En el evangelio de hoy, Jesús nos muestra el dolor de su Corazón ante la incredulidad de algunos de los que le escuchaban: “El testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido llevar a cabo, esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado.” (cfr. Juan 5, 31-47). ¿Creo firmemente que Jesús es el enviado del Padre o todavía ando planteándole dudas en mi corazón y en mi vida? Puede que muchas veces hayamos vivido en esas dudas. No nos quedemos ahí. Sigamos caminando. Confesemos hoy a Jesús como el Rey de nuestra vida y reparemos así el dolor de su Corazón por tantos que no le aman.

Joan Sánchez & Río Poderoso BandEl Rey de mi vida https://youtu.be/0s-59c6jysQ

De confesar a Jesús como Rey y Señor de nuestra vida nos habla Chus Villarroel:
“Hace años, en una concelebración en Roma, recibí una moción del Espíritu que iluminó mi vida espiritual. El sacerdote que presidía, después de la consagración, dijo en alta voz con el cáliz todavía en alto: “Ecco il Cristo risorto”. Esta frase, “He aquí al Cristo resucitado”, se me metió en el alma. Mi corazón se quedó como ungido.

El kerigma, es decir, la predicación básica, se mueve alrededor del Cristo resucitado. Una de las consecuencias de esa resurrección es el bello anuncio que se proclama con las palabras: ”Jesús es el Señor”. Jesús, el hombre Jesús, resucitado, es el Señor, el único Señor. Él mismo lo dijo: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra”. Sabéis que muchos cristianos dieron su vida en los primeros siglos de la Iglesia por proclamar el señorío del Cristo resucitado. Para los romanos, el único Señor, el único Kyrios, era el emperador. Al irrumpir los cristianos en la historia proclamando el señorío de otro hombre, el choque fue fuerte. Los paganos no podían entender que Jesús era un hombre resucitado, con personalidad divina.

Pues bien, podéis imaginar que yo proclamo este señorío de Jesucristo a propósito de la pandemia del Coronavirus que estamos sufriendo estos días. Es la contribución específicamente cristiana que anunciamos a todos para superar los momentos peores. Cuando uno esté mal, cuando esté perdido, cuando se intente rebelar, que sepa que le queda la posibilidad de proclamar que Jesús es el Señor. No os desaniméis los que no tengáis fe suficiente para proclamarlo y sentirlo en vuestras carnes. Tal vez sea el momento para recibir una moción como la que yo recibí en aquella concelebración. Si subes a la montaña con Cristo nada te lo podrá arrebatar.

Esto sería el principio de un bello encuentro que te haría ver panoramas inéditos en tu vida. Y lo que sería verdaderamente alucinante es que tú pudieras dejar el abstracto y decir: Jesús es mi Señor, el Señor de mi vida. No esperes a convertirte, rézalo ya, pídelo ya, estés como estés, porque Dios se fija en ti tal como eres y tal como estás. Déjale a él la iniciativa. Al Papa le he oído alguna vez decir en su argentino personal: “Deja que el Señor te primeree”. Es decir, que sientas que no eres tú el que amas a Dios primariamente, sino al revés: es Él el que te ama primero.

Sería fabuloso que el Coronavirus fuese un instrumento, un lugar, una fuente de conversión… no sólo para los que no creen sino también para los que creemos todavía un poco a medias, como me pasaba a mí y me pasa todavía. La incidencia de este Coronavirus se va acercando ya mucho a mi corazón.”
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