

El primer día se presentó al padre Flanagan, decano de disciplina, quien debía ser un sacerdote de armas tomar.
-¿Cómo te llamas?
-Me llamo Anthony Fauci, padre.
-¡Bienvenido a Regis... Tony!
"¡Y desde entonces siempre me he presentado como Tony, porque me asustaba pensar que el decano de disciplina supiese que usaba un nombre distinto!", bromeó Fauci durante una visita a Regis el 9 de mayo de 2019.
Fue una jornada cordial en un lugar hacia el que no ahorró elogios:
"Cambió mi vida. Fue el mejor periodo formativo que hubiese podido
imaginar. Cuando pienso en qué fue lo que más influencia tuvo en mí como
persona, encuentro que fue Regis la que realmente influyó sobre mí. Constituye absolutamente el núcleo esencial de cómo me conduzco en mi vida. Todo eso empezó aquí".
Tras pasar el día en las instalaciones donde estudió hace sesenta
años, por la noche hubo una cena con mecenas. A los postres, en
conversación con el padre Daniel Lahart, actual presidente de la institución, desgranó algunos recuerdos de su relación con los seis presidentes con los que ha trabajado, sumando más de un centenar de encuentros en la Casa Blanca desde 1984.
Fauci ya era pues, hace un año, una estrella nacional, toda una referencia desde los tiempos de la lucha contra el VIH, y situarse a sus 79 años en primera línea de batalla contra el Covid-19
ha reforzado su popularidad, sobre todo por su independencia, basada en
criterios exclusivamente científicos. Se han conocido algunas
discrepancias con Trump sobre la forma de abordar la pandemia, pero
también ha rechazado con lealtad la instrumentalización de la tragedia
contra el presidente, cuyas actuaciones entiende básicamente correctas.
Formación ignaciana
Fauci aprendió ese tipo de integridad personal en las instituciones donde estudió. Católico de origen italiano, su padre era farmacéutico y su madre profesora. Su hermana Denise
y él estudiaron con las dominicas del colegio Nuestra Señora de
Guadalupe, luego con las Hermanas de San José y finalmente con los
jesuitas en Regis (donde cursó cuatro años de latín, tres de griego y
dos de francés) y en Holy Cross, una institución preparatoria para la
carrera de Medicina. Cuando en 1966 se licenció en Medicina en el
Cornell University Medical College, lo hizo como número uno de su promoción. A partir de ahí su currículum en la clínica y en el laboratorio no dejó de crecer, hasta ocupar el 41º lugar como el investigador más citado de todos los tiempos.
Según declaró en 2014, en Holy Cross aprendió a valorar "la seriedad de los objetivos" y "unos elevados niveles de integridad y principios
que formaban parte de la vida diaria allí, y que creo que se
trasladaban desde los jesuitas y el personal laico a los estudiantes". En otras ocasiones ha elogiado el sistema educativo jesuítico como "altamente intelectual, altamente lógico y muy alentador de la curiosidad".
Aprendió otra cosa de la tradición ignaciana: "Los jesuitas y los
profesores laicos nos enseñaban a expresar nuestro pensamiento. Precisión en el pensamiento y economía en la expresión.
Pon tus ideas en orden y exprésalas sucintamente, y así la gente sabrá
de qué estás hablando. Eso fue fundamental en mis años de formación".
Y le ha sido muy útil después, sobre todo ahora en sus ruedas de prensa sobre el coronavirus. "Cuando habla, me tranquiliza saber que está diciendo la verdad y nada más que la verdad", confesó recientemente el padre Lahart.
Fauci se casó en 1985 con Christine Grady, una enfermera que había trabajado como voluntaria en Brasil, y a quien conoció al pedirle ayuda para que le hiciese de traductora con un paciente
de habla portuguesa. Posteriormente Christine se licenciaría en
Filosofía y Bioética por la Universidad de Georgetown, también jesuita.
Han tenido tres hijas.
Experiencias en la Casa Blanca
De su experiencia con los distintos presidentes, "siempre ante crisis de salud pública", Fauci destaca a Ronald Reagan
como "una muy buena persona", aunque lamenta que no ejerciese su
conocida capacidad de liderazgo para encabezar la lucha contra el sida.
Se deshace en elogios hace George Bush padre: "Es uno de los seres humanos más extraordinarios que he conocido. Era todo aquello que se dice sobre él. Un caballero extraordinario"
que ya como vicepresidente de Reagan adoptó un papel proactivo en la
atención a los pacientes de sida, contribuyendo a su desestigmatización.
Lo considera su amigo. Y sobre su autodefinición como "conservador
compasivo" dice que "realmente lo era".
En cuanto a George Bush hijo, destaca la "masiva pandemia" de
VIH que vivía el mundo cuando llegó a la presidencia. Se había
encontrado una combinación de fármacos eficaz contra el sida, que ya se
aplicaba en el mundo desarrollado. Pero el 90% de las infecciones se
producían en los países en desarrollo, y el 67% en África. Un día Bush
le llamó al Despacho Oval y le dijo: "Tony, somos una nación rica y
tenemos la responsabilidad moral de salvar vidas y de aliviar el
sufrimiento de quienes sufren y mueren solamente porque viven en
determinada parte del mundo. Ve a África y prepara un programa que sea transformador".
Cuando Fauci le respondió que eso costaría miles de millones de
dólares, Bush contestó: "Eso déjamelo a mí. Ve a África y cuando vuelvas
me dices si ese programa es posible". "Cuando regresé", continuó el
médico en su intervención en la cena de Regis High School, "le dije, 'Es
posible'. Él me dijo: 'Bien, reúnete con mi equipo en la Casa Blanca,
haz un plan y pongámoslo en marcha'".
Es el origen del programa PEPFAR (President's Emergency Plan
For Aids Relief, Plan Presidencial de Emergencia para el Alivio del
Sida). Y añade: "Él [Bush] es muy modesto con esto. No quiere atribuirse
el mérito. Él fue quien empezó, no fui yo, fue él quien me dijo a mí que lo hiciera. Él merece todo el mérito.
Él me concedió la Medalla Presidencial de la Libertad [la más alta
condecoración civil del país], pero debería habérsela concedido a sí
mismo. Siempre que hablamos de ello es muy modesto, pero el programa ha
salvado 14 millones de vidas en países en desarrollo. ¡Catorce millones de vidas!"
Tejido fetal y preservativos
"He sobrevivido en Washington porque soy absolutamente apolítico
e independiente, no entiendo de discusiones ideológicas porque me
impedirían hacer mi trabajo", afirma el doctor Fauci. Quizá por eso es difícil escudriñar su opinión sobre cuestiones controvertidas.
Se dice, por ejemplo, que precisamente Bush hijo no le nombró en 2002
director de los National Institutes of Health (sistema nacional de
salud, del que depende el instituto epidemiológico que preside desde
1984) porque no tenía certeza sobre su posición provida en cuanto a la investigación con tejido fetal procedente de abortos,
para la cual Bush negó fondos públicos. (Los adalides de la cultura de
la muerte intentan en estas semanas que Trump ceda en esto con pretexto
del coronavirus.)
Del mismo modo, en la lucha contra el sida en los 80 y 90, y en el PEPFAR, Fauci apoyó la estrategia ABC (Abstinencia, Fidelidad, Condones). Dijo que se exageraba la influencia sobre esa política de la denominada "derecha cristiana": "Esa parte del programa estará basada en el modelo de Uganda, porque funciona, que incluye condones. Es la ABC: abstinencia para quienes pueden retrasar su iniciación sexual; fidelidad [Be faithful] para quienes tienen una relación monógama; y si no, usar condones".
Esta estrategia era y es aborrecida por el establishment progresista,
en la medida en la que invierte de manera prioritaria en formar a los
adolescentes y jóvenes en la abstinencia y a los adultos en la fidelidad
matrimonial. Pero no es moralmente admisible para la Iglesia, en la medida en que todo uso de preservativos es intrínsecamente inmoral (Humanae Vitae, 11; Evangelium Vitae, 13).
En 2011, el presentador cómico Steve Colbert, que se define católico practicante aunque es contrario a la doctrina de la Iglesia en numerosos asuntos morales, entrevistó a Fauci en su show de la CBS y abordó la cuestión de la abstinencia y los preservativos en tono pretendidamente gracioso.
Cuando le pregunta burlonamente cómo es que aún hay existe el sida si
tenemos como remedio "la educación en la abstinencia", Fauci se ríe
pero repite dos veces, con la convicción de quien lo ha comprobado: "Realmente funciona".
Que es lo que parece motivarle, que sus iniciativas funcionen: "Es una experiencia indescriptible", confesó una vez,
"saber que lo que estás haciendo tendrá un impacto en decenas o
centenares de miles de personas, tal vez millones". Así fue en
los tiempos iniciales del sida y así es ahora. Su tarea vuelve a ser una
carrera contrarreloj para encontrar una combinación de fármacos
que venza al coronavirus cuando ya se ha manifestado, y una vacuna que
inmunice a la población. Si lo consigue, o si al menos se logra contener
pronto la expansión nacional de la pandemia, se convertirá en un héroe
nacional... y quiza empiece a presentarse como Anthony, perdido ya el
miedo reverencial al padre Flanagan.
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