Me han prometido el cielo y vivo en el lodo, pero hay una llave que abre a la esperanza

A veces en la vida hay que esperar mucho. ¿Cómo puedo esperar tanto sin desanimarme? Tengo esperanzas clavadas en el alma. Pero a menudo me desanimo. Dejo de confiar. Dejo de creer.

Me han prometido el cielo y vivo en el lodo. He soñado con las estrellas y no he alcanzado su destello de luz. Pierdo la esperanza. Quiero creer en las personas y me fallan.

Creo que la Navidad es una escuela en la esperanza. Todavía no he visto al Salvador y espero en él. Todavía no puedo irme a descansar porque no lo he tocado. Tengo que seguir en pie, alerta, esperando.

Leía el otro día: “Si no hay gratitud, la vida no se abre a la esperanza y se encierra en un presente que se repite, como una donación infinita de muchos pequeños instantes iguales todos ellos entre sí, instantes que huyen hacia el vacío”.

La gratitud es la llave que me abre a la esperanza. Me ensancha el corazón. Me hace más paciente con lo que todavía no ha sucedido.

Necesito un corazón que agradezca la vida que tengo. Soñando con una plenitud que aún no alcanzo. Un corazón agradecido ante los míos. Ante mis hijos, mis padres, mis hermanos, mis amigos. Paciente en la espera sin querer que suceda lo imposible de golpe, inmediatamente.

La espera se hace firme cuando agradezco lo que ya poseo. Y espero lo que ha de venir con una sonrisa. Es la espera de un corazón que no vive estancado en la queja.

Quiero ser agradecido y feliz. Quiero un corazón que espere siempre algo nuevo. Que sueñe y desee. Quiero un corazón que viva deseando tocar el cielo y ver a Dios en la tierra. Quiero un corazón paciente. Un corazón grande, tierno y alegre.

Quiero tocar a Jesús. Necesito paciencia. Lucho por ello cada día. Sin perder el tiempo. Sin desesperarme. Sueño con Dios en mi alma, en mi tierra.
Carlos Padilla
Aleteia

    Web oficial de San Juan de Ávila

    Sobre San Juan de Ávila