Encuentro con los participantes en el Encuentro Internacional sobre la Ratio Fundamentalis
El
Papa Francisco dio su cordial bienvenida a los participantes en el
Encuentro Internacional promovido por la Congregación para el Clero,
sobre la Ratio Fundamentalis. Y reiteró la importancia de la formación
sacerdotal permanente que «dura toda la vida»:
«El tema de la formación sacerdotal es determinante para la
misión de la Iglesia: la renovación de la fe y el futuro de las
vocaciones es posible sólo si tenemos sacerdotes bien formados»
Recordando que asimismo la formación sacerdotal depende en
primer lugar de la acción de Dios y que cada cura está llamado a
colaborar con el Alfarero divino, el Papa evocó la imagen bíblica de las manos amorosas de Dios, que cuida a su criatura y modela la arcilla.
«Imagen que nos ayuda a comprender que la formación no se resuelve
con alguna actualización cultural o alguna esporádica iniciativa local»
«Tenemos que decirlo con fuerza: si uno no se deja formar
cada día por el Señor, se vuelve un cura apagado, que se arrastra en el
ministerio por inercia, sin entusiasmo por el Evangelio, ni pasión por
el Pueblo de Dios. En vez, el cura que día a día se encomienda
en las manos del Alfarero con ‘A’ mayúscula, conserva en el tiempo el
entusiasmo del corazón, acoge con alegría el frescor del Evangelio,
habla con palabras capaces de tocar la vida de la gente; y sus manos,
ungidas por el Obispo en el día de su Ordenación, son capaces de ungir a
su vez las heridas, las expectativas y las esperanzas del Pueblo de
Dios».
Con el papel en la formación sacerdotal de los Obispos, los Rectores,
los Directores Espirituales y los educadores en los Seminarios y
haciendo hincapié una vez más en el cuidado especial que hay que dedicar
a las vocaciones al sacerdocio, el Santo Padre alentó el cuidado de la
formación sacerdotal:
«Lleven en su corazón la formación sacerdotal: la
Iglesia necesita curas capaces de anunciar el Evangelio con entusiasmo y
sapiencia, capaces de encender la esperanza allí donde las cenizas han
cubierto las brasas de la vida, y de generar la fe en los desiertos de
la historia».
Y no nos olvidemos nunca del Pueblo de Dios, recomendó finalmente el Papa Francisco,
recordando la importancia de caminar en medio de la gente con los
avatares de tantas situaciones, sus solicitudes y sus necesidades,
llevando y anunciando al Señor:
«El cura, en efecto, debe estar entre Jesús y la gente:
con el Señor, en el Monte, él renueva cada día la memoria de la
llamada; con las personas, en el valle, sin asustarse nunca por los
riesgos y sin endurecerse rígidamente en los juicios, él se ofrece como
pan que alimenta y agua que apaga la sed, ‘pasando y beneficiando’ a
aquellos que encuentra por el camino y ofreciéndoles la unción del
Evangelio».
Así se forma el cura: huyendo tanto de una espiritualidad sin carne, como viceversa, de un compromiso mundano sin Dios»
Antes de concluir, el Papa presentó algunas preguntas que se deberían plantear los sacerdotes:
«¿Qué cura quiero ser? Un ‘cura de salón’, uno
tranquilo y acomodado, o un discípulo misionero con el corazón que arde
por el Maestro y por el Pueblo de Dios? ¿Uno que se acomoda en su propio
bienestar o un discípulo en camino? ¿Uno tibio que prefiere vivir
tranquilo o un profeta que despierta en el corazón del hombre el anhelo
de Dios?»
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