¿De quién es el cuerpo? Cuantos creen en la reencarnación nunca han satisfecho del todo preguntas importantes: ¿por qué una vaca es más sagrada que un delfín? ¿Cómo sabes cuántas vidas has tenido antes? ¿Bastan diez buenas obras para nacer rico en 2050 por el “karma”. ¿Eres tú o eres el bisabuelo difunto de Lolita que vive en ti?
En Stalingrado, los oficiales soviéticos enviaban remesas de soldados rusos hacia el enemigo nazi que ametrallaba sin tregua; subordinaban esas vidas a otro cuerpo de instancia superior: la patria. Eso había que salvar, sin importar tanto el individuo, el soldado. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo. El Señor nos asoció a Él; nos ama personalmente a cada uno. No somos su “masa anónima”. Le importamos de 1 en 1.
El Cuerpo de Jesús nos ha abierto la puerta hacia el Misterio de Dios. Su vida entera es EL SIGNO. Como las palabras son el signo que da acceso a la mente y al corazón de las personas. Una de las lecciones que nos deja la política contemporánea es que las palabras pueden resultar tremendamente frías y vacías si no portan vida.
Tal vez por eso, Jesús nunca pronuncia palabras vanas. Las aterriza. Al conocer y amar a cada hermano y hermana suyos, concreta a cada quien lo que necesita; que no siempre coincide con lo que quisieran escuchar. Y esas palabras, llenas de Espíritu, conectan con un deseo íntimo, innato que permite responder, disponerse, ir hacia Él. Conservando por completo la dignidad y la personalidad. Susurrando nuestro origen.
Un esposo o una esposa que no comprendan su misión de custodiar y amar el cuerpo de su cónyuge como algo propio, se asomarán al abismo de los malos tratos y la amargura de una relación nociva. Cristo asume a la Iglesia como Su cuerpo; vive por ella. La Iglesia tiembla de emoción ante el Cuerpo de Cristo.
Manuel Blanco
Delegado de Medios
de Comunicación Social
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