La situación generada por el coronavirus permite examinar la vida que llevábamos: de un lado para otro, sin tiempo, acelerados, hablando sin pensar, llenos de complicaciones y prejuicios, de ideas y pensamientos irracionales, generalizaciones, opiniones y decisiones propias de quien vive propietario de todo y dueño de nada.  “Ahora” se nos concede la capacidad de revisar lo que sabemos, repensar lo que somos, renovar lo que creemos, cuestionar lo que pensamos.  Las soluciones, herramientas y desafíos de ayer es posible que no sirvan para la vida y los afanes de hoy.

Si vivimos haciendo siempre lo mismo, fabricamos una absurda pretensión de que le resultado de nuestras acciones sea diferente, haciéndonos cada vez más rígidos, impidiéndonos a nosotros mismos aceptar los cambios, asentándonos en el prejuicio y los malos hábitos repetidos y elevados a la categoría de “costumbre” porque fueron útiles alguna vez.  Así cerramos la puerta a la libertad personal y nos encadenamos a los prejuicios, tan destructivos.

Necesitamos liberarnos de cualquier huida de la creatividad; del miedo a las consecuencias de reflexionar; de la negativa a contrastar los hechos; de actitudes basadas en el prejuicio (también del prejuicio respecto a Dios y la espiritualidad); liberarnos, en fin, de la injusticia que acompaña a los análisis que hacemos y a las conclusiones que obtenemos, tiñendo la vida entera con la inmoral parcialidad que aportan los prejuicios.
Padre Roberto
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