“Libertad religiosa para el bien de todos. Enfoque teológico de los desafíos contemporáneos”
es título de un documento que se hizo público ayer, con aprobación del
Santo Padre, elaborado por la Comisión Teológica Internacional. Es el
fruto del trabajo de esta Comisión que ha visto la necesidad de
“profundizar sobre el tema de la libertad religiosa en el contexto
actual” como se explica en la introducción del documento, por medio de
un comité presidido por el teólogo español Javier Prades López, y con el
que se ha buscado una actualización de la Declaración Conciliar Dignitatis humanae,
del año 1965, sobre la libertad religiosa, la cual vio la luz en un
contexto histórico significativamente diferente al presente.
El texto reafirma que la libertad religiosa, en su dimensión
individual y comunitaria, es el fundamento de todas las demás libertades
y promueve no hegemonías o privilegios, sino el bien para todos.
La libertad religiosa, libertad fundamental
La Comisión Teológica Internacional la constituyó el Papa Pablo VI en conexión con la Congregación para la Doctrina de la Fe
con el fin de ayudar a la Santa Sede y especialmente a esta
Congregación a examinar cuestiones doctrinales de mayor importancia.
Está presidida el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe,
actualmente el cardenal español Luis Ladaria.
Fundamentalismo y relativismo
Tal y como presenta la agencia de noticias de la Santa Sede
el documento, en las sociedades secularizadas de hoy –observa el
documento– “las diferentes formas de comunidad religiosa siguen siendo
percibidas socialmente como factores relevantes de intermediación entre
los individuos y el Estado”. Frente a ello, “la radicalización religiosa
actual, denominada 'fundamentalismo' (...) no parece ser un mero
regreso más 'observador' a la religiosidad tradicional”, sino que “se
caracteriza a menudo por una reacción específica a la concepción liberal
del Estado moderno, debido a su relativismo ético y a su indiferencia
hacia la religión”.
Totalitarismo blando del Estado liberal
“Por otra parte, el Estado liberal parece estar abierto a la crítica
también por la razón contraria: es decir, por el hecho de que su
proclamada neutralidad no parece capaz de evitar la tendencia a
considerar la fe profesada y la pertenencia religiosa como un obstáculo
para la admisión de los individuos a la plena ciudadanía cultural y
política. Una forma de 'totalitarismo blando', podría decirse, que nos
hace particularmente vulnerables a la propagación del nihilismo ético en
la esfera pública”.
Ideología de neutralidad que margina la fe
“La pretendida neutralidad ideológica de una cultura política que
pretende querer construir sobre la formación de reglas de justicia
meramente procesales, eliminando toda justificación ética y toda
inspiración religiosa, muestra la tendencia a elaborar una ideología de
neutralidad que, de hecho, impone la marginación, si no la exclusión, de
la expresión religiosa de la esfera pública. Y por lo tanto, desde la
plena libertad de participación hasta la formación de una ciudadanía
democrática. De ahí la ambivalencia de una neutralidad de la esfera
pública que sólo es aparente y de una libertad civil objetivamente
discriminatoria. Una cultura civil que define su humanismo a través de
la eliminación del componente religioso de lo humano, se ve obligada a
eliminar incluso partes decisivas de su historia: su conocimiento, su
tradición, su cohesión social. El resultado es la eliminación de partes
cada vez más sustanciales de la humanidad y de la ciudadanía de la que
se forma la propia sociedad. La reacción a la debilidad humanista del
sistema incluso hace que parezca justificado que muchos (especialmente
los jóvenes) lleguen a un fanatismo desesperado: ateo o incluso
teocrático. La incomprensible atracción que ejercen las formas violentas
y totalitarias de la ideología política, o de la militancia religiosa,
que parecían ya relegadas al juicio de la razón y de la historia, debe
cuestionarnos de una manera nueva y con mayor profundidad de análisis”.
Imitación secularista de la concepción teocrática
Se observa entonces que, cuando un estado tan “moralmente neutral”
comienza a “controlar el campo de todos los juicios humanos”, comienza a
tomar los rasgos de un estado “éticamente autoritario” que toma la
forma de “una imitación secularista” de la concepción teocrática de la
religión, que decide la ortodoxia y la herejía de la libertad en nombre
de una visión político-salvífica de la sociedad ideal: decidiendo a
priori su identidad perfectamente racional, perfectamente civilizada,
perfectamente humana. El absolutismo y el relativismo de esta moral
liberal se contraponen aquí, con efectos de exclusión antiliberal en la
esfera pública, dentro de la pretendida neutralidad liberal del Estado”.
El regreso de la religión en el tercer milenio
El documento destaca, por tanto, la negación de la “tesis clásica,
que preveía la reducción de la religión como efecto inevitable de la
modernización técnica y económica”: en cambio, hoy se habla del “regreso
de la religión a la escena pública”. La correlación automática entre el
progreso civil y la extinción de la religión, en realidad, se ha
formulado sobre la base de un prejuicio ideológico, que considera la
religión como la construcción mítica de una sociedad humana que aún no
domina los instrumentos racionales capaces de producir la emancipación y
el bienestar de la sociedad. Este sistema ha demostrado ser
inadecuado”. Al mismo tiempo – señala el texto – el llamado “retorno de
la religión” también presenta aspectos de “regresión” cultivados “a raíz
de la contaminación arbitraria entre la búsqueda del bienestar
psicofísico y las construcciones pseudocientíficas de la cosmovisión”,
por no hablar de la “áspera motivación religiosa de ciertas formas de
fanatismo totalitario, que pretenden imponer, incluso dentro de las
grandes tradiciones religiosas, la violencia terrorista”.
Desarrollos doctrinales
El documento explica el desarrollo doctrinal de la Declaración del
Concilio, donde el Magisterio de la Iglesia condenó una vez la libertad
de conciencia, en un “contexto histórico” en el que el cristianismo, que
representaba “la religión del Estado y la religión dominante de facto
en la sociedad occidental”, sufrió “la formulación agresiva de un
laicismo de Estado”. Dignitatis humanae devuelve “a su
evidencia fundamental la enseñanza del cristianismo, según la cual no se
debe forzar la religión, porque esta fuerza no es digna de la
naturaleza humana creada por Dios y no corresponde a la doctrina de la
fe profesada por el cristianismo. Dios llama a cada hombre a sí mismo,
pero no obliga a nadie a hacerlo. Por lo tanto, esta libertad se
convierte en un derecho fundamental que el hombre puede reclamar en
conciencia y responsabilidad ante el Estado”.
El Papa Wojtyla: libertad religiosa, fundamento de otras libertades
Recordamos, pues, a San Juan Pablo II cuando afirma que la libertad
religiosa, fundamento de todas las demás libertades, es una exigencia
indispensable de la dignidad de toda persona. No es un derecho entre
otros, sino que constituye “la garantía de todas las libertades que
garantizan el bien común de las personas y de los pueblos”.
Benedicto XVI: la libertad religiosa, un derecho no sólo de los creyentes
Para Benedicto XVI el derecho a la libertad religiosa tiene sus
raíces en la dignidad de la persona humana como ser espiritual,
relacional y abierto a lo trascendente. Por lo tanto, no es un derecho
reservado sólo a los creyentes, sino a todos, porque es la síntesis y la
cumbre de los demás derechos fundamentales”. En referencia a las
relaciones con el Estado, el Papa Ratzinger habla de “laicismo
positivo”, que es el principio que promueve la cooperación entre las
esferas política y religiosa en la debida distinción de sus respectivas
tareas. En este sentido, la dimensión no sólo individual sino también
comunitaria de la religión favorece la construcción del bien común, más
allá de cualquier tentación de hegemonía.
Francisco: libertad religiosa, baluarte contra el totalitarismo
El Papa Francisco subraya que la libertad religiosa no pretende
preservar una “subcultura”, como quisiera “un cierto secularismo, sino
que es un don precioso de Dios para todos, garantía básica de cualquier
otra expresión de libertad, baluarte contra el totalitarismo y
contribución decisiva a la fraternidad humana”. Por eso, “Francisco
presta gran atención a los numerosos mártires de nuestro tiempo,
víctimas de persecución y violencia por motivos religiosos, así como a
las ideologías que excluyen a Dios de la vida de las personas y de las
comunidades. Para el Pontífice, la religión auténtica, desde dentro,
debe ser capaz de dar cuenta de la existencia del otro para fomentar un
espacio común, un ambiente de colaboración con todos, en la
determinación de caminar juntos, de orar juntos, de trabajar juntos, de
ayudarnos juntos a establecer la paz.
Derecho a la objeción de conciencia
La Iglesia proclama la libertad religiosa para todos y espera también
“que sus miembros vivan libremente su fe y que los derechos de su
conciencia sean protegidos allí donde respeten los derechos de los
demás”. Vivir la fe puede requerir a veces la objeción de conciencia. De
hecho, las leyes civiles no obligan en conciencia cuando contradicen la
ética natural y, por lo tanto, el Estado debe reconocer el derecho de
las personas a la objeción de conciencia.
Violaciones de la libertad religiosa
“De hecho – dice el documento – en algunos países no hay libertad
religiosa legal, mientras que en otros la libertad legal se limita
drásticamente al ejercicio del culto comunitario o a prácticas
estrictamente privadas. En estos países no se permite la expresión
pública de una creencia religiosa, todas las formas de comunicación
religiosa están generalmente prohibidas, y se reservan penas severas,
incluida la pena de muerte, para quienes deseen convertirse o intenten
convertir a otros. En los países dictatoriales donde prevalece el
pensamiento ateo – y con la debida distinción, incluso en algunos países
que se consideran democráticos – los miembros de las comunidades
religiosas son a menudo perseguidos o sometidos a un trato desfavorable
en el lugar de trabajo, son excluidos de los cargos públicos y se les
niega el acceso a determinados niveles de asistencia social. Asimismo,
las obras sociales nacidas de los cristianos (en los campos de la salud,
la educación, etc.) están sujetas a limitaciones a nivel legislativo,
financiero o comunicativo, lo que dificulta, si no imposibilita, su
realización. En todas estas circunstancias no hay verdadera libertad de
religión. Una verdadera libertad de religión sólo es posible si puede
expresarse con diligencia”.
Misión ad gentes y diálogo interreligioso
El diálogo interreligioso, fomentado por la libertad religiosa,
camino hacia la paz “en la búsqueda del bien común junto con los
representantes de otras religiones”, es “una dimensión inherente a la
misión de la Iglesia”. Como tal, no es el fin de la evangelización, pero
contribuye en gran medida a ella; por lo tanto, no debe ser entendida o
puesta en práctica como una alternativa o en contradicción con la
misión ad gentes”.
El martirio cristiano: un amor que supera al odio
El texto aborda también el tema del “martirio” como “el supremo
testimonio no violento de la propia fidelidad a la fe, objeto de odios,
intimidaciones y persecuciones específicas”. El martirio se convierte en
“el símbolo extremo de la libertad de oponer el amor a la violencia y
la paz al conflicto”. En muchos casos, la determinación personal del
mártir de aceptar la muerte se ha convertido en una semilla de
liberación religiosa y humana para una multitud de hombres y mujeres,
hasta el punto de liberarlos de la violencia y superar el odio. La
historia de la evangelización cristiana lo atestigua, también a través
de la iniciación de procesos y cambios sociales de importancia
universal. Estos testigos de la fe son motivos justos para la admiración
y el seguimiento por parte de los creyentes, pero también para el
respeto por parte de todos los hombres y mujeres que se preocupan por la
libertad, la dignidad y la paz entre los pueblos. Los mártires
resistieron la presión de las represalias, anulando el espíritu de
venganza y violencia con la fuerza del perdón, el amor y la
fraternidad”.
El crucifijo en la escuela, cada día más perseguido bajo la excusa de una no justificada libertad religiosa
Martirio blanco
A veces, las personas no son asesinadas en nombre de su práctica
religiosa y, sin embargo, deben sufrir actitudes profundamente
ofensivas, que las mantienen al margen de la vida social: exclusión de
los cargos públicos, prohibición indiscriminada de sus símbolos
religiosos, exclusión de ciertos beneficios económicos y sociales..., en
lo que se denomina “martirio blanco” como ejemplo de confesión de fe.
Este testimonio sigue siendo una prueba de sí mismo en muchas partes del
mundo: no debe atenuarse, como si fuera un simple efecto secundario de
los conflictos por la supremacía étnica o por la conquista del poder. El
esplendor de este testimonio debe ser bien entendido e interpretado.
Nos instruye sobre el auténtico bien de la libertad religiosa de la
manera más clara y eficaz. El martirio cristiano muestra a todos lo que
sucede cuando la libertad religiosa de los inocentes es opuesta y
asesinada: el martirio es el testimonio de una fe que permanece fiel a
sí misma negándose a vengarse y matar hasta el último momento. En este
sentido, el mártir de la fe cristiana no tiene nada que ver con el
suicidio-homicidio en nombre de Dios: tal confusión es ya en sí misma
una corrupción de la mente y una herida del alma”.
Iglesia respetuosa de la libertad individual y del bien común
“El cristianismo no cierra la historia de la salvación dentro de los
confines de la historia de la Iglesia” porque toda la historia humana
debe ser vista a la luz del amor de Dios, que “quiere que todos los
hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Timoteo
2,4). “La forma misionera de la Iglesia, inscrita en la misma
disposición de la fe, obedece a la lógica del don, es decir, de la
gracia y de la libertad, no a la del contrato y de la imposición. La
Iglesia es consciente de que, incluso con la mejor de las intenciones,
esta lógica ha sido contradicha - y siempre corre el riesgo de serlo -
por un comportamiento diferente e incoherente con la fe recibida”. La
Iglesia tiene un estilo de testimonio de la fe que es “absolutamente
respetuoso de la libertad individual y del bien común”. Este estilo,
lejos de atenuar la fidelidad al acontecimiento salvífico, que es el
tema del anuncio de la fe, debe hacer aún más transparente su
alejamiento del espíritu de dominación, interesado en la conquista del
poder por sí mismo”.
La libertad de aceptar el Evangelio
“El Reino de Dios – concluye el documento – ya está en acción en la
historia, esperando el adviento del Señor, que nos introducirá en su
cumplimiento. El Espíritu que dice “¡Ven!” (Ap 22,17), que recoge los
gemidos de la creación (cf. Rm 8,22) y hace “nuevas” todas las cosas (Ap
21,5), trae al mundo el valor de la fe que sostiene (cf. Rm 8,1-27), en
favor de todos, la belleza de la “razón [logos] de la esperanza” (1 P
3,15) que está en nosotros. Y la libertad, para todos, de escucharlo y
seguirlo”.
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