Queridos diocesanos:
El día 25 de marzo, celebramos litúrgicamente la solemnidad de la
Anunciación del Señor. La Iglesia en España celebra la Jornada por la
Vida y nos interpela con este lema tan sugestivo: “Sembradores de esperanza”, para orientarnos en nuestra reflexión y compromiso cristiano.
Si siempre estamos llamados a sembrar esperanza, esto que podría
parecer una buena intención se convierte en una exigencia en las
circunstancias concretas que estamos viviendo por causa de la pandemia
del coronavirus. La angustia y la incertidumbre nos rodean. Cada día
todo nos parece más complejo. Miramos a nuestro alrededor y levantamos
nuestra mirada al cielo. Con la angustia del salmista y con la certeza
de saber que Cristo en la plenitud de los tiempos se encarnó y se hizo
en todo semejante a nosotros menos en el pecado, rezamos diciendo: “Desde lo hondo a ti grito, Señor escucha mi voz; Señor, estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica” (Ps 130,1-2).
En estos días de manera especial me he sentido cercano a todos
anunciándoos este mensaje de esperanza a los sacerdotes, a los laicos y a
los miembros de la Vida Consagrada. Este mensaje tiene un eco especial
para nosotros al sentirnos bajo el patrocinio del Apóstol Santiago que
fue confortado y fortalecido en su ánimo con la aparición de la Virgen
María a orillas del Ebro. Ya el poeta Dante pone en boca de Beatriz una
oración dirigida a él en la que le pide que haga resonar la esperanza
desde nuestra Basílica-Catedral. Es esta virtud la que nos lleva a mirar
con confianza el futuro custodiado siempre por Dios que nos lleva
tatuados en las palmas de sus manos (cf. Is 49,16).
Cristo encarnado es el Buen Pastor y aunque nos toque caminar por
vaguadas oscuras, Él camina con nosotros y en su cayado encontramos
sosiego (Ps 23). Este convencimiento es el que nos hace ser sembradores
de esperanza en nuestros hogares, en los contagiados y también en el
pensar que los fallecidos habrán encontrado acogida en la bondad y
misericordia de Dios Padre, habitando en su casa por días sin término.
Ciertamente para sembrar esperanza necesitamos la fe. Bien lo
comprobó Pedro al andar sobre las aguas hacia Jesús. Cuando quería
hacerlo por sus propias fuerzas, se hundía. También percibimos que hoy
si queremos caminar sin la fe en este mar de la pandemia, naufragamos en
la desilusión y no vemos horizonte. Pero el Señor nos dijo que Él
estará con nosotros hasta el final de nuestros días. Con esta confianza
llego hasta vosotros, queridos diocesanos, sabedor de que nuestro apoyo
es la palabra siempre fiable del Señor. Es un mensaje para todos, niños,
jóvenes, adultos y mayores.
Sembrar esperanza es cosechar caridad. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida” (Jn
15,13). Necesitamos ser conscientes de que la vida está para darla y de
que o la damos o se nos disipa porque no la podemos almacenar. Jesús
nos amó y entregó su vida por nosotros (cf. Gal 2,20) y nosotros hemos
de darla por nuestros hermanos. Y lo hacemos mirando y reconociéndonos
por encima de las mascarillas. Y así, posando nuestra mirada en los más
vulnerables, los niños y los mayores de nuestras casas, las personas sin
hogar y los pacientes en UCIS y hospitales, revivimos y actualizamos la
Pascua agitada y esperanzada del Nazareno.
Queridos diocesanos, agradezcamos la dedicación de tantas personas,
sobre todo el esfuerzo del personal sanitario que, como buen samaritano,
no sólo trata de curar sino de llevar el sosiego de la posada dejando
los denarios de la serenidad y de la cercanía. También yo me recluyo en
vuestros hogares para acompañaros y sentirme acompañado, invitándoos a
mantener viva nuestra esperanza cristiana. Recemos juntos desde esa
Iglesia doméstica que es la familia, defendiendo siempre la vida en
cualquiera de las circunstancias.
Os saluda con afecto y bendice en el Señor,
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela
Arzobispo de Santiago de Compostela
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