Este año se va a celebrar un cuarto de siglo (el 3 de abril) de la
muerte del gran genetista católico Jérôme Lejeune. Fue una gran figura
de la ciencia y la investigación médica, y un ejemplo de católico
defensor de la vida, que puede llegar a ser declarado beato y santo en
un futuro. Todo el mundo se enriquecerá al conocerlo mejor. Hay al menos
7 razones por las que es una gran figura de los últimos cien años.
1. Fue el descubridor del origen genético del síndrome de Down
Desde sus inicios como investigador, allá por los años cincuenta, Lejeune se interesó por el síndrome de Down,
un trastorno cuyo origen era entonces un auténtico misterio. Algunos lo
asociaban a la sífilis; otros culpaban a las madres. Con todo, a
Lejeune no le asustaba el reto. Guiado por su director de tesis, Raymond
Turpin, descubrió que los dermatoglifos, las configuraciones de los
surcos de la piel en las manos, eran diferentes en las personas con
síndrome de Down si se los comparaban con el resto de la población.
Estimulado por este hallazgo, le confesó a su mujer: “en uno o dos años
habré comprendido el mecanismo”. Y así ocurrió.
Turpin y Lejeune ficharon para su equipo a Marte Gautier, que había
aprendido en Estados Unidos técnicas avanzadas de cultivo celular y
microscopía. Tras un gran trabajo colaborativo entre los tres, Jerôme por fin consiguió contar un cromosoma de más en el cariotipo de un individuo con síndrome de Down. Este hallazgo coronaba su carrera.
Con solo treinta y un años había descubierto que una mala
distribución del patrimonio hereditario genera como consecuencia un
trastorno en el individuo. Los resultados se publicaron el 16 de marzo
de 1959. Se analizaron células de cinco niños y cuatro niñas con
síndrome de Down. En todas las muestras de buena calidad se contaron 47 cromosomas.
2. Algunos lo consideran el padre de la genética moderna
El descubrimiento del origen genético del síndrome de Down no fue un hecho aislado. En 1963 demostró una vez más su gran
habilidad al averiguar que también existían personas con un cromosoma
de menos: en concreto halló la monosomía del cromosoma 5. Por humildad, al contrario que la práctica habitual, el genetista galo no quiso poner su apellido a este trastorno y lo llamó síndrome del maullido de gato, aunque no pudo evitar que a menudo se le cite como enfermedad de Lejeune.
El genetista francés también colaboró en el conocimiento del síndrome 18q, una monosomía que reportó el francés Jean de Grouchy en 1964 y cuyo síndrome clínico asociado describió Lejeune en 1966.
Asimismo, Lejeune descubrió en 1968 el síndrome en el que un cromosoma con forma de anillo sustituye al cromosoma 13,
en 1969 identificó la trisomía 8, mientras que con la ayuda de la
doctora Marie Odile Rethoré, fiel colaboradora suya, hizo lo propio con
la trisomía 9 en 1970.
Los premios no tardaron en llegar: en Estados Unidos el Pellman y el
de la Fundación Kennedy, en Francia la medalla de plata del CNRS y el
Jean Toy de la Academia de Ciencias, en España el doctorado Honoris
Causa por la Universidad de Navarra.
Con motivo de otro galardón, el William Allan Memorial Award, Lejeune
se había dado cuenta de que la mayoría de los médicos que participaban
en la ceremonia le admiraban porque gracias a su descubrimiento podían
practicar la amniocentesis, es decir, la extracción de tejido del feto para determinar
si una persona presentaba trisomía y poder abortarlo. En algunos países
hoy no se deja nacer a ningún bebé con síndrome de Down.
Lejeune se revolvió contra esta barbarie y pronunció un discurso
políticamente incorrecto: “La naturaleza del ser humano está contenida
tras la concepción en el mensaje cromosómico, lo que le diferencia de un
mono o de un pato. Ya no se añade nada. El aborto mata al feto o embrión, y ese feto o embrión, se diga lo que se diga, es humano”.
Poco después se expresó de una manera similar ante la ONU. Y continuó
liderando la lucha por la defensa de la vida en todo el mundo, lo que
no le produjo ningún beneficio en cuanto a su popularidad. Se convirtió
en un apestado para muchísimos sectores de la sociedad, hasta el punto
de que algunos historiadores opinan que no recibió el Premio Nobel por este motivo.
4. Sufrió agresiones personales y respondió con paciencia y coraje
Abanderar la lucha por la defensa de la vida le produjo problemas
incluso en el terreno personal. Durante una conferencia que impartió el 5
de marzo de 1971 en la Mutualité, un centro parisino destinado a
charlas, congresos y meetings políticos, unos asaltantes entraron con barras de hierro y pegaron a bastantes personas,
entre las que se hallaban disminuidos psíquicos y ancianos. Jerôme y su
mujer, que le acompañaba aquella vez, se libraron de los golpes, pero
no de una serie de tomatazos que recibieron. Hasta un trozo de
carne de buey impactó en la cara del padre de la genética moderna. Los
manifestantes también arrojaron menudillos al mismo tiempo que gritaban que los fetos no eran más que trozos de carne. Solo se detuvieron al intervenir la policía.
En otras ocasiones, la agresión consistía en el insulto y la descalificación. Pero Lejeune no perdía la compostura. Desarmaba a sus rivales con su tranquilidad, su paciencia y su valentía
a la hora de exponer sus ideas. Además no se lo tomaba como algo
personal: “no combato contra las personas sino contra las falsas ideas”.
Tampoco faltaron pintadas en las calles: “Lejeune es un asesino”, “Muerte a Lejeune y a sus pequeños monstruos”.
La valentía y el buen hacer del brillante científico francés no dejo
indiferente a Juan Pablo II, que se convirtió en un gran amigo suyo.
Lejeune, que perteneció a la Academia Pontificia de Ciencias durante 20
años, fue designado por el Papa como el primer presidente de la Academia Pontificia para la Vida,
cuyos objetivos son estudiar, informar y formar sobre los principales
problemas de biomedicina y derecho, relativos a la promoción y a la
defensa de la vida.
También cabe destacar que el mismo día en que se produjo el atentado
contra Juan Pablo II, Lejeune comenzó a sufrir unos dolores tan agudos
que le trasladaron a un hospital. El impacto que supuso para Lejeune la
desagradable noticia del atentado provocó una acumulación de piedras en
su vesícula. Lo realmente sorprendente es que le operaron a la misma
hora en que intervenían a Juan Pablo II. Sus hijos sostienen que fue una
comunión de santos, como si Jérôme cargara con parte del dolor del
Papa.
6. Mediador entre EEUU y la URSS en plena la Guerra Fría
Lejeune alcanzó un puesto en la ONU como experto sobre los efectos de la radiación atómica en genética humana. Allí desempeñó un papel notable como mediador entre Estados Unidos y la Unión Soviética durante la guerra fría. No era agresivo, ni altivo, ni grosero como los demás. Poseía un estilo que hacía gracia
a quienes asistían a esas reuniones. Este carácter conciliador le llevó
a jugar un papel decisivo durante la peligrosa crisis nuclear de los
euromisiles de 1981 que llevó a ambas potencias a una escalada de
tensiones.
El Vaticano, muy preocupado por el asunto, envió mediadores a cinco países clave:
Estados Unidos, Francia, Reino Unido, China y, el más complicado, la
Unión Soviética. Para este último, confiaron en Lejeune y otros dos
investigadores.
Durante la cena que se sirvió en los aposentos de líder soviético,
Brézhnev, Lejeune narró una bella historia: “Hace mucho tiempo, tres
sabios partidos de Oriente visitaron a un poderoso príncipe. Habían
observado signos en el cielo, anunciando, pensaban ellos, una buena
noticia: la paz sobre la tierra a los hombres de buena voluntad.
Aproximadamente dos mil años más tarde, científicos venidos de Occidente
se pasan por la casa de un hombre muy poderoso. Ahora la historia es
diferente. Pues nosotros sabemos que si por desgracia aparecen en el
cielo signos desencadenados por los hombres, no será ya el anuncio de
una buena noticia sino el de una masacre de inocentes.”
A pesar del ateísmo oficial del régimen, los anfitriones entendieron
enseguida a qué se refería, y el discurso les gustó. Los tres sabios de
occidente —se da la circunstancia de que eran genetistas— le presentaron
a Brézhnev un cúmulo de datos sobre los efectos que podría acarrear una guerra nuclear en la población y lograron pacificar la situación internacional.
7. Muy posiblemente será beatificado
Uno de los aspectos más destacados del genetista galo fue su gran humanidad. Como médico atendió a más de ocho mil personas con síndrome de Down,
a los que trataba como a sus hijos. Se sabía el nombre de todos y a
muchos de sus padres les hacía recuperar la dignidad perdida. Su hijo no era un monstruo, era un regalo, un hijo amado de Dios como lo somos todos los demás. Les atendía
por teléfono a veces también de noche. Una de sus hijas también destaca
de su padre que era un catecismo viviente, es decir, que predicaba con
el ejemplo. Y una de las muchas pruebas de la humildad del genio francés
fue que su hija se tuvo que enterar de que su padre era famoso a través de una profesora de su colegio.
Tampoco se puede ocultar el impresionante gesto que Lejeune tuvo la
noche de su fallecimiento. Llevaba meses con un cáncer de pulmón y, como
buen médico que era, sabía que se iba a morir. Así que no dijo nada y
pidió a sus familiares que le dejaran dormir solo. Les quería evitar lo
que vivió con su padre, que murió ante sus propios ojos también de
cáncer de pulmón. Durante la madrugada sufrió la agonía. Uno de sus
colegas le acompañó y, cuando vio que se encontraba muy mal, le informó
de que iba a llamar a su mujer. Pero Lejeune le suplicó que no lo
hiciera. Unas horas más tarde, el padre de la genética le confesó: “Ve,
he hecho bien”. Y expiró.
Jérôme Lejeune nos dejó como legado nos dejó la Maison Tom Pouce (la Casa de Pulgarcito), que asiste a mujeres embarazadas o madres con un bebé de pocos meses, y la Fondation Lejeune,
centrada en investigación genética y en atención de personas afectadas
por el síndrome de Down o por una enfermedad genética de la
inteligencia. Tal vez algún día sea su patrono, pues la causa para su beatificación avanza lenta pero satisfactoriamente.
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