
Si vivimos haciendo siempre lo mismo, fabricamos una absurda
pretensión de que le resultado de nuestras acciones sea diferente,
haciéndonos cada vez más rígidos, impidiéndonos a nosotros mismos
aceptar los cambios, asentándonos en el prejuicio y los malos hábitos
repetidos y elevados a la categoría de “costumbre” porque fueron útiles
alguna vez. Así cerramos la puerta a la libertad personal y nos
encadenamos a los prejuicios, tan destructivos.
Necesitamos liberarnos de cualquier huida de la creatividad; del
miedo a las consecuencias de reflexionar; de la negativa a contrastar
los hechos; de actitudes basadas en el prejuicio (también del prejuicio
respecto a Dios y la espiritualidad); liberarnos, en fin, de la
injusticia que acompaña a los análisis que hacemos y a las conclusiones
que obtenemos, tiñendo la vida entera con la inmoral parcialidad que
aportan los prejuicios.
Padre Roberto
pastoralsantiago.es