
¿De qué nos servirá mantenerlas limpias, si las hemos tenido en los bolsillos?
(DON LORENZO MILANI)
Hoy me adentro con vosotros en uno de los pensamientos clave de un
gran sacerdote italiano, conocido por haber inventado un novedoso tipo
de escuela popular, “la escuela de Barbiana”, abierta «doce horas al día, 365 días al año». Famoso en todo el mundo por haber escrito, conjuntamente con sus alumnos montañeses, la «Carta a una maestra» en la que desenmascaraba el clasismo y la selectividad de la escuela, absurda como un hospital que cura a los sanos.
Era judío por parte de madre, se convirtió al cristianismo, entró en
el seminario de Florencia y fue sacerdote. Mantuvo siempre una actitud
crítica hacia la Iglesia y la curia de Florencia, que consideraba
atrasadas e incapaces de dialogar con los tiempos nuevos. Su mentalidad
abierta y moderna causó numerosos roces ideológicos y desacuerdos con la
curia, que se vio obligada a confinar a don Lorenzo a una pequeña aldea
de montaña, perdida en los valles florentinos. Allí, en la parroquia de
Barbiana, sin carretera, ni luz, ni agua corriente, ni teléfono, es
donde ejerció de forma privada y libre de maestro hasta su muerte.
Un lugar desconocido y abandonado, Barbiana, sin embargo desde allí
su voz se hizo oír fuera de Italia como ciudadano, maestro y sacerdote,
alcanzando fama mundial.
A su madre, desesperada por el confinamiento de su hijo sacerdote en esa parroquia de 12 habitantes, escribía: “Mamá, no llores: la grandeza de una vida no depende del lugar donde se realiza”.
Han pasado muchos años y aún me emociona el recuerdo de mi visita a
Barbiana, sobre todo ante su tumba, en el minúsculo cementerio donde
quiso ser enterrado. En su lapida brillan las palabras de su Testamento
dirigidas a los niños y alumnos de su escuela: “Os he querido más a
vosotros que a Dios, pero tengo la esperanza de qué Él no esté atento a
estas sutilezas y lo haya apuntado todo en su cuenta”.
Como un latigazo la frase citada hoy, sobre nuestras somnolencias y
el adormecimiento de nuestra caridad. Evidentemente don Lorenzo se
dirige a los que eligen la vida tranquila como su norma suprema, la
comodidad, el no tener problemas, teniendo…las manos en el bolsillo.
Claro, podrán decirse siempre irreprochables, limpios, incontaminados…
Pero ¿de qué sirve una limpieza que es fruto de egoismo?
Jesús un día estigmatizará el comportamiento de unos devotos de su
tiempo, capaces de ostentar un formalismo impecable, aferrados a las
reglas de pureza y a las precauciones religiosas, dominados por el afan
de no ensuciarse.
Él, al contrario, interpretó su vida como una inmersión en todas la
manchas humanas, físicas, morales, culturales…sin tenerle ningún miedo a
lo sucio del mundo: encontrando, apretando las manos, tocando,
abrazando, besando a todos los contagiados de la historia.
Al final ese mismo Señor nos dirá: “tuve hambre, y me
disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me
recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis;
en la cárcel, y vinisteis a mí.”
O no.
a cargo del padre Fabio, párroco de Arca y Arzúa
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