El polideportivo Principe Moulay Abdellah de Rabat fue este domingo el escenario del último gran acto público del viaje pastoral de Francisco a Marruecos, una misa en la que había entre el público que lo llenaba mucho ambiente español, idioma en el que ofició el Papa. Al finalizar la ceremonia religiosa, el obispo de Rabat, el salesiano español Cristóbal López Romero, fue el encargado de agradecerle en francés la visita.

La homilía del Papa comentó la parábola del hijo pródigo del Evangelio del día (Lc 15, 11-32), en un tono espiritual con inequívocas referencias a la problemática de los inmigrantes, con quienes había estado el sábado por la tarde

"En su incapacidad de participar de la fiesta, no sólo no reconoce a su hermano, sino que tampoco reconoce a su padre", afirmó Francisco para describir la actitud del hijo fiel ante la paternal acogida al hijo pródigo: "Prefiere la orfandad a la fraternidad, el aislamiento al encuentro, la amargura a la fiesta. No sólo le cuesta entender y perdonar a su hermano, tampoco puede aceptar tener un padre capaz de perdonar, dispuesto a esperar y velar para que ninguno quede afuera, en definitiva, un padre capaz de sentir compasión".

Pero la voluntad de Dios brilla "con toda claridad, sin elucubraciones ni excusas que le quiten fuerza": "Que todos sus hijos tomen parte de su alegría; que nadie viva en condiciones no humanas como su hijo menor, ni en la orfandad, el aislamiento o en la amargura como el hijo mayor. Su corazón quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tm 2,4)".

Francisco reconoció que hay causas que pueden llevarnos a la división y el enfrentamiento, "pero la experiencia nos dice que el odio, la división y la venganza, lo único que logran es matar el alma de nuestros pueblos, envenenar la esperanza de nuestros hijos, destruir y llevarse consigo todo lo que amamos". Por eso "Jesús nos invita a mirar y contemplar el corazón del Padre" para "alcanzar una mirada que no pretenda clausurar ni claudicar nuestras diferencias buscando quizás una unidad forzada o la marginación silenciosa". Levantar los ojos al cielo y decir Padre nuestro es lo que nos posibilita "arriesgarnos a vivir no como enemigos sino como hermanos".

"En vez de medirnos o clasificarnos por una condición moral, social, étnica o religiosa", debemos reconocer "que existe otra condición que nadie podrá borrar ni aniquilar ya que es puro regalo: la condición de hijos amados, esperados y celebrados por el Padre", añadió Francisco sobre este argumento. Y remató: "No caigamos en la tentación de reducir nuestra pertenencia de hijos a una cuestión de leyes y prohibiciones, de deberes y cumplimientos. Nuestra pertenencia y nuestra misión no nacerá de voluntarismos, legalismos, relativismos o integrismos sino de personas creyentes que implorarán cada día con humildad y constancia: venga a nosotros tu Reino".

Por último, comentando la incógnita en la que la parábola evangélica deja la actitud final del hijo fiel respecto a su padre y a su hermano pródigo, el Papa recordó que "el cristiano sabe que en la casa del Padre hay muchas moradas, sólo quedan afuera aquellos que no quieren tomar parte de su alegría".

De ahí que concluyese agradeciendo a las comunidades que "en estas tierras" se convierten en "oasis de misericordia". Y les animó a "seguir haciendo crecer la cultura de la misericordia, una cultura en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea su sufrimiento. Sigan cerca de los pequeños y de los pobres, de los que son rechazados, abandonados e ignorados, sigan siendo signo del abrazo y del corazón del Padre".
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