Sucedió que Agripa II y su hermana Berenice fueron a Cesarea,
a cumplimentar al procurador romano Porcio Festo. Agripa II era el rey
de los territorios de Galilea, Iturea, Traconítide…, mientras que a
Festo le correspondía guardar el orden en Judea y Samaria. Festo informó
a Agripa sobre Pablo, a quien Félix había dejado preso. Le habló de las
acusaciones de los Sumos Sacerdotes y de los ancianos de los judíos,
que solicitaban una sentencia condenatoria para él. Festo le dijo a
Agripa que no era costumbre de los romanos el condenar a nadie sin que
el acusado tuviera frente a sí a los acusadores y pudiera defenderse de
ellos con los argumentos que tuviera a su alcance. Por ello, sentado en
el tribunal, pidió que se lo llevaran; y los acusadores esgrimieron
ciertos problemas concernientes a su religión, y a un tal Jesús, muerto,
pero que Pablo considera que está vivo. En ese estado de cosas, añadió
Festo, le dije que, si quería, podía ir a Jerusalén, a ser juzgado allí.
Sin embargo Pablo apeló al César, por lo cual deberá ser el Augusto
quien lo juzgue. Agripa le dice a Festo que le gustaría oírle.
Al día siguiente, Festo acoge a Agripa II y Berenice, que llegan con
toda elegancia a la sala de la audiencia, y pide entonces que comparezca
Pablo. Indica Festo, dirigiéndose al rey y a los personajes relevantes
de la ciudad, que la multitud de los judíos le pidió, tanto en Jerusalén
como allí, que ese hombre no viviera más tiempo. Sin embargo él había
considerado que no había hecho nada que mereciera la muerte. Por otra
parte, habiendo apelado al Augusto, decidió enviarlo para ser juzgado
por él. Así, con el informe que Agripa pueda dar, escribirá Festo el
documento que proceda.
José Fernández Lago
pastoralsantiago.es
Foto: Miguel Castaño