Después de tres meses, se hicieron a la vela en Dióscuros,
una nave de Alejandría, que había invernado en la isla. Se dirigieron a
Siracusa, al Sur de Sicilia, y allí se detuvieron tres días. Desde
Siracusa, yendo por la costa, alcanzaron llegar a Regio: lo que hoy se
denomina Reggio Calabria, en el extremo Sur de la bota de Italia, con el
mar que los separa de Sicilia. Un día más tarde, dejándose llevar del
viento del Sur, se dejaron conducir hacia el Norte de Italia y llegaron a
Puzol, un lugar hoy conocido como Pozzuoli, en el Mar Tirreno.
En Pozzuoli había creyentes en Cristo, que los recibieron llenos de
gozo, y les pidieron que se quedaran con ellos algún tiempo. Ellos
permanecieron allí siete días.
De nuevo, se echaron a la mar, y llegaron al Foro Apio y a Tres
Tabernas. Los cristianos de allí salieron a recibirlos; y, al verlos
Pablo, su espíritu cobró ánimo.
Ya en Roma, le permitieron a Pablo vivir en una casa particular, con
un soldado que lo custodiase. Tres días después convocó a los
principales entre los judíos. Pudo de ese modo dirigirles la palabra.
Les indicó que, no habiendo hecho nada contra el pueblo ni contra las
tradiciones de los padres, habiendo sido hecho prisionero en Jerusalén,
fue entregado en manos de los romanos, quienes, después de interrogarle,
querían ponerle en libertad; pero, al arremeter contra él los judíos,
tuvo que apelar al César. Al llegar a Roma, los convocó para que
salieran en su ayuda, pues por la esperanza de Israel lleva las cadenas.
Ellos asintieron a continuar escuchándole.
José Fernández Lago
pastoralsantiago.es
Foto: Miguel Castaño