PULSO INTERIOR
Lo dijo la directora del coro: “pensade que este ritmo é coma un pulso interior que levades dentro”. Nadie más se perdió en la canción. Ya no buscaban ajustarse unos a otros, tratando de intuir los momentos. Salían automáticamente. Tal vez, en Adviento resulte útil encontrar esa melodía que late en nosotros: la de Jesús que viene.
De pequeño, alguna vez, viajé al Mediterráneo con la familia. Mi padre conducía de noche y habían estrenado Torrespaña, el Pirulí. “Pasaremos al lado. Si logras estar despierto a la altura de Madrid, lo verás”. No tuve mucho problema. Por aquel entonces era como un búho; ave nocturna. El sector femenino dormía, el masculino velaba.
Ojalá estuviese tan preparado e ilusionado en otros momentos de la vida. Ojalá también para el Señor. Para nunca abandonarle. Para tener hambre de Él. Una parienta contaba que tuvo un padrino pastelero y, paradójicamente, no le gustaban nada los dulces. Puede que por empacho. Sin hambre de Dios no hay Navidad.
A poco que agitemos la coctelera de estas fechas, aparecen los temas de siempre: vigilancia, designio salvador, elección, apetito de cielo, familia… Es un buen momento para llevar el dedo a la muñeca y mirar el reloj. Tomarnos el pulso. ¿Acelerado o al ralentí? Sin agobios. Sin estorbos. Sin pausa. Una nueva oportunidad para dejarse amar.
Lo dijo la directora del coro: “pensade que este ritmo é coma un pulso interior que levades dentro”. Nadie más se perdió en la canción. Ya no buscaban ajustarse unos a otros, tratando de intuir los momentos. Salían automáticamente. Tal vez, en Adviento resulte útil encontrar esa melodía que late en nosotros: la de Jesús que viene.
De pequeño, alguna vez, viajé al Mediterráneo con la familia. Mi padre conducía de noche y habían estrenado Torrespaña, el Pirulí. “Pasaremos al lado. Si logras estar despierto a la altura de Madrid, lo verás”. No tuve mucho problema. Por aquel entonces era como un búho; ave nocturna. El sector femenino dormía, el masculino velaba.
Ojalá estuviese tan preparado e ilusionado en otros momentos de la vida. Ojalá también para el Señor. Para nunca abandonarle. Para tener hambre de Él. Una parienta contaba que tuvo un padrino pastelero y, paradójicamente, no le gustaban nada los dulces. Puede que por empacho. Sin hambre de Dios no hay Navidad.
A poco que agitemos la coctelera de estas fechas, aparecen los temas de siempre: vigilancia, designio salvador, elección, apetito de cielo, familia… Es un buen momento para llevar el dedo a la muñeca y mirar el reloj. Tomarnos el pulso. ¿Acelerado o al ralentí? Sin agobios. Sin estorbos. Sin pausa. Una nueva oportunidad para dejarse amar.