Este domingo comenzó el viaje apostólico del Papa Francisco a Bulgaria y Macedonia, que comenzó en el aeropuerto de Sofía, donde fue recibido por el primer ministro Boris Bodísov. Luego se trasladó hasta el Palacio Presidencial, y allí mantuvo un encuentro con el presidente Rumen Radev antes de pronunciar su primer discurso a las autoridades, el cuerpo diplomático y la sociedad civil en la Plaza Atanas Burov.
Dicha plaza homenajea, llevando su nombre, al político búlgaro Atanas Burov, varias veces ministro entre 1911 y 1931 y condenado en 1944 por los comunistas a un año de cárcel primero y a veinte años después,
que empezó a cumplir en un campo de concentración hasta morir en 1954,
casi octogenario. Francisco recordó en sus palabras a Burov, quien
"sufrió la dureza de un régimen que no podía aceptar la libertad de
pensamiento", un "régimen totalitario que limitaba la libertad y las iniciativas".
El Papa recordó que Bulgaria es "una tierra en la que han arraigado antiguas raíces cristianas",
y dijo que llegaba para "confirmar en la fe y a animar en su cotidiano
camino de vida y de testimonio cristiano" a los católicos, apenas un 1%
en una población mayoritariamente ortodoxa. Asimismo, invocó el documento de Abu Dabi al
abogar por que "cada religión, llamada a promover la armonía y la
concordia, ayude al crecimiento de una cultura y de un ambiente
permeados por el pleno respeto por la persona humana y su dignidad,
instaurando conexiones vitales entre civilizaciones, sensibilidades y
tradiciones diferentes, y rechazando toda violencia y coerción".
También evocó la visita de San Juan Pablo II en 2002 y a San Juan XXIII,
quien fue nuncio en Sofía, y guardó siempre hacia su pueblo
"sentimientos de gratitud y de profunda estima por vuestra nación, hasta
el punto de afirmar que, estuviese donde estuviese, su casa siempre
habría estado abierta para vosotros, sin necesidad de decir si se era
católico u ortodoxo, sino solo un hermano de Bulgaria".
Francisco señaló la emigración como uno de los
grandes problemas búlgaros, dado que ha supuesto la marcha de dos
millones de personas. Al mismo tiempo, "Bulgaria, como otros países del
viejo continente, tiene que hacer frente a lo que se puede considerar un nuevo invierno demográfico, que ha caído como una cortina de hielo sobre buena parte de Europa,
consecuencia de una disminución de la confianza en el futuro. La caída
de los nacimientos, por tanto, sumándose al intenso flujo migratorio, ha
supuesto la despoblación y el abandono de tantos pueblos y ciudades".
Paralelamente, Bulgaria es ahora también destino de movimientos migratorios
de quienes huyen "de la guerra y los conflictos o la miseria, e
intentan alcanzar de cualquier forma las zonas más ricas del continente
europeo, para encontrar nuevas oportunidades de existencia o simplemente
un refugio seguro".
El primer acto público del Papa en Bulgaria fue con las autoridades y representantes de la sociedad civil.
Ante ambos problemas, el Papa pidió a los gobernantes que creen "condiciones favorables
con vistas a que los jóvenes puedan invertir sus nuevas energías y
programar su futuro personal y familiar, encontrando en su patria las
condiciones que les permitan llevar una vida digna", y que no cierren "los ojos, ni el corazón, ni la mano a quien llama a vuestra puerta".
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