C.S. Lewis (1898-1963) es uno de los grandes representantes del anglocatolicismo, esa corriente anglicana que tomó impulso a raíz del Movimiento de Oxford cuyos integrantes no llegaron a dar el paso que sí dió el futuro cardenal y santo John Henry Newman. Siguieron siendo protestantes, aunque con una mentalidad prácticamente católica.
Un reciente artículo publicado en el boletín de la Fundación Tierra Santa recuerda que el autor de las Crónicas de Narnia bordeó tanto la conversión, que obras suyas como Mero cristianismo, Los milagros, La abolición del hombre o Cartas del diablo a su sobrino han entrado a formar parte con naturalidad del elenco de lecturas casi obligadas para un católico que desee formarse en la apologética.
Ese fue el punto fuerte del prestigioso medievalista norirlandés,
profesor de literatura en Oxford y Cambridge y uno de los escritores más
representativos de la literatura británica del siglo XX.
C.S. Lewis, uno de los más influyentes pensadores cristianos del siglo XX. Foto: Enciclopedia Británica.
Michael Pakaluk, catedrático de Filosofía en la Ave Maria
University y miembro de la Pontificia Academia Santo Tomás de Aquino, se
define a sí mismo con alguien que era un “protestante tipo C.S. Lewis” y que, siendo estudiante, tras visitar Tierra Santa dejó de serlo para ser recibido en la Iglesia católica.
Michael Pakaluk (derecha de la foto), junto a Roger Scruton,
fallecido el pasado 12 de enero, durante un debate en el que ambos
participaron en 2009.
Tuvo cinco razones para ello, que tuvo ocasión de explicar a los jóvenes profesionales que fueron sus compañeros en una peregrinación de Saxum Holy Land Dialogues.
Según cuenta en un artículo en Catholic Education Resource Center, “una peregrinación ofrece prácticamente todos los medios posibles para que un protestante abrace el cristianismo”.
“Recé en Getsemaní y subí al Gólgota. Leí las Bienaventuranzas en mi
Nuevo Testamento en griego contemplando el lago Tiberíades. Canté Adeste Fideles en compañía de otros creyentes en la gruta de Belén”, recuerda: “Pero, tras hacer todo eso, ¿qué me seguiría faltando si continuase siendo protestante?”
En primer lugar, el canon de la Misa.
“Cuando era protestante, me resultaba difícil encontrar expresiones
apropiadas para el culto. El lenguaje que utilizaba era casi siempre
emocional o meramente humano, o le faltaba algún elemento esencial”. Sin
embargo, el canon de la Misa “nos brinda una expresión maravillosa de
las verdades esenciales de nuestra Fe, y de la naturaleza de nuestra
comunión como cristianos, en el contexto de tributar a Dios el culto que
le es debido. Esas oraciones expresan de modo muy adecuado lo que uno ve y aprecia en los lugares de Tierra Santa”.
En segundo lugar, la Eucaristía. Hace la siguiente reflexión. Una peregrinación “anula la distancia espacial”. La palabra que cuenta es hic (aquí, en latín): “Aquí el Verbo se hizo carne. Aquí nació el precursor del Señor. Aquí María puso al Niño Jesús
en un pesebre. Al fin y al cabo, para eso hace uno una peregrinación a
Tierra Santa”. Pero la Eucaristía, además, “anula la distancia
temporal”: “Nuestro grupo”, explica, “celebró misa en la capilla del
Cenáculo. En esa liturgia, no fue solo ‘aquí’ [hic] sino ‘ahora’ [nunc] cuando el pan se convirtió en su cuerpo y el vino se convirtió en su sangre”.
En tercer lugar, la sucesión apostólica. Pakaluk
no se refiere a que los católicos vivan hoy, bajo Pedro y el resto de
los apóstoles “según la forma de gobierno que Jesús quiso y estableció”.
Se refiere más bien a que “la sucesión apostólica -con su magisterio
consistente a lo largo del tiempo- y la Eucaristía son de ese tipo de continuidad que a Dios claramente le importa”.
Precisamente en Tierra Santa uno descubre que donde hoy hay una iglesia
construida en el siglo XX, los arqueólogos han descubierto restos de
peregrinaciones del siglo I, un templo pagano romano construido encima,
una basílica constantiniana edificada después sobre sus restos gracias a
un milagro (como el descubrimiento por Elena de las reliquias de
la Vera Cruz) y destruidapor los mahometanos, un templo cruzado que
luego destruiría Saladino, en su lugar una iglesia franciscana más
tardía… Nada en los Lugares Santos ha sido inmune al paso de la
historia, nada… “salvo dos cosas de las que Dios se ha ocupado a fondo
para preservar a lo largo del tiempo: la sucesión apostólica en la
continuidad del magisterio, y la celebración de la Eucaristía tal como
fue instituida originalmente”.
“El hallazgo de la Santa Cruz” por Santa Elena, madre del Emperador Constantino, cuadro de Agnolo Gaddi (1350-1396).
En cuarto lugar, los milagros. Toda
peregrinación a Tierra Santa incluye visitar el Mar de Galilea, donde
el milagro de los panes y los peces, a la piscina de Siloé donde un
ciego vio la luz, a Betesda donde un hombre paralítico desde hacía 38
años fue curado… “Recuerdo que, cuando era protestante, me desconcertaba que ya no hubiese milagros.
Muchos creen que la ‘Era de los Milagros’ solo era necesaria al
principio, para que el cristianismo se difundiese rápidamente (¿pero es
que no necesita difundirse ahora?). Pero los católicos vivimos, nos
movemos y existimos entre milagros. Todos conocemos historias de
milagros entre nuestros amigos. Esperamos milagros. En toda canonización hay un Siloé y un Betesda. La Eucaristía es nuestro milagro diario”.
En quinto lugar, la Virgen María. “Cuando me convertí”, recuerda Michael, “lo hice a pesar de los dogmas marianos, no por ellos.
Pero ahora veo que mi corazón estaba entonces tan empobrecido como mi
fe. Un peregrino protestante podría preguntarse por qué los lugares
referidos a María, como su hogar en Nazaret donde el ángel se le
apareció, son tan antiguos como los que se refieren a Jesús y los
Apóstoles. ¿Por qué los primeros cristianos sintieron que ella era tan esencial?
La reflexión sobre la Palabra que se hace carne debería disipar ese
asombro e iluminar la conexión entre María y la inserción de la Verdad
en el espacio y en el tiempo”.
* * *
Tras explicar estas cinco causas, Pakaluk concluye que si regresara a
Tierra Santa de nuevo como un cristiano del tipo C.S. Lewis, “en un
instante volvería a hacerme católico, por la gracia de Dios”.
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