En el siglo XXI la ansiedad y el estrés son consideradas
enfermedades que afectan ostensiblemente al hombre moderno, capaces de
secuestrar nuestra atención y concentración. Por efecto de la
repetición, acaban por convertirse en una actitud, condicionando
nuestros pensamientos, nuestros afectos y nuestra conducta. La
ansiedad y el estrés los usamos como una herramienta para afrontar
situaciones amenazantes que nos generan incomodidad, muchas veces
anticipada irracionalmente. Su intensidad es variable, pero es
directamente proporcional a las dimensiones de la situación que la
produce. Al final, por debilitamiento psicológico, tenemos la impresión
de que la única forma de resolverla es salir corriendo. Parece que
no. Parece más sano afrontar en lugar de evitar, aceptar lo que podemos
cambiar y lo que no en lugar de irritarnos con todo y dejar que pase el
tiempo en vez de empeñarnos neuróticamente en lo que no nos conduce a
nada. Durante la cuarentena, hay tiempo a disposición. Algún
“confinado” cuenta que recibe llamadas telefónicas de sus amigos o
familiares informando de situaciones que en otras circunstancias los
alteraría y su respuesta suele ser siempre la misma: “cuando pase todo
esto, lo atenderemos”. Pues sí, cuando toque, ya se abordará. El
estrés, los pensamientos irracionales, el pensamiento mágico, la
ansiedad… reducen tanto nuestra eficacia personal que acabamos juzgando
todo, a todos, también a Dios.
Padre Roberto
pastoralsantiago.es