El 5 de julio de 2017 falleció Joaquín Navarro-Valls. Tenía 80 años y 22 de ellos los vivió a fondo como portavoz de la Santa Sede, formando un tándem característico con San Juan Pablo II, servicio que prolongó año y medio más con Benedicto XVI.
Su hermano Rafael Navarro-Valls ha recopilado en un volumen (Navarro-Valls. El portavoz) veinte testimonios de personas que le conocieron bien personal y/o profesionalmente, y esto en los dos ámbitos en los que destacó, el médico y el periodístico, como psiquiatra y como corresponsal de ABC
en Italia antes de ser llamado a una responsabilidad tan importante en
un pontificado tan conscientemente volcado hacia los medios de
comunicación.
El propio Rafael Navarro-Valls destaca en su contribución al volumen
que, además, Joaquín "escribía muy bien: era un gran contador de
historias", como hizo al relatar en un libro, Fumata blanca, las bambalinas de aquel trepidante verano de 1978 en el que se sucedieron vertiginosamente los pontificados de Giovanni Battista Montini, Albino Luciani y Karol Wojtyla.
Faltaban seis años para que fuese llamado al Vaticano, donde era bien
conocido porque había sido elegido dos veces presidente de la
Asociación de la Prensa Extranjera en Italia. Primero el propio Papa
polaco le invitó a comer para sondearle, y al día siguiente el cardenal Agostino Casaroli, secretario de Estado, le llamó a su despacho para hacerle la propuesta formal. Pidió un tiempo para pensarlo, pero Casaroli, viejo zorro
de la diplomacia pontificia y conocedor de los usos vaticanos, le
recordó que, si no aceptaba, sería "la primera vez que alguien
[contestase] negativamente a una petición del Papa". Aceptó a la mañana
siguiente, tras una noche sin dormir, y "solo puso una condición: tener hilo directo con el Papa en todo momento", lo que le fue concedido por Juan Pablo II.
De hecho, y aparte su talento personal, ésa es la clave, según George Weigel, principal biógrafo del Papa Wojtyla (Testigo de esperanza y Juan Pablo II: el final y el principio), de que haya sido "el director de mayor éxito de la Oficina de prensa de la Santa Sede en la historia de esa institución".
En primer término, George Weigel, vaticanista y biógrafo de Juan
Pablo II, y en segundo término, el padre Federico Lombardi, S.I.,
sucesor de Navarro-Valls. Ambos aportan un artículo a esta obra
colectiva.
De la contribución de Weigel se deducen tres motivos para ese éxito.
El primero, es que Navarro-Valls tuvo personalidad suficiente para imponer "su sello propio"
de "laico católico intelectualmente sofisticado, bien formado en la
enseñanza de la Iglesia, intelectualmente comprometido con su
explicación teológica y comprometido con ella como una forma de vida que
conducía a la felicidad y, en última instancia, a la santidad". Gracias
a esa personalidad, a su experiencia periodística y a su conocimiento
de la mente y de la conducta humanas como psiquiatra (y al hilo directo
que había pedido), pudo imponerse sobre "una Curia romana a veces
recalcitrante" (cuya mentalidad, incluido el propio departamento de
prensa, era "mantener a raya a los medios") e introducir los cambios
necesarios para mantener "una relación abierta, honesta y profesional" con ellos. Y también para algo muy importante, que destaca Weigel: "Anticiparse a las noticias y ayudar así a enmarcar una historia de manera positiva".
El contacto con los medios en el avión durante los viajes del
Papa se convirtió en un elemento decisivo para la comunicación vaticana.
Lo ha seguido siendo después.
Un segundo aspecto a tener en cuenta es que Navarro-Valls comprendió bien -de ahí su estrecha sintonía- la mentalidad con la que el Papa encaraba su pontificado. "Entendió lo que Juan Pablo II quería decir con la 'Nueva Evangelización'
mucho antes de que el Papa utilizara esa frase", afirma Weigel. Desde
su posición, facilitó todo tipo de encuentros de todo tipo de personas e
instituciones con el sucesor de Pedro, "porque la Iglesia tenía que
estar en el mundo para convertirlo", explica el periodista
estadounidense, "y el Papa tenía que saber lo que pasaba en el mundo
para poder dar testimonio de Cristo en él". Navarro-Valls supo sortear
"la espesa maquinaria de vericuetos" de la Curia y practicó con acierto
la "gestión de egos" que exigía. Él, como el Pontífice, supo "enfocar el panorama general,
en lugar de las trivialidades burocráticas", para que "el pontificado
siguiera adelante en vez de estancarse o detenerse completamente".
Por último, un tercer punto esencial: Navarro-Valls fue un "diplomático papal no oficial",
un "diplomático 'sin cartera'", que desempeñó, siguiendo instrucciones
del Papa, misiones que iban más allá de sus estrictas tareas de
comunicación. Varios colaboradores del volumen, Weigel entre ellos,
destacan sobre todo dos de especial trascendencia. Una, la negociación
directa entre él y Fidel Castro para preparar el viaje que hizo Juan Pablo II a Cuba en 1998. Y otra, la participación de la Santa Sede en las cumbres de la ONU
sobre población y desarrollo (El Cairo, 1994) y sobre la mujer (Pekín,
1995), donde el Vaticano pudo influir para hacer menos agresivas las
políticas de globalización del aborto y de la ideología de género allí
decididas. En El Cairo, Navarro-Valls no dudó en afirmar públicamente
que el vicepresidente norteamericano Al Gore estaba mintiendo al negar en sus ruedas de prensa el impulso mundial al aborto que introducían los documentos promovidos por la Administración Clinton.
Las memorias de Joaquín Navarro-Valls, que él inició
y luego, bajo su dirección, continuaron dos periodistas de su
confianza, no llegaron a completarse. Siguen inéditas, pero, como afirma
en su aportación Luigi Accattoli -de La Repubblica e Il Corriere della Sera-,
"quien ha heredado el material debe todavía decidir sobre el modo y el
momento adecuado para su publicación". Estas veinte colaboraciones en su
homenaje sirven, mientras tanto, para abrir boca.
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