Los cuatro elementos parecieron someterse a la liturgia especialísima de este viernes a las seis de la tarde para pedir
a Dios por el fin del coronavirus, mientras resonaba el Evangelio de la
barca en la tormenta, donde despierta Aquél a quien incluso los
elementos obedecen. ¿Quién es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?, se asombraban los discípulos en las palabras bíblicas.
Los braseros con fuego evocaban la Roma de antaño, el humo ascendía a un cielo de azul cada vez más oscuro, la humilde hermana agua cubría las losas de la Plaza de San Pedro reflejando luces y colores y el mismo Papa Francisco recordó que el escenario de piedra marcaba el lugar de la tumba de Pedro, la piedra en la que Cristo edificó su Iglesia.
El contexto era el más duro: Italia acababa de contabilizar 919 muertos más en las últimas 24 horas, superando los 9.000 muertos desde que empezó la crisis hace un mes. España contabilizaba 769 fallecidos en sus últimas 24 horas, y más de 4.800 desde el inicio.
El Papa Francisco llegó caminando bajo la fina lluvia, solo,
simbolizando la humildad con la que la Iglesia acude necesitada a Cristo
en tiempos de zozobra. Toda la liturgia de la tarde se realizó con gran austeridad, excepto por la custodia dorada y de cristal en la adoración.
El coro de la Capilla Sixtina, mínimo. Los acompañantes en la oración,
apenas una docena muy repartidos. En la plaza, sólo algunos guardias y
trabajadores.
El antiguo icono de María Salud del Pueblo Romano estaba a un lado de la entrada de la basílica, protegido de la lluvia. Al otro lado, el Cristo de la iglesia de San Marcelo, a quien se le atribuye haber detenido la peste de 1522. Ante ambas imágenes rezó el Papa Francisco antes de iniciar la adoración propiamente dicha.
Era una oración excepcional: una bendición Urbi et Orbi [A la ciudad y al mundo] con indulgencia plenaria para
quienes la sigan a través de los medios de comunicación, algo insólito,
ya que sólo se hace en Navidad y en Pascua. El Papa Francisco animaba
así a muchos a unirse en oración pidiendo el final de la pandemia de coronavirus y
el bien para los enfermos y difuntos. Al empezar la oración, 150.000
personas la seguían en el canal de YouTube del Vaticano en lengua
española. Al finalizar, eran más de 500.000. A las que hay que sumar
numerosas televisiones de todo el mundo, cadenas de radio, otros canales
de Internet en otros idiomas... una multitud se unía a ese espacio tan vacío.
"A la pandemia del virus queremos responder con la universalidad de la oración, de la compasión, de la ternura", había explicado ya el Papa el pasado domingo,
cuando después del Angelus anunció el acto. La indulgencia que sana la
purificación en el Purgatorio se podía ganar en este caso siguiendo la
oración en los medios, arrepintiéndose de todo pecado y teniendo la intención de confesarse y comulgar lo antes posible... cuando lo permitan las circunstancias sanitarias.
Un largo comentario sobre la barca en la tormenta
El Papa reflexionó largo tiempo sobre el texto del Evangelio de San
Marcos que recoge la escena de Jesús durmiendo en la barca mientras los
discípulos parecen indignarse.
“La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al
descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos
construido nuestras agendas, proyectos, rutinas y prioridades”, leyó el Papa Francisco.
La tempestad también nos muestra “cómo habíamos dejado dormido y
abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a
nuestra comunidad” y pone al descubierto “todas esas tentativas de
anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad”.
Pero esta tempestad también nos quita el “maquillaje” de los estereotipos con los que disfrazábamos egos pretenciosos y deja al descubierto “esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos”.
“Mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor””.
El Papa asegura que hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y
capaces de todo y codiciosos de ganancias – dice – “nos hemos dejado
absorber por lo material y trastornar por la prisa”. Es en este momento
en el que el Papa, dirigiéndose al Señor, asegura que “no nos hemos
detenido ante sus llamadas”, tampoco “nos hemos despertado ante guerras e
injusticias del mundo” ni “hemos escuchado el grito de los pobres y
de nuestro planeta gravemente enfermo”. De hecho, dice, “hemos
continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un
mundo enfermo”.
“Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto
creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti”, exhortó el
Pontífice. En esta Cuaresma resuena la llamada urgente: “Convertíos” en
la que se nos llama a tomar este tiempo de prueba como un momento de
elección. “No es el momento de Tu juicio, sino de nuestro juicio –
asegura el Papa – el tiempo para elegir entre lo que cuenta
verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es”. También es el tiempo “de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás”, puntualiza.
El Papa recordó a "compañeros de viaje ejemplares" pero muchas
“corrientemente olvidadas”, que no aparecen “en portadas de diarios y de
revistas, ni en las grandes pasarelas del último show” pero, sin lugar a
dudas, “están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra
historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los
productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras,
transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo”.
La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras
El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación.
“Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida” nos pide el Papa y
“entreguémosle nuestros temores, para que los venza”. Francisco asegura
que si hacemos esto, experimentaremos, al igual que los discípulos, que
con Él a bordo, no se naufraga”. En este sentido, el Papa nos hace un
ejemplo gráfico: “Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados.
Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para
que nadie ni nada nos separe de su amor redentor”. Efectivamente, los
cristianos antiguos, que no usaban casi nunca el signo de la Cruz (aún
lo usaban las autoridades en crueles ejecuciones), sí aludían a él dibujando anclas y mástiles de barcas.
Al final de su reflexión, el Papa ha pedido al Señor que bendiga “al
mundo”, de salud “a los cuerpos” y consuele “los corazones”. “Nos pides
que no sintamos temor, pero nuestra fe es débil y tenemos miedo”,
concluyó su texto.
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