El tribuno, siguiendo los consejos del sobrino de Pablo,
llama a dos centuriones y les encarga de salir de noche con doscientos
soldados, para conducir a Pablo a Cesarea. De ese modo podría comparecer
ante el procurador Porcio Félix, con una carta del tribuno Claudio
Lisias, indicando que se lo quitó de las manos a los judíos, que
intentaban matarlo. Él, enterado de que era ciudadano romano, e
intentando por otra parte saber de qué crimen le acusaban, lo había
conducido ante el Sanedrín; pero que no había en él nada digno de muerte
ni de prisión, sino que eran cosas que tenían que ver, más que nada,
con su religión. El tribuno le dice a Félix que desea que los acusadores
presenten ante él sus quejas y denuncias. Los soldados cumplieron
órdenes y lo condujeron de noche a Antípatris, y, dejándolo por la
mañana siguiente con los de caballería, se volvieron al cuartel. Los de
caballería lo entregaron a Félix, y este lo custodió en el pretorio de
Herodes, hasta que llegaran sus acusadores.
Llegan cinco días después el Sumo Sacerdote Ananías con algunos
ancianos y con el orador Tértulo, para cursar acusación contra Pablo.
Tértulo comenzó alabando la gestión de Félix, para continuar con la
acusación contra Pablo, diciendo que era una peste, que promovía
alborotos contra los judíos por todo el orbe de la tierra. Por eso lo
dejaban en sus manos, para que él adquiriera pleno conocimiento de lo
que le acusaban.
Pablo dice que es seguidor del nuevo Camino, que ellos llaman secta, y
que nunca armó alboroto con nadie. Rinde culto al Dios de sus padres, y
que tiene esperanza en Dios, que algún día resucitará a justos e
injustos. Alude a que estaba haciendo una ofrenda en el templo, cuando
lo prendieron. Pablo considera que no hay nada reprochable en él, y que
es acusado por creer en la resurrección de los muertos. Félix no quiere
pronunciarse entonces y le dice al centurión que lo custodie con cierta
libertad.
José Fernández Lago
pastoralsantiago.es
Foto: Miguel Castaño