleo
con mucha rabia en mi corazón. Tengo los ojos llenos de lágrimas. ¿Por
qué no me salva a mí que tanto se lo pido?
Dice que soy su predilecto. Pero no es verdad. Tengo claro que si
todos son sus predilectos significa que ninguno lo es. Justamente la
predilección en mi corazón humano me habla de elegir a uno por encima
del resto. Y si todos son elegidos, ninguno es el elegido, no amo más a
ninguno. Con lo cual no hay predilección. Y si yo sufro pérdidas, y
tengo fracasos, ¿cómo voy a ser yo el elegido?
Decía Santa Teresa de Jesús en una ocasión: Señor, no me extraña que tengas tan pocos amigos si así tratas a los que tienes.
No me cuida como su predilecto, como a su amigo preferido. No allana mi
camino para que camine sin dificultad. No acabo de creerme su
predilección porque no la veo en mi vida. Quiero aprender a confiar más
en ese amor que a veces no veo, en esa predilección que se me esconde.
Decía el P. Kentenich: No es como si Dios durmiese; más bien es
como si Dios y yo estuviésemos totalmente solos en este mundo: ¡Con
tanto cuidado sostiene Él los hilos de mi vida en sus manos! Soy la
ocupación predilecta de Dios, y Dios es mi ocupación personal
predilecta.
Me falta fe para tener esa mirada de fe. No la tengo. No me siento la
ocupación predilecta de Dios. Pero me gustaría sentirlo. Me gustaría
pensar que en medio de mi cruz sostiene Dios mis pasos. Sana mis
heridas. Levanta mi cuerpo cuando ha caído. A lo mejor Él tampoco es mi
ocupación predilecta.
¿Doy tanto valor a mi oración? ¿Me gusta estar a su lado cuidándole a
Él que me ha elegido? Muchas veces son otros los que van delante de
Dios en mi lista de ocupaciones. Tengo otras prioridades que elijo. Hay
otras ocupaciones que me despiertan más alegría.
¿Es Dios mi Padre predilecto, ese Dios al que elijo? No lo creo. Lo
dudo porque mis obras no se corresponden con mis promesas. He prometido
ocuparme de Dios en todo lo que hago. Ponerlo en el centro de mis obras.
Amarlo por encima de todas las cosas. Elegirlo como el tesoro más
grande de mi campo.
Lo he decidido. Pero no lo hago. Elijo otros tesoros. Tengo otros
lugares predilectos. Otras personas que llenan mi vida. Dios no está en
el lugar que deseo.
Por eso hoy me acerco con Jesús al Jordán. Me pongo en la misma cola
de hombres caminando hacia Juan. Sin pretender nada especial, como
Jesús, uno más entre tantos. Me acerco a Jesús porque quiero escuchar
asa voz de Dios. No sucede todo de forma extraordinaria. Es más bien en
lo cotidiano donde Dios me habla, donde me dice que me ama.
Quiero pedirle a Dios que me diga que me quiere. Es lo que necesito.
Tal vez no le escuche. Quiero que me lo diga a través de personas. En la
vida cuando note que no todo me sale bien. Allí quiero sentir su abrazo
de Padre. Su voz firme y fuerte resonando en mis entrañas. Soy el
amado. Quiero creérmelo. Aunque a veces dude. Esa certeza de su amor debería sostener mi vida como sostuvo la de Jesús.
Carlos Padilla
Aleteia