«Padre justo, el mundo no te ha conocido; pero yo sí te conozco y éstos han conocido que tú me enviaste. Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que me amas esté en ellos y yo también en ellos».

¡Qué inmenso regalo! Se nos ha dado el gran gozo de conocer al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo. Se nos ha dado el gozo de sabernos amados, inmensamente amados. Se nos da el regalo de que el mismo Amor que hay entre el Padre y el Hijo esté en nosotros. ¿Y Quién es ese Amor? El Espíritu Santo… ¡Ven, Espíritu Santo, inúndanos de Ti, llénanos de amor, inmenso amor, por la Trinidad y por todos los hombres! Que ese amor nos queme de tal forma que no podamos más que llevarlo a todos con los que nos encontremos.

Hijas del FiatRuah  https://youtu.be/EaMBHDG1Aow

Hoy nos fijamos en el don de consejo, que viene a potenciar la virtud de la prudencia. Forman pareja: consejo y prudencia. De una manera natural, ante una decisión que debemos tomar, calculamos las variables y hacemos opciones según aquello que vemos más conveniente. Nuestro Padre ya sabe de qué tenemos necesidad; por eso ha puesto a nuestro alcance los siete dones del Espíritu Santo, para que nos ayuden, nos iluminen y nos guíen conforme a Su voluntad.

El don de consejo nos lleva a escoger bien frente a las diversas alternativas que la vida nos propone. Nos ayuda a discernir y a no actuar por impulsos y con precipitación. Lo primero que hace el Señor es ayudarnos a distinguir entre lo esencial y lo accesorio. Y tenemos un Dios que nos habla, que se comunica con nosotros de muchas maneras, inspirándonos el bien. Hay veces que lo hace de una forma tremendamente providente… «Bendeciré al Señor que me aconseja, hasta de noche me instruye interiormente» (Salmo 15). Otras veces -la mayoría-, lo hace a través de las personas que nos quieren y con las que compartimos la vida: el esposo/a, la madre, el amigo, el hermano… En ocasiones excepcionales, debemos también buscar consejo en la dirección espiritual, en una persona con dones de prudencia y discernimiento.

Este don actúa en nosotros cuando nuestro corazón no está lleno de autosuficiencia y orgullo. Hace falta humildad para aceptar ser aconsejados, para reconocer que alguien puede tener algo de Dios para nosotros. En lo profundo de nuestro corazón, en nuestras incertidumbres, miedos, fracasos, tinieblas… Él quiere visitarnos con este don de consejo. ¡Ven, Espíritu Santo! ¡Ven a nuestra vida cotidiana, llena de elecciones! ¡Ven, Luz que penetra las almas! ¡Acompáñanos, Madre del Buen Consejo!
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