
El Santo Padre en su homilía recordó el “doble misterio” que acompaña la entrada de Jesús en Jerusalén, misterio de aclamación y humillación,
de fiesta y ensañamiento feroz que se da en los dos momentos
característicos de esta celebración: “la procesión con las palmas y los
ramos de olivo, al principio, y luego la lectura solemne de la narración
de la Pasión”.
“Dejemos que la acción animada por el Espíritu Santo nos envuelva,
para obtener lo que hemos pedido en la oración: acompañar con fe a
nuestro Salvador en su camino y tener siempre presente la gran enseñanza
de su Pasión como modelo de vida y de victoria contra el espíritu del
mal”
Superar las dificultades con obediencia
Jesús nos muestra cómo hemos de afrontar los momentos difíciles y las
tentaciones más insidiosas, cultivando en nuestros corazones una paz
que no es distanciamiento, no es impasividad o creerse un superhombre,
sino que es un abandono confiado en el Padre y en su voluntad de
salvación, de vida, de misericordia; y, en toda su misión, pasó por la
tentación de “hacer su trabajo” decidiendo él el modo y desligándose de
la obediencia al Padre. Desde el comienzo, en la lucha de los cuarenta
días en el desierto, hasta el final en la Pasión, Jesús rechaza esta
tentación mediante la confianza obediente en el Padre.
También hoy, en su entrada en Jerusalén, puntualiza el Pontífice, nos
muestra el camino. Porque en ese evento el maligno, el Príncipe de este
mundo, tenía una carta por jugar: la carta del triunfalismo, y el Señor
respondió permaneciendo fiel a su camino, el camino de la humildad. “El triunfalismo trata de llegar a la meta mediante atajos, compromisos falsos.
Busca subirse al carro del ganador. El triunfalismo vive de gestos y
palabras que, sin embargo, no han pasado por el crisol de la cruz; se
alimenta de la comparación con los demás, juzgándolos siempre como
peores, con defectos, fracasados... Una forma sutil de triunfalismo –
afirma el Papa comentando a De Lubac – es la mundanidad espiritual, que
es el mayor peligro, la tentación más pérfida que amenaza a la Iglesia.
Jesús destruyó el triunfalismo con su Pasión”.
"Con la cruz no se puede negociar"
“Con la cruz no se puede negociar, o se abraza o se rechaza. Y con su
humillación, Jesús quiso abrirnos el camino de la fe y precedernos en
él”. El Papa Francisco explica que, el Señor realmente compartió y se
regocijó con el pueblo, con los jóvenes que gritaban su nombre
aclamándolo como Rey y Mesías. Su corazón gozaba viendo el entusiasmo y
la fiesta de los pobres de Israel.

El silencio de María vence al triunfalismo
El Santo Padre afirma que después de Jesús, la primera que ha recorrido este camino fue su madre, María, la primera discípula. “Ante los duros y dolorosos acontecimientos de la vida, responder con fe cuesta «una particular fatiga del corazón».
Es la noche de la fe. Pero solo de esta noche despunta el alba de la
resurrección. Al pie de la cruz, María volvió a pensar en las palabras
con las que el Ángel le anunció a su Hijo: «Será grande [...]; el Señor
Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob
para siempre, y su reino no tendrá fin»”.
“En el Gólgota, María se enfrenta a la negación total de esa promesa:
su Hijo agoniza sobre una cruz como un criminal. Así, el triunfalismo,
destruido por la humillación de Jesús, fue igualmente destruido en el
corazón de la Madre; ambos supieron callar”
La obediencia de los Santos
Precedidos por María, innumerables santos y santas han seguido a Jesús por el camino de la humildad y la obediencia. Hoy,
Jornada Mundial de la Juventud, quiero recordar a tantos santos y
santas jóvenes, especialmente a aquellos “de la puerta de al lado”, que solo Dios conoce, y que a veces a él le gusta revelarnos por sorpresa.
“Queridos jóvenes – alienta el Papa – no os avergoncéis de mostrar
vuestro entusiasmo por Jesús, de gritar que él vive, que es vuestra
vida. Pero al mismo tiempo, no tengáis miedo de seguirlo por el camino de la cruz.
Y cuando sintáis que os pide que renunciéis a vosotros mismos, que os
despojéis de vuestras seguridades, que os confiéis por completo al Padre
que está en los cielos, entonces alegraos y regocijaos. Estáis en el
camino del Reino de Dios”.
“Y mientras esperamos que el Señor venga y calme la tormenta, con
nuestro silencioso testimonio en oración, nos damos a nosotros mismos y a
los demás razón de nuestra esperanza. Esto nos ayudará a vivir en la
santa tensión entre la memoria de las promesas, la realidad del
ensañamiento presente en la cruz y la esperanza de la resurrección”.
Aclamaciones de fiesta y furia feroz; el silencio de Jesús en su
Pasión es impresionante. Jesús, señala el Pontífice, vence también a la
tentación de responder, de ser “mediático”. “En los momentos de
oscuridad y de gran tribulación hay que callar, tener el valor de
callar, siempre que sea un callar manso y no rencoroso.
La mansedumbre del silencio hará que parezcamos aún más débiles, más
humillados, y entonces el demonio, animándose, saldrá a la luz”. Será
necesario resistirlo en silencio, “manteniendo la posición”, pero con la
misma actitud que Jesús. Él sabe que la guerra es entre Dios y el Príncipe de este mundo, y que no se trata de poner la mano en la espada,
sino de mantener la calma, firmes en la fe. Es la hora de Dios. Y en la
hora en que Dios baja a la batalla, hay que dejarlo hacer. Nuestro
puesto seguro estará bajo el manto de la Santa Madre de Dios.
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