

Monseñor Luigi Negri es una de las voces más relevantes y escuchadas del episcopado italiano. Discípulo de don Luigi Giussani,
fue obispo de San Marino y arzobispo de Ferrara-Comacchio. Ha sido
docente en la Universidad Católica, escrito numerosos libros y presidido
la Fundación Internacional Juan Pablo II. Ahora, con 79 años y
"jubilado", ha vuelto a su ciudad natal, Milán, desde donde sigue
escribiendo y enseñando, también a través de su portal, Luiginegri.it.
-En su reciente discurso a la curia romana, el
Papa Francisco ha repetido que "la actual no es una época de cambios,
sino que es un cambio de época".
-No es el único que ha dicho esta frase.
-¿Qué opina usted?
-Me parece que el problema en este momento no es pulir las expresiones. El problema es mucho más radical.
-¿Es decir?
-Faltan, más o menos repentinamente, algunas referencias de fondo en
las que el hombre, hasta un cierto periodo, depositó su confianza; y, en
virtud de esta confianza, se enfrentaba a la vida. Hoy, el hombre, ¿en qué se apoya? Esta es la tragedia: en la nada. Y nadie se da cuenta; y el que menos se da cuenta es el hombre mismo.
-¿Qué habría que hacer?
-Es necesario que alguien le diga al hombre de hoy que tiene que
recuperar el sentido de su existencia, la "tarea dura de ser hombre",
como decía Cesare Pavese. La tarea de afrontar la existencia intentado
responder a las grandes preguntas que lleva en el corazón: el sentido de
la verdad, del bien, de la belleza, de la justicia. Estas cosas no se
han acabado, no hay cambio de época que valga.
-¿Qué quiere decir?
-Cambio de época no significa que las grandes preguntas hayan
desaparecido, sino que el que ha cambiado es el hombre, el cual puede
incluso no plantearse esas preguntas. El problema es el hombre, qué
quiere, qué desea.
-¿Qué puede responder a estos interrogantes?
-Es necesario que el hombre salga de su zona de confort y comprenda a dónde quiere ir: si quiere afrontar el desafío del misterio, de aquello que conoce sólo de manera aproximada pero que, innegablemente, domina toda su vida;
o si prefiere permanecer inmóvil, con las cuatro cosas que ya tiene,
pensando que si las arregla una y otra vez encontrará algo de
consolación, como ha resaltado en más de una ocasión el gran Benedicto
XVI.
-¿Nos lo resume, por favor?
-La cuestión es la siguiente: qué desea el hombre para sí mismo. Es
esta la gran revolución que se inició con la venida del Señor
Jesucristo, que llamó al hombre de todas las épocas a tomar conciencia
de su vida para afrontar con dignidad los distintos aspectos de su
existencia.
-El Papa dice que es tarea de la Iglesia "dejarse interrogar por los desafíos". ¿Le parece suficiente?
-Me parece poco. Los desafíos no es agua que, como me recordaba a
menudo don Giussani, cae sobre el mármol dejándolo tal como estaba
antes; son provocaciones para que el hombre se vuelva a poner en marcha y
busque en los pequeños hechos de la vida la gran pregunta del
significado. "Y yo, ¿qué soy?", se pregunta el pastor errante de [Giacomo] Leopardi.
-Usted dice: cambian las épocas, pero la cuestión humana no cambia. ¿Es así?
-Exactamente. El hombre sin Dios pierde su consistencia, no sabe
quién es. Es lo que me ha enseñado Benedicto XVI con una profundidad y
un rigor por los que siempre le estaré agradecido.
-¿A qué desafíos se tiene que enfrentar la Iglesia en un mundo que ya no reconoce a Dios?
-La Iglesia, como yo y como cualquiera, tiene que hacer frente al
desafío de la propia identidad. ¿Cuál es el desafío que cargamos sobre
nosotros por el hecho de estar vivos? Pues que tenemos que saber quiénes
somos, de dónde venimos, a dónde vamos, qué sentido tiene el vivir de
cada día, el trabajo, el sentir, el morir. La cuestión humana surge una y
otra vez, continuamente, cada vez que las circunstancias varían, por lo
que analizar las circunstancias no es muy útil.
-Don Giussani relanzó una pregunta del poeta
Thomas Eliot: "¿Es la Iglesia la que ha abandonado a la humanidad, o es
la humanidad la que ha abandonado a la Iglesia?" ¿Cuál es su respuesta?
-Lo que siempre, humildemente, he dicho: ambas. La Iglesia abandona al hombre en la medida en que no lleva a cabo la responsabilidad de proponerle el sentido último de su vida.
Por su parte, el hombre puede olvidarse de sí mismo si, al abordar los
problemas personales, afectivos, sociales, culturales y éticos, piensa
que encontrará una solución adecuada según lo que le sugiere el mundo.
-¿Los cristianos tienen que permanecer fuera del mundo?
-Hace unos años me asombró lo que me dijo un exegeta al final de un
congreso. Me preguntó si sabía cuál era la expresión que
estadísticamente aparece más veces en los textos de San Pablo...
-¿Y cuál es?
-Esta: "No os amoldéis a este mundo". Pablo enseñó la
prudencia, la caridad, la castidad, las costumbres, enseñó toda la moral
católica. Sin embargo, la cuestión fundamental es que el hombre dé un
sentido adecuado a su vida.
-¿Y cuales son las responsabilidades de la Iglesia en su abandono de la humanidad?
-Lo podemos resumir en un único punto: si la Iglesia vive su
identidad, como presencia en el mundo, del mundo nuevo de Dios, o si
evita este esfuerzo y persigue problemas importantísimos, pero concretos
y no iluminados por la pregunta sobre el significado de la vida humana.
-¿Quiere decir temas como el cambio climático o los flujos migratorios?
-La jerarquía debe tener las cosas claras. A un hijo de tres años, un
padre no le puede explicar un tratado de trigonometría, sino que coge
pan y leche y le dice: "Come". Es necesario recuperar esta base
fundamental.
-¿La Iglesia está en peligro?
-Sí. Se ha puesto ella en peligro, porque sólo la Iglesia se puede poner en peligro a sí misma.
La Iglesia no está en peligro porque haya problemas, los tiempos hayan
cambiado o esté asediada por fuerzas subversivas. No existe periodo de
la historia en el que la Iglesia no haya sido asaltada. Pero la Iglesia,
hoy, ha pensado que el problema de su existencia es intentar resolver
los problemas del mundo, en lugar de vivir el espectáculo siempre nuevo
de su identidad.
-¿Hay riesgo de cisma?
-En cada momento de la Iglesia el cisma es posible. Considero que hay ámbitos, en la Iglesia católica, en los que ya se vive una situación de cisma; lo que no sé, es si se es consciente de ello.
-¿A qué se refiere?
-He tenido que obligar a sacerdotes de la diócesis de la que era
obispo a volver a decir durante la misa el Credo, amenazándolos con
quitarles la facultad de celebrar.
-¿No es inválida la misa de precepto sin Credo?
-No es legítima, es decir, no ha sido dicha según el canon.
-En resumen, la arbitrariedad se difunde cada vez más.
-Desde luego.
-¿Entre los sacerdotes?
-No sólo, no hagamos que parezcan más malos de lo que son. Se difunde la arbitrariedad porque lo único a lo que el hombre está dispuesto en este momento es hacer lo que le dé la gana.
-Ya no se habla de valores no negociables. ¿Es un paso adelante o atrás?
-No es casualidad que los valores no negociables de los que habló
Benedicto XVI hayan desaparecido con él. Tal vez el hecho de
arrinconarle tiene que ver, también, con el modo de proponer estos
valores, en términos taxativos.
-¿Se necesita un nuevo [Camillo] Ruini [antiguo vicario general de Roma y presidente de la conferencia episcopal italiana]?
-Necesitamos eclesiásticos que sean hombre de fe. Ruini ha dado este
gran testimonio: su única preocupación es que la fe del pueblo italiano
no se agote porque, si lo hiciera, se agotarían la civilización y la
cultura italianas. Ruini, Biffi y otros como ellos han sido grandes
hombres que han dado en el clavo.
-¿Es decir?
-Que la Iglesia no puede renunciar jamás a poner en primer lugar la fe.
Aunque hubiera 850 millones de emigrantes, la Iglesia nunca podrá decir
que su problema son los emigrantes, sino que su problema es la fe y, de
ella, sacará la solución a los problemas, incluido el de los
emigrantes.
»Estar obligados a repetir estas cosas nos demuestra el abandono en
el que está la que el pobre y gran Santo Tomás llamaba la grandeza del
pensamiento cristiano. El pensamiento cristiano es grande, no porque
piensa en Dios, sino porque plantea el problema de la totalidad de la
existencia del hombre.
-Le aceptaron su renuncia de manera muy rápida...
-Sí, la aceptaron rápidamente; sin embargo, aunque no comparto todo
con el Papa actual, siento hacia él respeto y gratitud: es un hombre
libre que deja libre a su gente. Nunca he recibido, ni por escrito, ni
verbal o subrepticiamente, una alusión negativa a lo que he sido o
hacía. Me alegra que haya hombres que dejen libres a los otros, porque
Dios se comporta así.
-¿Cómo lleva a cabo su ministerio actualmente?
-Estoy intensamente ocupado. Me llaman a menudo a hablar de la familia, que atraviesa una crisis muy grave y que está abandonada por la Iglesia, donde se habla de todo menos que de familia, matrimonio y educación.
Imparto catequesis en las que intento evocar un camino de comprensión y
expresión de la fe. El cristiano de hoy corre el riesgo de que su gran
tesoro, su fe, permanezca en el fondo porque no le han educado a
comprender toda la fuerza que esta tiene. La fe yace en una especie de
semi-abandono, y sigue siendo la gran ocasión perdida para la mayor
parte de los cristianos.
Traducido por Elena Faccia Serrano.
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