por Manuel Blanco
LA BRÚJULA
Algún día, cualquier compañero reclamará los “derechos de autor”. Le sucedió a un colega. Llamó a un electricista para subsanar una avería. Durante la reparación, el técnico sacó a relucir su condición de musulmán. “¿Le importa que rece aquí en su casa?” Sacó una brújula para situar la Meca en el horizonte y oró con piedad.
Somos hijos de Dios. La predilección y solicitud del Señor por su pueblo, le lleva a afirmar en Is 43,1 que le pertenecemos, que nos considera suyos. Personalmente, no siento ninguna humillación ante esta realidad. Al contrario: habiéndole dado motivos para el “repudio”, aún persiste en su cariño. Me encandila “Diosdependo”.
Este 2015 podríamos desinhibirnos. En una sociedad en la que ya no avergüenza “tirar los tejos” a la mujer del prójimo, y eructar en público se considera modernidad, nadie debería molestarse por hablar de su fe. El ateo no posee más mérito que el orante.
La prensa acaba de retratar a paupérrimos filipinos rendidos a la Providencia ante los desastres de un tifón; a elegantes indonesios fiados de Dios para encontrar a los desaparecidos del vuelo accidentado; a polizones africanos con los brazos alzados al cielo mientras Italia los rescata... Vivimos en el primer mundo de lo económico. Pero nos situamos a la cola respecto al mundo del espíritu. Como si nos diese igual, mientras no nos amarguen las navidades. Como si hubiésemos perdido el norte. Falta Niño.
Algún día, cualquier compañero reclamará los “derechos de autor”. Le sucedió a un colega. Llamó a un electricista para subsanar una avería. Durante la reparación, el técnico sacó a relucir su condición de musulmán. “¿Le importa que rece aquí en su casa?” Sacó una brújula para situar la Meca en el horizonte y oró con piedad.
Somos hijos de Dios. La predilección y solicitud del Señor por su pueblo, le lleva a afirmar en Is 43,1 que le pertenecemos, que nos considera suyos. Personalmente, no siento ninguna humillación ante esta realidad. Al contrario: habiéndole dado motivos para el “repudio”, aún persiste en su cariño. Me encandila “Diosdependo”.
Este 2015 podríamos desinhibirnos. En una sociedad en la que ya no avergüenza “tirar los tejos” a la mujer del prójimo, y eructar en público se considera modernidad, nadie debería molestarse por hablar de su fe. El ateo no posee más mérito que el orante.
La prensa acaba de retratar a paupérrimos filipinos rendidos a la Providencia ante los desastres de un tifón; a elegantes indonesios fiados de Dios para encontrar a los desaparecidos del vuelo accidentado; a polizones africanos con los brazos alzados al cielo mientras Italia los rescata... Vivimos en el primer mundo de lo económico. Pero nos situamos a la cola respecto al mundo del espíritu. Como si nos diese igual, mientras no nos amarguen las navidades. Como si hubiésemos perdido el norte. Falta Niño.