Tyler J. VanderWeele (matemático, economista, filósofo y teólogo) es profesor de Epidemiología en la Universidad de Harvard, donde dirige el Human Flourishing Program y es co-director de la Initiative on Health, Religion and Spirituality. Ha dirigido diversas investigaciones que muestran, por ejemplo, los beneficios para la salud de la práctica religiosa frecuente y comunitaria y el positivo impacto de la fe sobre el matrimonio. Recientemente, Thomas Caddick le entrevistó en el Catholic Herald sobre la aplicación de este tipo de perspectiva a la pandemia de coronavirus:
El profesor VanderWeele recibió en 2017 el prestigioso premio anual que concede el Comité de Presidentes de Sociedades Estadísticas por la aplicación de sus métodos a las ciencias de la salud y de la conducta. Participa en las actividades de la comunidad católica en Harvard.
-La pandemia del coronavirus ha puesto el foco
sobre el campo de la epidemiología. ¿Cree que el compromiso de sus
compañeros científicos con el público ha sido el correcto, y que la
sociedad ha respondido de manera adecuada a sus consejos?
-El papel de los epidemiólogos, sobre todo el de los expertos en
enfermedades infecciosas y el de aquellos que están estudiando la
pandemia, ha sido crucial para informar sobre cuál debía ser la
respuesta pública. Creo, también, que han sido muy honestos tanto en reconocer la incertidumbre que causa la pandemia, como lo grave que es.
»Lo que no ha funcionado tan bien son nuestros sistemas de vigilancia de la enfermedad,
y se ha minimizado la relevancia del coronavirus y su índice de
mortalidad. Por este motivo, es realmente importante realizar estudios
que sean representativos, algo que, prácticamente, no se ha hecho en
ningún sitio. Creo que una de las mayores lecciones que sacaremos desde
el punto de vista científico es que cada país necesita tener, con
antelación, esos sistemas.
»Considero que los líderes mundiales han actuado de manera razonable,
aunque un cierto número de ellos han sido objeto de críticas por no
haber respondido con la suficiente celeridad. De nuevo, hay que
reconocer la incertidumbre presente a lo largo de todo el proceso.
»Lo que se podría haber mejorado es la preparación. Y aunque no
sabíamos que esto iba a alcanzar proporciones de pandemia, deberíamos
habernos preparado en lo que respecta al abastecimiento adecuado de mascarillas o de personal sanitario, intentando garantizar el número adecuado de tests y, como he dicho antes, creando las condiciones para implementar sistemas con el fin de tener unos datos más representativos.
-Es decir, parece que carecemos de muchos
conocimientos y medios para controlar este virus mortal. Como
especialista en la ciencia de la prosperidad humana, ¿cómo cree que la
gente puede desarrollarse y alcanzar la plenitud en medio de tanta
incertidumbre y vulnerabilidad?
-El contexto para pensar en el desarrollo humano que hemos estado
utilizando en el Human Flourishing Program, en Harvard, aborda el
bienestar fundamentalmente en seis ámbitos, que incluyen la salud y la economía, realmente amenazados por esta pandemia. Sin embargo, el contexto incluye también otras dimensiones como el significado de la vida, la satisfacción, intentar ser buena persona y tener relaciones sociales cercanas. Y creo que con estas otras dimensiones es posible desarrollarse a pesar de la crisis.
»Hay nuevas oportunidades para ayudar a los que nos rodean:
hacer la compra y llevársela a nuestros vecinos más ancianos, o ayudar y
sostener a las personas que quizás tengan dificultades a nivel mental.
Estos actos de amabilidad pueden ayudar a encontrar el sentido de la vida y a formar el carácter.
»La crisis nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre lo que es
más importante y significativo. Las investigaciones en psicología, por
ejemplo, sugieren que practicar la gratitud, tal vez escribiendo,
semanalmente, tres motivos por los que estamos agradecidos, o
diciéndoselos a nuestros familiares o amigos, estimula la felicidad y alivia los síntomas de depresión.
»Nada de esto nos va a sacar de la crisis actual, pero puede
ayudarnos a ser más resilientes, permitiendo que nos desarrollemos de
otros modos que no necesariamente se ven impedidos por nuestras actuales
circunstancias.
-Han sido muchos los que han manifestado su
preocupación sobre una próxima "epidemia de soledad" causada por el
confinamiento y las medidas de distanciamiento social. Usted ha
investigado el impacto de la soledad en la salud mental: ¿cuán grave es
el problema y cuál cree que es la mejor respuesta?
-Una de las cosas interesantes sobre la investigación de la soledad es que hay tanto un componente objetivo como otro subjetivo
en la conectividad social. Son: "¿Pasas tiempo con gente?" y "¿Cuán
conectado te sientes a la gente?". Y la investigación sugiere que ambos
contribuyen a la salud mental y física.
»Obviamente, hay algunas severas restricciones en acto en lo que
atañe al lado objetivo de la conectividad social: por ejemplo, las
medidas de distanciamiento social dificultan que podamos ver a
nuestros amigos con una cierta regularidad. En lo que respecta al lado
subjetivo, creo que sería interesante estudiar cuál será el resultado de
esta crisis a largo plazo. Pasar más tiempo en casa tal vez fortalezca
la conectividad entre las familias, los amigos o los compañeros de piso.
Quizás permita que dediquemos más tiempo a hablar por teléfono con
nuestros familiares lejanos. De alguna manera, el lado subjetivo de la
conectividad social tiene un potencial real que podría ser mejorado.
»Animo con fuerza a las personas a utilizar los recursos tecnológicos a nuestra disposición para que contacten de manera regular con sus familiares y amigos, y tal vez, para que se centren en relaciones que se han roto, que necesitan de la reconciliación y el perdón.
Se debería usar este tiempo de gran reflexión y disponibilidad para
intentar arreglar dichas relaciones. Y, como sociedad, considero que, si
seguimos estos pasos, tal vez podamos contrarrestar los efectos
adversos de las restricciones causadas por el distanciamiento social y
la falta de encuentros comunitarios.
-Respecto a las reuniones, en muchos lugares se
ha obligado a cerrar las iglesias y otros lugares de culto. Otro aspecto
de su trabajo tiene que ver con la práctica religiosa en relación con
el bienestar de las personas. ¿Cómo podemos potenciar nuestra fe en este
momento crítico?
-Las pruebas empíricas sugieren que la participación en comunidades religiosas, sobre todo en los servicios religiosos, mejoran la longevidad, disminuyen los índices de depresión, de suicidio y aumentan el sentimiento de haber encontrado un propósito y el significado de la propia vida. Estoy convencido de que la imposibilidad de que estas comunidades se reúnan es una pérdida real.
»Sin embargo, actualmente es una pérdida necesaria; las diócesis católicas que han restringido las misas han tomado una decisión difícil, pero necesaria.
La cuestión no es sólo el deseo de querer arriesgar la propia salud,
porque al ser una enfermedad contagiosa, el riesgo es poner en peligro la salud de todos. Por consiguiente, creo que el amor al prójimo en estos casos implica realmente la difícil decisión de renunciar a esos encuentros.
»No obstante, hay cosas que se pueden hacer de manera parcial. No hay
nada que pueda sustituir el encuentro como comunidad en una iglesia,
pero utilizar este tiempo para aumentar la devoción y la oración personal es algo muy importante, y muchas iglesias ahora hacen transmisiones en vivo.
»Dicho esto, tal vez algunas de las medidas son más extremas de lo necesario. No hay razón, por ejemplo, para restringir la participación de la familia más allegada en los bautizos,
dado que el riesgo no sería mayor al de ir al supermercado y,
ciertamente, desde una perspectiva católica es un bien espiritual de
enorme valor. ¡Ojalá, a medida que pase el tiempo, se puedan levantar
otras restricciones cuando la pandemia esté más controlada!
-Por último, ¿puede convertirse esta crisis en un punto de inflexión en nuestro modo de vivir y en nuestro orden de prioridades?
-Desde luego, nos da la oportunidad de replantear nuestras
prioridades. A nivel individual, nos permite dedicar más tiempo, más
profundamente, a nuestras relaciones, nos permite pensar sobre qué es
más importante en la vida y reflexionar acerca de nuestra propia mortalidad y lo que hay más allá.
Y, a nivel social, nos debería hacer reflexionar sobre qué es más
importante para nosotros como sociedad. Con frecuencia, la salud y la
economía son el centro de las prioridades gubernamentales, pero quizás la cuestión del significado, de las relaciones, de la felicidad,
deberían entrar en juego cuando pensemos cuáles son nuestras
prioridades sociales. Una crisis como esta es una oportunidad real de
pensar sobre estas cosas como individuos y como sociedad.
Traducción de Elena Faccia Serrano.
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