El Papa Francisco ha aprobado el pasado jueves 4 de mayo el milagro que permite al venerable P. Francisco Solano Casey dar un paso más en su camino hacia los altares. Se trata de un capuchino que dedicó su vida al servicio de los demás, nunca fue brillante en sus estudios, pero pocos supieron vivir la misericordia como él. Pasó gran parte de su vida como portero de un monasterio capuchino, y en esa puerta las personas se agolpaban para escucharle, pedir consejo o la curación de sus familiares. Una prueba de ello fue el comedor que dio alimentos a miles y miles de personas durante la Gran Depresión del 29 que sacudió Estados Unidos, y de una forma especial la ciudad en donde él vivía, Detroit.
El P. Solanus Casey nació en una granja en el estado de Wisconsin en 1870. Sus padres eran inmigrantes irlandeses y él era el sexto hijo de 10 que tuvo el matrimonio. No destacó en los estudios, por lo que siendo joven trabajó como maderero, practicante en un hospital, conductor de automóvil e, incluso, guardia de prisión.

Cuando tenía 21 años decidió entrar en el seminario de St. Francis cerca de Milwaukee, pero debido a las limitaciones académicas se le aconsejó que reconsiderara su vocación. Orando ante una imagen de la Virgen María, una luz le indicó que debía ir a Detroit. Y así, en 1897 ingresó en la orden de los capuchinos recibiendo el nombre religioso de Francisco Solano, como franciscano que recorrió el continente americano en el siglo XVI evangelizando a los indios.

Su nivel académico era bajo, por lo que se le permitió ordenarse sacerdote en 1904 pero como sacerdote “simplex”, es decir, que el Arzobispo no le concedió facultades para oír confesiones y predicar.

Su primer destino fue Nueva York, Harlem y Yonkers, y en 1924 fue destinado a Detroit, concretamente al Monasterio de St. Bonaventure, en donde trabajó durante veinte años en la portería. Aquí conoció a muchas personas de todas las edades y religiones, y se ganó el título de “El Portero”. En época de apuro y dolor, las personas buscaban sus oraciones y consejos. Constantemente mostró su amor por Dios y por los demás, dispuesto a escuchar a cualquier persona a cualquier hora del día o de la noche. A cambio, él pedía a la gente que amara y apoyara las misiones. Su fama se extendió con el tiempo por numerosos lugares de Estados Unidos por el don de sanar enfermos, más allá incluso de su muerte.

Durante el período de la Gran Depresión de 1929, el Padre Solano Casey fundó un comedor social para los pobres y desamparados, el cual, actualmente, sigue funcionando bajo del patrocinio de los Padres Capuchinos y de la Fundación que lleva su nombre.

Falleció en Detroit el 31 de julio de 1957, y a sus funerales acudieron miles de personas. Años después, el Papa san Juan Pablo II lo declaró Venerable, el 31 de julio de 1995.

Elizabeth, la niña curada de leucemia
Su fama de sanador era conocida en muchos lugares de Estados Unidos, tal y como explica Agustín Fabra en su blog Vida en abundancia, quien relata que en 1940, una niña de 16 meses llamada Elizabeth Fanning se encontraba grave debido a una enfermedad que en aquella época era letal: leucemia, cáncer en la sangre.

A pesar de haber nacido completamente sana, sus padres la sometieron a un tratamiento con una nueva tecnología para eliminar una mancha rojiza que tenía en el cuello, y también para prevenir el crecimiento de una masa que mostraba en la mejilla.

Después de una radioterapia, la masa de la mejilla desapareció y la mancha del cuello dejó de expandirse. Pero a partir de ese momento se empezó a evidenciar un efecto colateral: la niña dejó de crecer normalmente y su cabello se le cayó y no le volvió a salir. Además empezó a lucir demacrada y casi sin aliento de vida.

Después de ser llevada a la Clínica Mayo de Minnesota, el grupo de expertos que la revisó diagnosticó que su enfermedad era mortal. La única opción era la de remover el bazo, pero la niña estaba demasiado débil para soportar esa operación.

Prácticamente desahuciada por la medicina, una tía de la niña que pertenecía a un grupo parroquial afiliado al Monasterio de monjes capuchinos de Detroit, le sugirió a sus padres que llevaran a Elizabeth a ver a Fray Solanus Casey, a quien muchos ya le calificaban como un santo con un gran don curativo. Por esa razón los padres de la niña decidieron seguir el consejo de la tía y viajaron a Detroit en busca de Fray Solanus.

A su llegada al Monasterio, el religioso les recibe amablemente y escucha con atención su tragedia. Les dedica una gran cantidad de tiempo, a pesar de que muchas personas están esperando la oportunidad de hablar con él.

Fray Solano les dice que lo único que puede interrumpir que el poder de Dios opere en nuestra vida son nuestras propias dudas y miedos. Indica también a los padres que deben llevar a cabo actos concretos que demuestren su total confianza en la bondad de Dios. Les pido también que superen la tristeza y la ansiedad, que es lo que frustra los diseños misericordiosos de Dios. Y como consejo final, les recomienda que den las gracias a Dios por todo lo que Él va a hacer por ellos y por lo que van a recibir. Entonces, Fray Solanus, con voz muy suave, le habla a la pequeña Elizabeth durante unos minutos, y al final le dice con voz tranquila pero confiada: ‘Tú vas a estar bien, Elizabeth’.

La familia Fanning emprende su camino de regreso al hogar, pero durante el trayecto en tren empezaron a notar que le niña muestra un estado de alerta poco común en ella. Poco a poco empieza a mirar las cosas con interés, e incluso empieza a sonreír. Sus padres se encontraron sorprendidos, pero también felices por el repentino cambio que notan en la niña, quien no sólo saluda y le sonría a la gente, sino que muy pronto empezó a caminar.

Cuando Elizabeth fue llevada de vuelta a la clínica, los doctores que la habían tratado la miraban incrédulos dado que la niña lucía tan diferente y porque todos los síntomas de la enfermedad habían desaparecido.

Un sacerdote que conocía a Fray Solanus declaró lo siguiente: ‘Si las personas eran curadas ante él, sus ojos se le llenaban de lágrimas y parecía maravillado por el poder de la Eucaristía. En su mente, la sanación no tenía ninguna conexión con él’.

Llamados a ser servidores
Del P. Solano Casey se recuerdan algunos de sus mensajes, pero entre aquellos que reflejaban su forma de ser y la predicación que ofrecía a todos se encuentra esta invitación a la santidad: “Siempre traten de ser los que sirvan, no los que son servidos; traten de ser los que complazcan a los demás, no los que deban ser complacidos. No caigan en la grave trampa de ver todos los acontecimientos solamente en relación a cómo les afectan a ustedes. Tal egocentrismo es la ruina de la santidad personal. Tomen en serio estas palabras. Es la Voluntad de Dios para ustedes”.
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