
El Pontífice ha recorrido 42 kilómetros en auto hasta llegar al
barrio de Pacora, en el que confesó a 5 jóvenes detenidos, 4 hombres y
una mujer –obviamente sin imágenes- y dirigió un saludo a los 450 que
están cumpliendo la pena allí y que participaron en la liturgia
penitencial. Antes de llegar hasta la cárcel, el Papa ha recorrido un
tramo en papamóvil como señal de cercanía a la gente que vive en esta
zona de la periferia.
El Obispo de Roma durante la homilía dice: “Este recibe a los
pecadores y come con ellos’, acabamos de escuchar durante el inicio del
Evangelio. Con esa expresión pretendían descalificarlo y desvalorizarlo
delante de todos, pero lo único que consiguieron fue señalar una de sus
actitudes más comunes y distintiva: ‘Este recibe a los pecadores y come con ellos”.
Jesús no tiene miedo de acercarse a aquellos que, por un sinfín de
razones, cargaban sobre sus espaldas con el odio social como eran los
publicanos ― recordemos que los publicanos se enriquecían en base a
saquear a su mismo pueblo; ellos provocaban mucha pero mucha indignación
― o con el peso de sus culpas, errores o equivocaciones como los así
llamados pecadores”. Cristo se comporta así porque “sabe que en el cielo hay más fiesta por un solo pecador convertido que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión”.
Y mientras “ellos se limitaban tan solo a murmurar o indignarse
coartando y cerrando así todo tipo de cambio, conversión e inserción,
Jesús se acerca, se compromete, pone en juego su reputación e invita
siempre a mirar un horizonte capaz de hacer nueva la vida y la historia.
Dos miradas bien diferentes que se contraponen. Una mirada estéril e
infecunda ―la de la murmuración y el chisme― y otra que invita a la
transformación y conversión ―la del Señor”.
Esta actitud “contamina todo –ataca- porque levanta un muro invisible
que hace creer que marginando, separando o aislando se resolverán
mágicamente todos los problemas. Y cuando una sociedad o comunidad se
permite esto y lo único que hace es cuchichear y murmurar, entra en un
círculo vicioso de divisiones, reproches y condenas; entra en una
actitud social de marginación, exclusión y de una confrontación tal que
le hace decir irresponsablemente como Caifás: «Conviene que uno muera
por el pueblo, y que no perezca la nación entera»”. Y normalmente “el
hilo se corta por la parte más fina: la de los más débiles e
indefensos”.
Francisco exclama: “Qué dolor genera ver cuando una sociedad
concentra sus energías más en murmurar e indignarse que en luchar y
luchar para crear oportunidades y transformación”. En cambio, “todo
el evangelio está marcado por esta otra mirada que no es nada más y nada
menos que la que nace del corazón de Dios. El Señor quiere hacer fiesta
cuando ve a sus hijos que retornan a casa. Así lo testimonió Jesús
manifestando hasta el extremo el amor misericordioso del Padre”. Un amor
que no tiene tiempo para murmurar “sino que busca romper el círculo de
la crítica superflua e indiferente, neutra e imparcial y asume la
complejidad de la vida y de cada situación; un amor que inaugura una
dinámica capaz de ofrecer caminos y oportunidades de integración y
transformación, de sanación y de perdón, caminos de salvación.
“Comiendo con publicanos y pecadores, Jesús rompe la lógica que
separa, excluye, aísla y divide falsamente entre buenos y malos. Y no lo
hace por decreto o con buenas intenciones, tampoco con voluntarismos o
sentimentalismo, lo hace creando vínculos capaces de posibilitar nuevos
procesos; apostando y celebrando cada paso posible”.
Así “rompe también con otra murmuración nada fácil de detectar y que
‘taladra los sueños’ porque repite como susurro continuo: no vas a
poder, no vas a poder. Es el cuchicheo interior que aparece en quien, habiendo llorado su pecado y consciente de su error no cree que pueda cambiar.
Es cuando se cree interiormente que el que nació ‘publicano’ tiene que
morir ‘publicano’; y esto no es verdad”, asegura el Papa.
Francisco más tarde invita con fuerza: “Amigos: Cada uno de nosotros
es mucho más que sus rótulos. Así Jesús nos lo enseña e invita a creer.
Su mirada nos desafía a pedir y buscar ayuda para transitar los caminos
de la superación. Hay veces que la murmuración parece ganar, pero no la
crean, no la escuchen. Busquen y escuchen las voces que impulsan a mirar
hacia delante y no las que los tiran abajo”.
La alegría y la esperanza “del cristiano ―de todos nosotros, también
del Papa― nace de haber experimentado alguna vez esta mirada de Dios
que nos dice: vos sos parte de mi familia y no puedo dejarte a la
intemperie, no puedo perderte en el camino, estoy aquí contigo. ¿Aquí? Sí, aquí”. Y así Jesús transforma “la murmuración en fiesta y nos dice: “¡Alégrense conmigo!”.
El Papa subraya también que “una sociedad se enferma cuando no es
capaz de hacer fiesta por la transformación de sus hijos, una comunidad
se enferma cuando vive de la murmuración aplastante, condenatoria e
insensible”. Una sociedad es fecunda “cuando logra generar dinámicas
capaces de incluir e integrar, de hacerse cargo y luchar para crear
oportunidades y alternativas que den nuevas posibilidades a sus hijos,
cuando se ocupa en crear futuro con comunidad, educación y trabajo. Y
si bien puede experimentar la impotencia de no saber el cómo, no se
rinde y lo vuelve a intentar”.
Antes de abandonar la cárcel de menores de Pacora, el papa Francisco
se encontró de manera privada con un grupo de 450 jóvenes cubanos
peregrinos en la JMJ en el Colegio Esclavas, cercano a la Nunciatura
apostólica. El Papa llegó al final de la misa, impartió la bendición y
dirigió un breve saludo a los presentes. En el encuentro, que duró unos
10 minutos, participaron además de los jóvenes dos obispos cubanos.
Anteriormente el Pontífice había celebrado de manera privada en la
Nunciatura apostólica. A la celebración habían participado feligreses y
colaboradores de la archidiócesis de Panamá.
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