Quién hable en nombre de la Iglesia tiene una enorme responsabilidad.
Josefina Maradiaga pertenece a Catholic Voices, católicos preocupados
por cómo comunicar sin distorsiones el mensaje evangélico. Junto a la
Universidad Austral en Argentina han preparado un curso para formarse en
estas capacidades. Aquí tenemos sus 10 ingredientes de la receta:
1.- Busca la intención positiva detrás de la crítica
En lugar de pensar en los argumentos que vas a tener que rebatir,
piensa en los valores que están detrás de esos argumentos. Después,
reflexiona sobre cómo puedes, al principio de la discusión, unirte al
valor que sostiene el que critica. Busca el principio ético cristiano (a
veces escondido) que sostiene esos valores. Esto tiene un efecto
cautivador y permite tener una discusión mucho más tranquila y
considerada. Ya no eres un guerrero en una batalla cultural de valores
absolutos, sino alguien que aporta tolerancia y sabiduría a un problema
contencioso.
2.- Aporta luz y no calor
Como personas de fe, queremos arrojar luz sobre los temas difíciles,
los temas ya son acalorados de por sí. Si acudes a una discusión para
aportar luz en vez de calor, el énfasis será completamente diferente.
Escucharás con atención la opinión del otro por mucho que estés en
desacuerdo. Tu objetivo será dejar que entren rayos de luz sobre el
tema, y así abrir la discusión, respetando el punto de vista del otro
pero manteniendo el tuyo.
3.- La gente recuerda más fácilmente cómo les has hecho sentir y no tanto el contenido
Intelectuales y teólogos: cuidado. La erudición es lo contrario a la
comunicación, la cual se sirve de palabras sencillas para explicar ideas
complejas. La finalidad no consiste en que tus argumentos sean lúcidos,
sino en que tus palabras sean entendidas. Evalúa, tras cada
intercambio, según este criterio: ¿he ayudado a que los demás entiendan
mejor la enseñanza o posturas de la iglesia? ¿Y cómo les he hecho
sentir: animados o derrotados? ¿Inspirados o acosados? ¿Con ganas de
escuchar más o aliviados de que se haya terminado?
4.- No cuentes, muestra
Solemos preferir una historia a una charla, y prestamos más atención a
la experiencia que a los argumentos. Eso no quiere decir que no se
deban utilizar argumentos. Pero siempre que puedas, incluye metáforas,
anécdotas sobre experiencias personales o situaciones hipotéticas que
ayuden a “imaginar” lo que quieres decir.
5. Piensa en triángulos
Las discusiones pueden ser muy desorganizadas, deslizándose a ciegas
cuesta abajo hasta que se nos olvida cuál era el tema principal.
Asegúrate de que tu contribución sea concisa, clara y que no dejas de
lado a nadie. Simplifica tus ideas a los tres argumentos que quieres
proponer; con que puedas tocar dos de los tres puedes darte por
satisfecho. Aun así, es esencial que ordenes tus ideas en tres
argumentos principales. Imagínatelos como un triángulo. Cuando estés
hablando, piensa en cómo se relaciona el tema con ese triángulo y
después argumenta.
6.- Sé positivo
Este es un principio básico de la comunicación y más importante aún
cuando estamos argumentando el punto de vista de la Iglesia. El mensaje
de Jesús es alucinante, inspirador. Ser positivo consiste en conducir la
discusión hacia la visión positiva que la Iglesia tiene para la gente:
las interminables, maravillosas posibilidades de nuestra libertad. No
seas el ángel del juicio, sino el que señala el camino luminoso.
7.- Sé compasivo
La compasión es la cualidad que debería distinguir a los cristianos,
pero desafortunadamente, puede estar ausente en discusiones con un
católico. Sentimos que nuestros valores más preciados están siendo
amenazados. Pero el que critica también tiene sus propios principios y
puede que también se sienta frustrado si no se valoran. Entramos así en
un círculo vicioso. Ser compasivo, incluso en grandes discusiones, es
esencial para salir de este círculo vicioso de reproche mutuo. Es muy
probable que la persona con la que estés discutiendo haya tenido una
experiencia directa con el tema neurálgico, ya sea personalmente o como
testigo de primera mano. Puede que sepas que esa persona ha tenido esa
experiencia, o puede que no; si no, lo mejor es asumirlo. Ser compasivo
es poder entender el enojo y el dolor, y así relacionarse con los demás
como un ser humano a otro.
8.- Ten datos preparados, pero evita actuar como un robot
Hay que partir de una buena preparación y tener datos que enmarquen
la discusión. Pero recuerda que las estadísticas pueden resultar
abstractas e inhumanas, o simplemente una tapadera: se suele pensar que
los políticos que hacen uso de ellas están mintiendo. Sobre todo,
intenta que la discusión no se convierta en un ping-pong de estadística,
un juego del que muchos pagan por alejarse. Si usas estadísticas, no te
compliques.
9.- No se trata de ti
Para una buena comunicación es esencial aparcar el ego. No es que el
crítico no te valore o no te respete a ti, sino a lo que tú representas.
Tu miedo, timidez y defensiva son los productos de tu ego que se queja.
Piensa en Juan el Bautista, un comunicador sin miedo; la fuente de su
fuerza fue su saber que él era la puerta por la que tenía que pasar la
gente para llegar a Jesucristo. Rezar antes de entrar en un plató o de
empezar un debate es vital: no solo para apagar los nervios y aparcar el
ego, sino también para recordar para qué y para quién vas a hablar.
Reza para que el Espíritu Santo esté contigo y hable a través de ti.
10.- Vas a dar testimonio, no a ganar
Sabemos que en ocasiones la fe católica puede incitar preguntas
difíciles. Pero conviene considerar que esas preguntas difíciles hacen
que la gente se pare y piense; que se pregunte cosas. Y esto puede
significar el comienzo de un nuevo camino: un camino que nos lleve a ver
la vida de otra manera. O por el contrario, que nos lleve a abandonar
el camino y darnos la vuelta, de lo que nos previene Jesús. El enemigo
de ese testimonio es el deseo de “vencer” y “derrotar”. Una actitud de
rivalidad y victoria, de ganadores y perdedores, de “nosotros contra
ellos”, de “bien y mal”… Este es el idioma de las batallas y ataques, de
la guerra y la persecución. El objetivo es entrar en ese momento
preciso, cuando la gente todavía no se ha dado la vuelta pero está
indignada, confundida o curiosa. Cualquier reto es para nosotros una
oportunidad de ser testigos: disipar malentendidos, difundir luz donde
hay mito y confusión, demostrar empatía y compasión así como una visión
más profunda.
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