En el tradicional mensaje pascual previo a la Bendición Urbi et Orbi, es decir, a la ciudad de Roma y al mundo, el Papa Francisco pidió por la paz en el mundo y tuvo un recuerdo especial a los brutales atentados que
se han producido este mismo Domingo de Resurrección en Sri Lanka, en el
que decenas de católicos han sido asesinados durante la misa de este
domingo en el interior de los templos.
“Deseo expresar mi afectuosa cercanía a la comunidad cristiana,
golpeada mientras estaba reunida en oración, y a todas las víctimas de
una violencia tan cruel. Confío al Señor a aquellos que trágicamente han muerto y rezo por los heridos
y por todos los que sufren por este acontecimiento tan dramático”, dijo
el Papa desde el balcón de la Basílica de San Pedro a los miles de
feligreses reunidos en la Plaza de San Pedro.
Francisco explicó que “la resurrección de Cristo es el comienzo de una nueva vida para todos los hombres
y mujeres, porque la verdadera renovación comienza siempre desde el
corazón, desde la conciencia. Pero la Pascua es también el comienzo de
un mundo nuevo, liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte: el
mundo al fin se abrió al Reino de Dios, Reino de amor, de paz y de
fraternidad”.
A continuación, el mensaje completo del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz Pascua! Hoy la
Iglesia renueva el anuncio de los primeros discípulos: «Jesús ha
resucitado». Y de boca en boca, de corazón a corazón resuena la llamada a
la alabanza: «¡Aleluya!... ¡Aleluya!». En esta mañana de Pascua,
juventud perenne de la Iglesia y de toda la humanidad, quisiera
dirigirme a cada uno de vosotros con las palabras iniciales de la
reciente Exhortación apostólica dedicada especialmente a los jóvenes:
«Vive Cristo, esperanza nuestra, y Él es la más hermosa juventud de
este mundo. Todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena
de vida. Entonces, las primeras palabras que quiero dirigir a cada uno
de los jóvenes cristianos son: ¡Él vive y te quiere vivo! Él está en ti, Él está contigo y nunca se va.
Por más que te alejes, allí está el Resucitado, llamándote y
esperándote para volver a empezar. Cuando te sientas avejentado por la
tristeza, los rencores, los miedos, las dudas o los fracasos, Él estará
allí para devolverte la fuerza y la esperanza» (Christus vivit, 1-2).
Queridos hermanos y hermanas, este mensaje se dirige al mismo tiempo a cada persona y al mundo. La resurrección de Cristo es el comienzo de una nueva vida para todos los hombres y mujeres,
porque la verdadera renovación comienza siempre desde el corazón, desde
la conciencia. Pero la Pascua es también el comienzo de un mundo nuevo,
liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte: el mundo al fin se
abrió al Reino de Dios, Reino de amor, de paz y de fraternidad.
Cristo vive y se queda con nosotros. Muestra la luz de su
rostro de Resucitado y no abandona a los que se encuentran en el momento
de la prueba, en el dolor y en el luto. Que Él, el Viviente,
sea esperanza para el amado pueblo sirio, víctima de un conflicto que
continúa y amenaza con hacernos caer en la resignación e incluso en la
indiferencia.
En cambio, es hora de renovar el compromiso a favor de una solución
política que responda a las justas aspiraciones de libertad, de paz y de
justicia, aborde la crisis humanitaria y favorezca el regreso seguro de
las personas desplazadas, así como de los que se han refugiado en
países vecinos, especialmente en el Líbano y en Jordania.
La Pascua nos lleva a dirigir la mirada a Oriente Medio, desgarrado por continuas divisiones y tensiones. Que los cristianos de la región no dejen de dar testimonio con paciente perseverancia del Señor resucitado
y de la victoria de la vida sobre la muerte. Una mención especial
reservo para la gente de Yemen, sobre todo para los niños, exhaustos por
el hambre y la guerra.
Que la luz de la Pascua ilumine a todos los gobernantes y a los pueblos de Oriente Medio, empezando por los israelíes y palestinos, y los aliente a aliviar tanto sufrimiento y a buscar un futuro de paz y estabilidad.
Que las armas dejen de ensangrentar a Libia, donde
en las últimas semanas personas indefensas vuelven a morir y muchas
familias se ven obligadas a abandonar sus hogares. Insto a las partes
implicadas a que elijan el diálogo en lugar de la opresión, evitando que
se abran de nuevo las heridas provocadas por una década de conflicto e
inestabilidad política.
Que Cristo vivo dé su paz a todo el amado continente africano,
lleno todavía de tensiones sociales, conflictos y, a veces, extremismos
violentos que dejan inseguridad, destrucción y muerte, especialmente en
Burkina Faso, Mali, Níger, Nigeria y Camerún. Pienso también en Sudán,
que está atravesando un momento de incertidumbre política y en donde
espero que todas las reclamaciones sean escuchadas y todos se esfuercen
en hacer que el país consiga la libertad, el desarrollo y el bienestar
al que aspira desde hace mucho tiempo.
Que el Señor resucitado sostenga los esfuerzos realizados por las autoridades civiles y religiosas de Sudán del Sur,
apoyados por los frutos del retiro espiritual realizado hace unos días
aquí, en el Vaticano. Que se abra una nueva página en la historia del
país, en la que todos los actores políticos, sociales y religiosos se
comprometan activamente por el bien común y la reconciliación de la
nación.
Que los habitantes de las regiones orientales de Ucrania, que siguen sufriendo el conflicto todavía en curso,
encuentren consuelo en esta Pascua. Que el Señor aliente las
iniciativas humanitarias y las que buscan conseguir una paz duradera.
Que la alegría de la Resurrección llene los corazones de todos los
que en el continente americano sufren las consecuencias de situaciones
políticas y económicas difíciles. Pienso en particular en el pueblo venezolano:
en tantas personas carentes de las condiciones mínimas para llevar una
vida digna y segura, debido a una crisis que continúa y se agrava.
Que el Señor conceda a quienes tienen responsabilidades políticas trabajar para poner fin a las injusticias sociales, a los abusos y a la violencia, y para tomar medidas concretas que permitan sanar las divisiones y dar a la población la ayuda que necesita.
Que el Señor resucitado ilumine los esfuerzos que se están realizando
en Nicaragua para encontrar lo antes posible una solución pacífica y negociada en beneficio de todos los nicaragüenses.
Que, ante los numerosos sufrimientos de nuestro tiempo, el Señor de la vida no nos encuentre fríos e indiferentes.
Que haga de nosotros constructores de puentes, no de muros. Que Él, que
nos da su paz, haga cesar el fragor de las armas, tanto en las zonas de
guerra como en nuestras ciudades, e impulse a los líderes de las
naciones a que trabajen para poner fin a la carrera de armamentos y a la
propagación preocupante de las armas, especialmente en los países más
avanzados económicamente.
Que el Resucitado, que ha abierto de par en par las puertas del
sepulcro, abra nuestros corazones a las necesidades de los menesterosos,
los indefensos, los pobres, los desempleados, los marginados, los que
llaman a nuestra puerta en busca de pan, de un refugio o del
reconocimiento de su dignidad.
Queridos hermanos y hermanas, ¡Cristo vive! Él es la esperanza y la juventud para cada uno de nosotros y para el mundo entero. Dejémonos renovar por Él. ¡Feliz Pascua!
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