Hoy celebramos el IV Domingo de Cuaresma. ¡Ya llevamos más de
la mitad de nuestro camino cuaresmal! Y parece que es un camino en el
desierto más que otras veces, ¿verdad? Jesús le preguntó al ciego de
nacimiento (y nos pregunta a nosotros): “«¿Crees tú en el Hijo del
hombre?» Él contestó: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?» Jesús
le dijo: «Lo estás viendo: el que te está hablando, ese es.» Él dijo:
«Creo, Señor.» Y se postró ante él.”
Y tú, ¿sabes quién es el Hijo del hombre? ¿De verdad, en lo profundo?
Tal vez hoy, Domingo, sea un buen día para descubrirlo, orarlo y rendir
tu vida en adoración y acción de gracias a sus pies.
Miguel Horacio – Me rindo a Ti https://youtu.be/cHYyRVvih0A
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En este Domingo nos escribe una joven enfermera que trabaja en la «zona cero», un hospital de Madrid:
«En una época en la que, tantas veces, nos creemos dioses, dueños y
señores de nuestra propia vida, sintiéndonos con “derecho” y capacidad
de decidir cada detalle pequeño o grande sobre nuestra propia vida… se
nos presenta un acontecimiento que nos devuelve de nuevo, drásticamente,
a la verdad originaria de nuestra vida: hoy y siempre somos criaturas.
Esta circunstancia nos recuerda que somos vulnerables, mucho más de lo
que creemos. Está inscrito en nuestro cuerpo y en nuestro corazón. Que
hoy podamos descansar en esta verdad de no ser dueños sino criaturas, necesitadas hasta el extremo de nuestro Creador«.
Esta lectura -como para Azarías- puede ser nuestra oración: «Pero ahora, Señor, somos el más pequeño de todos los pueblos; hoy estamos humillados por toda la tierra a causa de nuestros pecados. En este momento no tenemos príncipes, ni profetas, ni jefes; ni holocausto, ni sacrificios, ni ofrendas, ni incienso; ni un sitio donde ofrecerte primicias, para alcanzar misericordia. Por eso, acepta nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humilde, como un holocausto de carneros y toros o una multitud de corderos cebados. Que éste sea hoy nuestro sacrificio, y que sea agradable en tu presencia: porque los que en ti confían no quedan defraudados. Ahora te seguimos de todo corazón, te respetamos y buscamos tu rostro, no nos defraudes, Señor. Trátanos según tu piedad, según tu gran misericordia. Líbranos con tu poder maravilloso y da gloria a tu nombre, Señor» (Daniel 3, 37-41).
Es verdad, hoy nos encontramos confinados, aislados; nos vemos
privados de la experiencia de reunirnos en nuestra Parroquia para
celebrar la Eucaristía. Nos vemos privados de recibir el Alimento, el
Pan Vivo bajado del Cielo. Unámonos en Comunión Espiritual:
«Creo, Jesús mío, que estás real y verdaderamente presente en el
Cielo y en el Santísimo Sacramento del Altar. Te amo sobre todas las
cosas y deseo vivamente recibirte dentro de mi alma, pero no pudiendo
hacerlo ahora sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi
corazón. Y como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno del todo a
Ti, Señor. No permitas que jamás me aparte de Ti. Amén.»
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