SONRISA PROFIDENT
Así le llamábamos de pequeños a los de buena dentadura. Y también a los de risa artificial. Un compañero contaba, asombrado, cómo un estudiante solía tener un enfado monumental a primera hora de la mañana. Mal carácter. Contestón, faltón, protestón (todos los “on” malos y ningún “off”). Pero en cuanto llegaba a clase una chica por la que estaba bastante “colgao”, sufría una mutación: “¡Holaaaaaaaaa!”
Esa es la alegría verdadera. La que brota del amor y no se construye sólo de forma artificial. Como esos locutores o presentadoras tan artificiales que se les nota que han pulsado el botón de “sonrisa” y fuerzan los músculos faciales para hacer llegar al gran público el “buen rollito”, cuando, tal vez, ni siquiera sientan una pizca de alegría.
Una madre de EE.UU., se propuso dejar de gritarles a sus cuatro hijos. Para eso creó el “desafío rinoceronte naranja”. Conclusiones, tras un año y pico sin berridos: estómago más tranquilo para irse a dormir; las acciones de los hijos no son todas controlables y sí la reacción propia; gritar no funciona; cuando no se grita, se posibilitan momentos y confidencias increíbles; el problema suele tenerlo quien grita; cuesta no gritar, pero es posible; cuidarse, ayuda a no gritar; etc., etc. Resumiendo: “se atraen más moscas con miel que con vinagre”.
Ante un mundo complejo donde se palpan las consecuencias del pecado original, podría resultar utópico escuchar a San Pablo: “estad alegres”. Pero seamos prácticos: lo triste y lo gruñón no arreglan nada. Y, sobre todo, la esperanza de un cristiano se apoya en la cercanía de Dios, no en cositas. En el fondo, tener más, fatiga más y alegra menos.
Así le llamábamos de pequeños a los de buena dentadura. Y también a los de risa artificial. Un compañero contaba, asombrado, cómo un estudiante solía tener un enfado monumental a primera hora de la mañana. Mal carácter. Contestón, faltón, protestón (todos los “on” malos y ningún “off”). Pero en cuanto llegaba a clase una chica por la que estaba bastante “colgao”, sufría una mutación: “¡Holaaaaaaaaa!”
Esa es la alegría verdadera. La que brota del amor y no se construye sólo de forma artificial. Como esos locutores o presentadoras tan artificiales que se les nota que han pulsado el botón de “sonrisa” y fuerzan los músculos faciales para hacer llegar al gran público el “buen rollito”, cuando, tal vez, ni siquiera sientan una pizca de alegría.
Una madre de EE.UU., se propuso dejar de gritarles a sus cuatro hijos. Para eso creó el “desafío rinoceronte naranja”. Conclusiones, tras un año y pico sin berridos: estómago más tranquilo para irse a dormir; las acciones de los hijos no son todas controlables y sí la reacción propia; gritar no funciona; cuando no se grita, se posibilitan momentos y confidencias increíbles; el problema suele tenerlo quien grita; cuesta no gritar, pero es posible; cuidarse, ayuda a no gritar; etc., etc. Resumiendo: “se atraen más moscas con miel que con vinagre”.
Ante un mundo complejo donde se palpan las consecuencias del pecado original, podría resultar utópico escuchar a San Pablo: “estad alegres”. Pero seamos prácticos: lo triste y lo gruñón no arreglan nada. Y, sobre todo, la esperanza de un cristiano se apoya en la cercanía de Dios, no en cositas. En el fondo, tener más, fatiga más y alegra menos.