EL pasado día 19 de marzo, solemnidad de San José, el arzobispo,
monseñor Barrio, escribió una carta a todos los sacerdotes diocesanos.
El texto se envió por correo electrónico. Como algún sacerdote, al no
disponer de esta herramienta, no ha podido leer el texto del arzobispo,
tan vinculado al Seminario y al ministerio sacerdotal, publicamos ahora
la carta en nuestras páginas diocesanas para conocimiento general de
todos los fieles.
En la solemnidad de San José 2020
Queridos hermanos sacerdotes:
Aprovecho la Solemnidad de San José para saludarles con fraternal
afecto. La figura del Santo Patriarca se incorporó desde la época del
Seminario como un modelo e intercesor de primera magnitud para nuestra
vocación sacerdotal. Siempre encontramos en la vida de este Varón Justo
ejemplo y ayuda para la misión que se nos ha confiado como custodios de
los misterios de Jesús. Con él aprendemos a ejercer nuestra particular
paternidad.
Estos días de la “crisis del coronavirus”, que hemos de vivir en
Providencia de Dios, quisiera hacerme a su camino y llegar a todos y
cada uno de Vds. En la solicitud pastoral del obispo han de encontrar
acogida todos los diocesanos pero, sin duda, los sacerdotes, hermanos y
amigos, colaboradores y consejeros suyos, son un referente especial. Es
el momento de permanecer unidos y fieles al Señor, quien como buen dueño
de la viña no nos abandonará.
En las actuales circunstancias he tenido la oportunidad de mantener
conversaciones con sacerdotes mayores, enfermos y hospitalizados, para
animarles y preocuparme por su situación. Ruego a todos que, ante las
dificultades de desplazamiento que supone el estado de Alarma decretado o
la falta de información que puedan tener los Vicarios acerca de la
situación de algún hermano nuestro, no deje de comunicarlo por los
cauces ordinarios. Si alguno no logra dar solución a las urgencias más
elementales, a la atención médica o, incluso, al sentimiento de soledad,
trataríamos de buscar la solución diocesana a tal problemática.
Necesitamos acompañar y sentirnos acompañados. Hemos de ayudarnos los
unos a los otros orando intensamente, pero también tratando de cuidar la
salud física y avivando la esperanza cristiana. ¡Velemos los unos por
los otros!
Por otra parte, quisiera que tuviesen muy presente su identidad. El
aislamiento en nuestras casas que nos han pedido las autoridades
sanitarias no puede hacernos olvidar nuestra misión. Hemos recibido la
ordenación sacerdotal que nos ha configurado con Cristo Cabeza y Pastor,
identificándonos plenamente con Él. Estos no son días de vacaciones. La
Iglesia en otras muchas épocas ha pasado por situaciones difíciles,
incluso de mayor envergadura. Y los sacerdotes han sabido asumir el
sacrificio imperante en el pueblo, porque para servir a ese mismo pueblo
han sido llamados. Todavía es pronto para saber el horizonte en el que
transcurrirán los acontecimientos. Pero es necesario que la celebración
de la Eucaristía y un ambicioso plan espiritual ancle nuestra vida en el
Señor, para mantenernos fieles y que el corazón siga latiendo
ardorosamente para retomar el ministerio de acercar las personas a Dios.
Cuidar nuestra vida interior significa agradecer al Señor el don de
haber sido elegidos, sin mérito alguno de nuestra parte, para trabajar
en su mies, asociados a su tarea redentora. Él sentirá el consuelo de
nuestra respuesta generosa y, a buen seguro, no dejará de derramar sobre
nosotros el “ciento por uno” prometido.
La espiritualidad es un ejercicio de superación de los propios
límites, ejercitando el espíritu sin miedo a enfrentar la realidad. El
otro es siempre una interpelación, un desafío, un reto. “El rostro del
otro es como un espejo que me permite conocerme a mí mismo”. Es
necesario darle importancia al silencio, la meditación, la
contemplación, la lectura espiritual, donde descubrimos que la verdadera
vida es la vida entregada, sacrificada, gastada por alguna causa digna
y elevada. Ejemplos los tenemos. No olvidemos que ser sacerdote no es
una función sino un don, una participación en la vida de Cristo
crucificado. “La experiencia de la cruz es la experiencia de la verdad
de nuestra vida. La verdad y la cruz son nuestros auténticos espacios de
crecimiento humano y cristiano porque en esos espacios está Jesús,
verdadero Dios y verdadero hombre”.
Por último, invito a todos a aprovechar las oportunidades que ofrece
este tiempo de cuarentena. No debiera interrumpirse la comunicación con
los fieles. Dios no se ha retirado y sigue actuando. De este modo, con
las exigencias que impone la prudencia más delicada, hemos de
evangelizar en el contexto actual: si es posible mantener abierta la
Iglesia evitando riesgos innecesarios; comunicarse a través de los
medios electrónicos; hacer llamadas telefónicas que pueden resultar muy
alentadoras para los fieles… Son gestos sencillos pero muy
significativos. Tal vez estos tiempos premian la calidez de nuestra
presencia y cercanía, sin olvidar el contenido de nuestro mensaje. Ambas
cosas forman parte de la comunicación de la Buena Nueva de Jesucristo.
Encomendamos nuestro ministerio a San José, para reavivar la gracia
que hemos recibido. Él nos conduce hacia la presencia alentadora de la
Santísima Virgen, madre de los sacerdotes y allí nos sentimos seguros y
nos muestra el camino de la fidelidad a Jesús, centro de nuestra vida.
Rezo con vosotros y por vosotros. También en nombre del Sr. Obispo
Auxiliar os saludo con fraternal afecto y bendigo en el Señor.
+ Julián Barrio Barrio,
Arzobispo de Santiago de Compostela.
Arzobispo de Santiago de Compostela.
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