Un nuevo viernes de Cuaresma. Ya van quedando menos. ¿Estamos
aprovechando el regalo de esta Cuaresma tan especial que nos ha
concedido el Señor? Sí, regalo, no se me ha ido la cabeza. Porque, como
decía San Ireneo, “Adán jamás escapa de las manos de Dios”. Es
una frase que siempre me ha gustado, porque me da un profundo descanso
en la confianza plena del Amor de Dios por nosotros. Nada escapa de sus
manos, nada. Y en Adán, “primer hombre”, estamos tú y yo. Así que tú y
yo jamás nos bajamos de sus manos amorosas. Qué descanso, ¿verdad? Una
vez visto así, que todo está en su amorosa providencia… esta situación
se ve de otro modo… ¿a que sí? Jesús, confío en Ti.
Hmna. Glenda – Confiaré en Ti https://youtu.be/GTKs94-7_PQ
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Escribe hoy Chus Villarroel:
«Al Espíritu Santo se le ha ocurrido cancelar este año todas las
celebraciones cuaresmales. Es un signo. Ha hecho callar los oficios
divinos solemnes, las procesiones, las cofradías, cualquier
manifestación religiosa que incluya reunión y multitud. Este año nos
quiere hablar a todos más individualmente y nos ha llevado al desierto
para hablarnos al corazón. Haremos una pascua menos celebrativa y más
existencial. Quiere que descubramos a Cristo desde nuestra situación
personal. Nos pregunta cómo vamos llevando nuestra vida y nos hace ver
con cuánta burguesía y frivolidad hemos vivido muchas cosas. El miedo,
la incertidumbre, el futuro, están sustituyendo este año a los ayunos,
abstinencias y formas tradicionales y poco operativas para realizar en
nosotros un cambio verdadero. El puesto de trabajo, la hipoteca, los
ertes y la debilidad económica son las penitencias que habían perdido su
sentido cuaresmal.
Lo primero que necesitamos para un cambio profundo es la humildad.
Hemos sufrido muchas cosas, entre ellas, guerras mundiales que no han
cambiado nada porque los vencedores se hicieron soberbios y los vencidos
ocultaban su soberbia en las ganas de revancha. En esta guerra de ahora
es todo distinto. Es un enemigo común que se enfrenta a toda la
humanidad. No es nada ni es nadie pero tiene capacidad de enfrentarnos
con la muerte y eso es el fin. Estas son palabras mayores. Ante este
hecho se cambia la economía y lo que haya que cambiar. Lo que queremos
es ahuyentar la muerte. En nuestra soberbia pensábamos que en el siglo
XXI… Mas, hete aquí, que a un pequeño bicho ya conocido en nuestros
laboratorios se le han hinchado las narices y nos tiene a todos
humillados hasta el polvo y encerrados en nuestras huras y guaridas como
la paloma y el conejo cuando sobrevuelan el águila y el halcón.
El mundo del que venimos en su soberbia ha pecado mucho contra la fe y
la ha odiado con ganas de destruirla. La fe es un don y un regalo de
Dios pero en lo humano se fundamenta en nuestra debilidad y
vulnerabilidad. No somos casi nada. Esto debemos pensarlo de vez en
cuando, aunque no sea políticamente correcto. Si nos olvidamos
demasiado, un pequeño virus se encargará de recordárnoslo. El enigma
ahora es si vamos a ser capaces de aprender algo. ¿Seguirá después el
endurecimiento o cambiará de signo?
Por cierto, pienso que a uno que no le está gustando nada esta deriva
del Coronavirus es a Satanás. Su argumento original para hacer pecar a
los hombres, el “seréis como dioses”, no está en su mejor momento.
Señor, haznos un poco más humildes, porque la soberbia nos destruye.
Tu pueblo se ha tragado todo bajo capa de modernidad y progreso. Que al
menos tu pueblo, el pueblo de la fe, aprenda algo de lo que nos estás
diciendo. Haz que penetremos en la humildad de nuestra carne y
comprendamos aquello que se nos dijo al principio de esta Cuaresma:
“Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás”.
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