La voz de Vittorio Messori siempre se escucha con atención sobre cualquier asunto que concierna a la apologética, pero también al presente de la Iglesia. No muchos pueden presumir de haber entrevistado a fondo a dos Papas, Juan Pablo II (Cruzando el umbral de la esperanza) y Benedicto XVI. En el caso del entonces cardenal Joseph Ratzinger, para dar a luz uno de los libros más influyentes en la historia de la Iglesia en el siglo XX: el Informe sobre la fe. Riccardo Cascioli le ha entrevistado en Brújula Cotidiana en torno a la actitud de la Iglesia ante la crisis del coronavirus:

Han pasado 36 años desde el Informe sobre la fe, el libro-entrevista de Vittorio Messori al cardenal Joseph Ratzinger que define el pontificado de San Juan Pablo II.

-Recordemos la imagen de fray Cristóforo en el Lazzaretto, junto con las víctimas de la peste, con las que muere por esta enfermedad. Es una imagen fuerte la de Manzoni en el libro Los novios, un clásico de la literatura italiana. ¿Le gustaría que todos los sacerdotes fueran así?

-No se puede pretender que todos los sacerdotes sean como el fraile de la memoria de Manzoni, pero fray Cristóforo es el emblema de una Iglesia que durante las plagas de todas las épocas siempre se ha comportado de la misma manera. Es decir, ha mandado a sus hombres en medio de las víctimas de la peste para tratar de ayudarlas, asistirlas durante la muerte, para confesarlas por última vez. Por supuesto, se puede decir que los tiempos han cambiado, que ya no es el tiempo de fray Cristóforo, pero el hecho es que en la historia, cuando estas epidemias estallaban, el clero siempre se movilizaba y muchos de ellos morían. No se trataba de un desafío a Dios, sino de la conciencia de una misión, la Iglesia se distinguió por su testimonio, ponía en marcha a los suyos para tratar de aliviar un poco el sufrimiento de los afectados. Esto no quita que muchos sacerdotes vivan así hoy en día, varias docenas han muerto también aunque no sabemos de qué manera, pero estos actos de heroísmo son más bien iniciativas personales del clero. Por el contrario, se tiene la percepción de una Iglesia asustada, con obispos y sacerdotes seguros en sus casas.


-También la suspensión precipitada de las misas con gente y el desorden de las iglesias cerradas y luego reabiertas, y en todo caso la debilidad en pedir el libre acceso respetando las medidas de seguridad, da la idea de una “Iglesia en retirada”.

-En una cosa me gustaría ser claro. No olvidemos que San Pablo dice que hay que obedecer a las autoridades siempre que sean legítimas y cuando sus órdenes no sean contrarias a la fe. Obedecer a las autoridades legítimas es un deber para nosotros. Por lo tanto, algunas medidas pueden ser discutidas, pero es un deber obedecer, también en este caso. Sin embargo, esto no quita que, precisamente de acuerdo con las instrucciones del Gobierno, en muchos casos se puedan celebrar misas con el pueblo teniendo en cuenta todas las medidas de seguridad, que obviamente se deben garantizar. Hay iglesias que tienen grandes atrios, y con las puertas abiertas y los altavoces, junto a personal de orden que controle a la gente de fuera, no es difícil organizar la presencia de público, por pequeña que sea. Pero aparte de eso, hay otros gestos que pesan mucho.

-¿Por ejemplo?
-Ciertamente las imágenes de la Plaza de San Pedro cerrada con las puertas dan una imagen terrible. Es la fotografía de una Iglesia que se atrinchera en sus edificios, y dice: “Bueno, escuchad, ocupaos vosotros, nosotros intentamos salvar nuestro pellejo”. Y es una impresión muy común.

-Hablando de cierres, ha causado una gran impresión el del santuario de Lourdes, al que por cierto usted está muy apegado.  Un santuario que es más que ningún otro el santuario de las curaciones, cerrado por miedo a un virus...

-Tengo que decir que, a pesar del dolor que me causa, no puedo enfadarme por esta decisión. Es una situación completamente nueva, permitir peregrinaciones sabiendo el peligro que suponen las multitudes para la propagación del virus suena un poco a desafiar a Dios. No podemos pretender ser diferentes y no enfermarnos sólo porque vamos a Lourdes, no podemos jugar con la vida de la gente. También debemos pensar que no sólo existe el santuario, sino también el viaje en grupo, los hoteles donde la gente se aloja... A veces ciertos extremismos me parecen perjudiciales.

-Sin embargo, ya ha habido momentos históricos difíciles y el santuario de Lourdes siempre ha estado abierto, ésta es la primera vez que se ha cerrado.

-Ciertamente, y de hecho la decisión me ha impactado mucho. Lourdes no cerró ni siquiera en la época de las leyes anticlericales en Francia, entre finales del siglo XIX y principios del XX, cuando todas las instituciones religiosas fueron confiscadas por el Estado y entregadas a los ayuntamientos. Lourdes también sufrió el mismo destino, pero el Ayuntamiento, que compró la zona del santuario, se aseguró de que no se cerrara ni siquiera un día. Y ni siquiera durante la Segunda Guerra Mundial se cerró. Los alemanes sabían perfectamente que muchos judíos habían encontrado refugio en Lourdes, pero no se atrevieron a cerrarlo. Además, quizás no todos sepan que Lourdes siempre ha estado abierta, día y noche. Así que puede entender lo impresionado y desconcertado que estoy por la noticia de su cierre. Por supuesto, es doloroso, pero no podemos pecar de orgullo pensando que todos podemos ir a Lourdes sin consecuencias, que el virus no nos tocará sólo porque vayamos a Lourdes. No podemos decir “mantengamos Lourdes abierta porque nadie se contagiará de esta enfermedad”, o “no contagiaremos a nadie que se acerque a nosotros cuando regresemos del viaje”. Por eso no puedo indignarme, aunque lo sienta mucho.

Messori ha escrito un libro estudiando exhaustivamente la credibilidad de Santa Bernadette, llegando a una conclusión sobre las apariciones de Lourdes: Bernadette no nos engañó.

-Pero, al igual que usted proponía una solución para poder seguir celebrando las misas, ¿no hay una manera de limitar la asistencia a Lourdes, evitando las multitudes?

-Los que conocen Lourdes saben que no es fácil de gestionar. Estamos hablando del santuario más frecuentado del mundo y cada año van allí entre cinco y seis millones de personas. Y las reuniones son indispensables: como el territorio del santuario es muy vasto, se pueden ver multitudes de personas en todas partes que se encuentran con el grupo con el que han llegado. Estar unidos es indispensable para escuchar lo que dice el guía, para hacer cosas juntos. Por lo tanto, en esta situación es ingobernable. Debemos tener en cuenta las condiciones, tener fe no nos protege de ninguna desgracia o enfermedad. Notre Dame se ha quemado, la capilla de la Sábana Santa también se ha quemado. Los caminos de Dios no son nuestros.
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