
En francés acaba de publicar un nuevo trabajo, "Sobre la religión" (Sur la religion), sabiendo que muchos de sus lectores en Francia no han crecido en familias cristianas. En Avvenire, el periódico propiedad de los obispos italianos, le entrevistan y él, a sus 71 años, se muestra rotundo: le fastidia la ambigüedad tramposa de los que meten todas las religiones en el mismo saco.
- ¿Por qué decidió escribir una obra sobre la religión en general?

- Sus tesis sobre las raíces cristianas de
Europa, expuestas hace más de un siglo, se acogen ahora más
favorablemente, incluso fuera del mundo católico y cristiano. ¿Es otro
pequeño signo de una reflexión que, de un modo u otro, se abre paso en
los países europeos?
- Esas tesis me permitieron salir del microcosmos académico. Me
alegra poder ayudar a reflexionar sobre el significado de Europa, que es
mucho más antigua y profunda que la UE. Europa bebe de fuentes culturales (prefiero esta metáfora a la de las “raíces”) que son un tesoro. Sería estúpido desprenderse de ellas. Todavía seguimos viviendo gracias a estas fuentes.
- En nuestra época, marcada por las
preocupaciones ecológicas, ¿las religiones siguen siendo el fundamento
más sólido para legitimar nuestro llamamiento a la existencia de las
generaciones futuras?
- Realmente no veo otro. Los que hablan de “trascendencia horizontal” y nos ofrecen una versión precocinada del viejo mito del progreso
no saben lo que dicen. El porvenir, las generaciones futuras, dependen
de nuestra voluntad. ¿Cómo podría trascendernos lo que depende de
nosotros? Las generaciones futuras existirán si decidimos ahora
llamarlas a existir. Pero ciertamente no podemos pedirles su opinión, ni
podemos estar totalmente seguros de que serán felices. Solo tenemos derecho a hacerlas nacer si la vida es un bien, un bien sólido y un bien en sí mismo. ¿Cómo afirmarlo si no creemos que todo lo que existe ha sido creado por un Dios bueno?
- En Francia, y fuera de ella, los ámbitos
laicistas suelen agitar los fantasmas de las guerras de religión. ¿Estas
críticas o miedos tienen un fundamento concreto en la Europa actual?
- Francia es un país que, después de dos siglos de relativa paz
civil, sacudida por revueltas rurales, probó la sangre durante la
revolución y no la perdió después, como vimos con la represión y la
resistencia que siguió a las purgas de la posguerra. Hay una cierta
ironía en el hecho de que los defensores de una laicidad militante, y
por tanto guerrillera, quieran causar molestias a los creyentes
evocando violencias pasadas. Además, imputándolas a la religión y
olvidando el contexto que envenenó las diferencias religiosas, es decir,
el nacimiento del estado moderno y su política secularizada, con
Maquiavelo o Hobbes.
Ante todo, tendrían que preguntarse si el dinamismo demográfico de
los musulmanes no es una actitud sana y nuestro rechazo a la vida es en
cambio una especie de enfermedad. El vacío de nuestras sociedades,
antaño cristianas, pide quien lo supla. En Francia, un organismo estatal
como el Instituto Nacional de Estudios Demográficos (INED), fundado en
1945 para promover políticas que animaran a la natalidad, hoy sostiene
la necesidad de la inmigración. Una pregunta saludable sería hasta qué punto las personas que vienen de países sometidos al islam querrían aceptar las reglas en vigor en nuestros países.
Hay que plantear estas preguntas con claridad y dejar de promover
medidas llamadas de “alcance social” como el matrimonio homosexual, el
aborto, la eutanasia, el vientre de alquiler, que impactan a los
musulmanes. Y que les empujan en brazos de aquellos que, en el mundo
musulmán, afirman que Occidente está podrido.
- El filósofo Jean-Luc Marion ha publicado recientemente una “breve apología” del catolicismo. ¿Es necesaria?
- Con la palabra “apología”, mi viejo amigo Jean-Luc quiere sumarse a
la segunda generación de los padres de la Iglesia. Entonces se trataba
de responder a las calumnias con que el poder romano trataba de
justificar las persecuciones. Ahora, al menos en Europa, las
persecuciones no son violentas. En otros lugares sí, aunque de eso no se
quiere hablar mucho. Aquí por el momento es más suave, actúan indirectamente, mediante burlas y risas, mediante el silencio y el rechazo a difundir lo que decimos, mediante la negativa a dejar espacio a alguien que pueda ser percibido como “demasiado católico”, así que habrá que ser el doble de valientes que los demás para poder conseguirlo. Dicho esto, nosotros no defendemos a los católicos sino la fe católica, que no es lo mismo.
¿Quién tendrá que hacerlo? ¡Quien quiera! Que se hable y se escriba, de
la manera más inteligente y convincente posible. Luego, saber si
seremos escuchados evidentemente es otra cuestión.
ReligiónenLibertad