Me impacta mucho pensar en María acompañando a Jesús al Calvario
entre el gentío. ¿Qué sentiría el Corazón Inmaculado de la Madre? El
Corazón de María es un corazón de madre, sí. Pero, ante todo, es un
corazón creyente, un corazón de discípula. Estoy segura de que su
presencia orante asombraría y serviría de ejemplo a aquellos que veían
pasar a Jesús cargado con la cruz. Y nosotros, ante la cruz de cada día,
¿qué hacemos? ¿Nos dejamos aplastar o la vivimos desde la fe, desde un
corazón creyente, un corazón orante, un corazón que se ofrece al Padre
como el de María y el de Jesús?
Son By Four, interpretado por Ítala Rodríguez – La fe de María https://youtu.be/RBQJeG84nbo
«Le seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que se dolían y lamentaban por Él. Jesús, volviéndose a ellas, dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos» (Lc 23, 27).
Jesús no había pronunciado ninguna palabra más desde el
interrogatorio ante Pilato. Ahora habla, y sus palabras tienen un acento
de dureza. Jesús llama a interiorizar y no exteriorizar los consuelos
ante el Hijo del Hombre que sufre. Ante todo sufrimiento humano, pide
mesura, discreción… que no se abra un abismo entre el que sufre y el que
se para a lamentarse de ese dolor. Es una reflexión que nos viene muy
bien.
ACTUALIDAD
Los que no se sienten comprendidos, aceptados por los demás. Los que
tienen en estos días por cruz un sillón, una cama en un hospital. El
drama del coronavirus en aquellos que lo están viviendo en primera
persona. La impotencia de los sanitarios, los científicos… Los que están
en situaciones límite.
Los que se han encontrado despojados, solos, en situación de angustia. Los que no se han podido despedir de sus seres queridos.
TÚ, YO, NOSOTROS
Cuando tenemos palabras de consuelo vacías ante el dolor ajeno. Las
veces que explicamos el dolor ajeno sin ponernos en su lugar. Cuando
hablamos con autosuficiencia de padecimientos que nunca hemos vivido… Es
fácil ser fuertes cuando las espaldas que llevan la cruz no son las
nuestras.
Señor Jesús, me ha faltado muchas veces
respeto ante el sufrimiento de mi hermano. Ayúdame a acercarme al dolor
del otro con un sentimiento de pudor, como si me encontrase ante un
misterio sagrado. Hazme entender que Tú tienes necesidad no de palabras,
sino de alguien dispuesto a compadecer, o sea, a sufrir juntos.
Montse de Javier · Comunidade Caná
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