Celebramos hoy a nuestro querido San José. ¿Qué podemos decir de él que no se haya dicho ya? Custodio de la Sagrada Familia; aquel en el que brillan todas las virtudes de la vida oculta: modelo de silencio, fidelidad, humildad, obediencia…; patrono de la Iglesia universal, de los trabajadores, de las vocaciones…

A mí me gusta mucho su vocación de padre adoptivo de Jesús. Le enseñaría a ser hombre de honor, a dar gloria a Yahvé con toda su vida, a ser humilde y generoso ciudadano, fiel y constante trabajador… ¡Tantas cosas! ¿Qué te parece si hoy le pedimos que nos “adopte”? Seamos buenos hijos adoptivos.
Hoy, una canción para niños… Y para aquellos que quieren ser como niños, porque “de los que son como ellos es el reino de los cielos” (Mateo 19, 14).

Grupo BetsaidaCanción a San José

¡Qué día tan especial para hablar de la segunda palabra del Santo Padre: RESPONSABILIDAD! No pensemos solo en nosotros mismos, en salvarnos, quizás a expensas de los demás. Pensemos en las consecuencias que puede tener nuestro gesto u omisión. Esta es una oportunidad irrepetible para recordarnos que somos una familia y «miembros el uno del otro». Un verdadero capitán no abandona el barco hasta que todos aquellos de los cuales es responsable no hayan escapado. Muchos médicos y trabajadores de la salud nos están dando una prueba magnífica de esta entrega… a ejemplo de nuestro Salvador que «se ofreció a la muerte por todos nosotros». He aquí lo nos escribe hoy Chus Villarroel:

«Ayer recibí un wasap de una amiga que me decía: “Chus, mi padre está mal, porfa reza por él…  tiene fiebre, dolor de cabeza y ha perdido totalmente las fuerzas. Tengo miedo, Chus”. Me impresionó porque hasta ahora es lo más cercano que he tenido. Al ver las lágrimas de mi amiga, la pandemia se me pasó al corazón. La mujer que nos hace la comida vino a trabajar la mañana de este lunes, día 16. Hizo la comida, lavó la ropa y no paró un segundo, pero estaba y no estaba. La llamó su hijo con problemas gástricos y, al final, nos dijo que no podía volver a trabajar. Los nietos,todos muy pequeños, encerrados en casa, se subían por las paredes. En la misma mañana me llama un sacerdote: en su pueblo hay un centro de mayores, está preocupado…

Rezo con todo mi cariño y comprensión por todas estas personas, pero vamos a pensar un poco, vamos a profundizar, esto es un signo, una palabra que nos viene de arriba. Jesús nos dijo que ni un solo cabello de nuestra cabeza se caerá sin que nuestro Padre del cielo lo sepa, cuanto más un virus como este que hace sufrir tanto. Sentía que había que dejar que nos doliera un poco la historia, que nos doliera un poco este nuevo hecho, porque venimos de una superficialidad tremenda. ¿No nos estará pidiendo algo el Señor? En nuestro afán de evitar la cruz frivolizamos la realidad hasta robarle su contenido más íntimo, que es la presencia de Dios en ella.

Hay algo que llaman «gracia barata» y una mentalidad, muy extendida ahora, con el nombre de Nueva Era que coinciden en una cosa: en una espiritualidad sin cruz. Como Dios es bueno y nos va a salvar a todos… Esta postura es la perversión de la gratuidad según la cual somos salvados gratuitamente desde una cruz ensangrentada. Sí, estamos salvados gratuitamente; pero para que esa salvación se realice hay que acogerla en una vida humana llena de cruces, de pecado… y de Coronavirus.

Deseo, con toda mi alma, que los que rezamos para que pase esta pandemia lo hagamos pensando que -tal vez- el Señor nos esté diciendo algo con esta humillación vírica. Esta Cuaresma es muy especial: si la moralizamos con la hipocresía de siempre nos resultará inútil; en cambio, si escuchamos el paso de Dios en este Coronavirus, nos habrá servido mucho.»
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