El
Papa Francisco visitó este viernes en Mozambique el hospital central de
Zimpeto, a unos 25 kilómetros de la capital, donde la Comunidad de San Egidio
ayuda a enfermos de sida a través del programa DREAM, un programa de
importantísimo impacto en la salud del país, que ha cambiado la vida de
unos tres millones de personas a través de cursos de formación, y apoyo
en nutrición, salud y asistencia social.
El programa DREAM es eficaz al combinar dos aspectos, un humano y otro tecnológico: el humano es acoger y atender a los enfermos como familiares, aportando un entorno de apoyo, evitando el estigma y abandono que provoca el sida en la mentalidad de muchas personas del país; el tecnológico es aportar retrovirales eficaces y un tratamiento estable.
El problema de la lucha contra el sida con retrovirales en países
pobres como Mozambique es que poco más de la mitad de personas con VIH
inician el tratamiento tras ser diagnosticadas, y que menos de la mitad
sigue tomándolo tres años después, presionadas por la pobreza, el
desánimo o el abandono social.
El hospital central de Zimpeto, moderno y eficaz, que cuenta con un
laboratorio de biología molecular para diagnosticar y prevenir diversas
enfermedades. Atiende hoy a 3.800 enfermos de SIDA, entre ellos 200 niños, además de otros 500 niños nacidos de madres seropositivas.
Hace pocos años, casi todos los niños de madres enfermas de sida
adquirían la enfermedad durante la gestación y morían antes de los 2
años. Hoy, con el programa del hospital que bloquea el contagio, el
99,9% de los bebés de madre seropositiva atendidos nacen sanos. Se habla
ya de una generación sin sida para África. Y el programa ayuda también a
frenar la tuberculosis, la enfermedad que más mata en Mozambique a los
enfermos de VIH.
La visita del Papa
La visita del Pontífice fue breve pero cálida. Estuvieron presentes
casi 1.500 personas entre pacientes, familiares, voluntarios,
benefactores y líderes eclesiales y civiles. Fue recibido a su llegada
por el fundador de San Egidio, Andrea Riccardi, por la coordinadora
nacional del proyecto DREAM y por la directora local del centro de
Maputo, acompañado de coros de niños y voluntarios locales que cantaban.
A continuación, publicamos el texto preparado por el Papa Francisco para esta visita privada.
Discurso del Papa en el hospital de Zimpeto
Queridos hermanos y hermanas, muchas gracias por la calurosa y fraterna acogida; también por las palabras de Cacilda.
Gracias por tu vida y testimonio, expresión de que este Centro de
salud polivalente “San Egidio” de Zimpeto es la manifestación del amor
de Dios, siempre dispuesto a soplar vida y esperanza donde abunda la
muerte y el dolor.
Saludo cordialmente a los responsables, a los operadores sanitarios, a
los enfermos y a sus familiares, y a todos los presentes. Al ver cómo
curan y acogen con competencia, profesionalismo y amor a tantas personas
enfermas, en particular a enfermos de SIDA/HIV, especialmente mujeres y
niños, recuerdo la parábola del Buen Samaritano.
Todos los que han pasado por aquí, todos los que vienen con
desesperación y angustia, son como ese hombre tirado al borde del
camino. Y, aquí, ustedes no han pasado de largo, no han seguido su camino como lo hicieron otros —el levita y el sacerdote—.
Este centro nos muestra que hubo quienes se detuvieron y sintieron
compasión, que no cedieron a la tentación de decir “no hay nada por
hacer”, “es imposible combatir esta plaga”, y se animaron a buscar
soluciones. Ustedes, como lo ha expresado Cacilda, han escuchado ese
grito silencioso, apenas audible, de infinidad de mujeres, de tantos que
vivían con vergüenza, marginados, juzgados por todos. Por eso han
sumado a esta casa, donde el Señor vive con los que están al costado
del camino, a los que padecen cáncer, tuberculosis, y a centenares de
desnutridos, especialmente niños y jóvenes.
Así todas las personas que de diversas maneras participan de esta
comunidad sanitaria se vuelven expresión del Corazón de Jesús para
que nadie piense «que su grito se ha perdido en el vacío [...], son un
signo de cercanía para cuantos pasan necesidad, para que sientan la
presencia activa de un hermano o una hermana. Lo que no necesitan los
pobres es un acto de delegación, sino el compromiso personal de
aquellos que escuchan su clamor. La solicitud de los creyentes no puede
limitarse a una forma de asistencia —que es necesaria y providencial en
un primer momento—, sino que exige esa “atención amante”, que honra al
otro como persona y busca su bien» (Mensaje en la II Jornada Mundial de
los pobres, 18 noviembre 2018, n. 3).
Escuchar este grito les ha hecho entender que no bastaba con un
tratamiento médico, ciertamente necesario; por eso han mirado la
integralidad de la problemática, para restituir la dignidad de mujeres y
niños, ayudándolos a proyectar un futuro mejor.
En este amplio campo que se les ha ido abriendo por escuchar de
manera constante, también han experimentado su limitación, la carencia
de medios de toda índole. El programa, que han desarrollado y que los
ha conectado con otros lugares del mundo, es un ejemplo de humildad por
haber reconocido los propios límites, y de creatividad para trabajar en
red.
«A menudo, la colaboración con otras iniciativas, que no están
motivadas por la fe sino por la solidaridad humana, nos permite brindar
una ayuda que solos no podríamos realizar. Reconocer que, en el inmenso mundo de la pobreza, nuestra intervención es también limitada, débil e insuficiente, nos lleva a tender la mano a los demás, de modo que la colaboración mutua pueda lograr su objetivo con más eficacia. Nos mueve la fe y el imperativo de la caridad,
aunque sabemos reconocer otras formas de ayuda y de solidaridad que, en
parte, se fijan los mismos objetivos [...]. Una respuesta adecuada y
plenamente evangélica que podemos dar es el diálogo entre las diversas
experiencias y la humildad en el prestar nuestra colaboración sin
ningún tipo de protagonismo» (ibíd., n. 7).
El empeño gratuito y voluntario de tantas personas de diversas
profesiones —dermatología, medicina interna, neurología y radiología,
entre otras; más de cinco mil médicos, enfermeros, biólogos
coordinadores y técnicos— que, durante años, a través de la telemedicina, han prestado su valiosa tarea para formar operadores locales, tiene en sí mismo un enorme valor humano y evangélico.
Al mismo tiempo, es asombroso constatar cómo esta escucha de los
más frágiles, de los pobres, los enfermos, nos pone en contacto con
otra parte del mundo frágil: pienso en «los síntomas de enfermedad que
advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres
vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados,
está nuestra oprimida y devastada tierra, que “gime y sufre dolores de
parto” (Rm 8,22)» (Carta enc. Laudato si’, 2). Como en esas
esculturas del arte makonde —las llamadas ujamaa (“familia extendida”,
en suahili, o “árbol de la vida”) con varias figuras enlazadas
entre sí donde prevalece la unión y la solidaridad sobre el
individuo—, tenemos que darnos cuenta que somos todos parte de un mismo
tronco.
Ustedes han sabido percibirlo, y esa escucha los ha llevado a buscar
modos sustentables en la procura de energía, también de acopio y
reserva de agua; sus opciones de bajo impacto ambiental son un modelo
virtuoso, un ejemplo a seguir ante la urgencia del deterioro del
planeta.
El texto del Buen Samaritano concluye dejando al sufriente en la
“posada”, entregándole algo de la paga y prometiéndole el resto a su
vuelta. Mujeres como Cacilda, y como esos aproximadamente 100.000 niños
que pueden escribir una nueva página de la historia libres de
HIV/SIDA, así como de tantos otros anónimos que hoy sonríen porque fueron curados con dignidad en su dignidad, son parte de la paga que el Señor les ha dejado:
regalos de presencias que, saliendo de la pesadilla de la enfermedad,
sin ocultar su condición, transmiten la esperanza a muchas personas,
contagian ese “yo sueño” a tantos que necesitan que los recojan del
borde camino.
La otra parte la retribuirá el Señor “cuando Él vuelva”, y eso les
tiene que llenar de alegría: cuando nosotros nos vayamos, cuando
vuelvan a la tarea cotidiana, cuando nadie les aplauda ni los considere, sigan recibiendo a los que llegan, salgan a buscar los heridos y derrotados en las periferias.
No olvidemos que sus nombres, escritos en el cielo, tienen al lado una
inscripción: estos son los benditos de mi Padre. Renueven los esfuerzos
y permitan que aquí se siga “pariendo” la esperanza.
Dios los bendiga, queridos enfermos y familiares, y a cuantos los asisten con mucho cariño y los animan a continuar.
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