Desde Cesarea, acompañaron a Pablo y a sus ayudantes algunos
discípulos, que sabían de la casa del chipriota Menasón, habitante de
Jerusalén, donde se iba a albergar Pablo. Ya en Jerusalén, les
recibieron con gozo los hermanos en la fe. Fueron al día siguiente a
casa de Santiago el Justo, obispo de Jerusalén, y allí se reunieron
todos los presbíteros de la ciudad.
Lo primero que hizo Pablo, fue contar los frutos de su ministerio
entre los gentiles. Ellos refirieron también cómo muchos judíos habían
abrazado la fe y guardaban al mismo tiempo la Ley de Moisés. Sin embargo
les había llegado la noticia de que Pablo enseñaba a apostatar de
Moisés a todos los judíos que convivían en muchos lugares habitados por
gentiles, moviendo a que no circuncidaran a sus hijos ni fueran
observantes de la Ley Mosaica. Los presbíteros, por su parte, les dirían
a los paganos que guardaran lo establecido en el Concilio de Jerusalén.
Le dijeron a Pablo que su llegada a Jerusalén no iba a pasar
desapercibida por parte de los judíos. Teniendo eso en cuenta, le
aconsejaron que acompañara a cuatro hombres que habían hecho voto de
nazireato; que entrara con ellos, pues se habían cumplido los días de su
purificación, y que satisficiera el importe de la ofrenda en el templo.
Así lo hizo Pablo; pero llegaron allí, vociferando, judíos venidos de
Asia, acosándole y proclamando que había introducido gentiles en el
templo y que, de ese modo, había profanado aquel lugar. Se alborotó toda
la ciudad, echaron fuera a Pablo y cerraron el templo. Denunciaron a
Pablo ante el tribuno, y este mandó unos soldados, que defendieron a
Pablo de los golpes de la muchedumbre.
José Fernández Lago
pastoralsantiago.es
Foto: Miguel Castaño