Una cosa ha sido leer las escrituras -explica en Catholic Net
la periodista Silvana Ramos-, encontrarme con la historia de Job y
sorprenderme con la grandeza de su fe y fidelidad a Dios. Job, mi gran
aliado en la caída. Sinceramente hoy la imagen de Job a duras penas me
saca a flote; el enojo, la vergüenza, la indignación, es escándalo, el
sentir el orgullo aplastado, el amor tirado por el piso, la confianza
traicionada. ¡Cómo duele la Iglesia en estos días! Quiero compartir
lo que como pueblo católico estamos viviendo, esperando que este recurso
de alguna manera pueda aportar en algo hacia la necesaria enmienda de
la Iglesia. Una iglesia que no solo es responsabilidad de algunos, sino de todos sus miembros.
Las denuncias por abuso y encubrimiento son reales, los hechos me dejan sin palabra, la culpa es innegable y grande, muy grande.
Cuando las denuncias empezaron a ver la luz, la primera reacción que he
visto en muchos de mis hermanos (incluida yo), es tratar de salir a
defender, a excusar lo sucedido, a tratar de separar el trigo de la
cizaña: “¡No son todos!”, “la Iglesia está tomando cartas en el
asunto…”, “sucedió hace muchos años”. Las palabras se quedan cortas,
parecemos locos tratando de defender lo indefendible.
Los amigos se nos vienen encima, la familia también, muchos abandonan
la fe, el odio de otros tantos crece y con argumentos sólidos: ¿Cómo no
llenarse de rabia contra aquel que me prometía el cielo mientras mataba
a mis hijos? Yo que soy madre, no quiero ni pensar en el dolor de las
víctimas.
Quisiera compartir con ustedes algunas reflexiones que nacen durante
este tiempo a raíz de lo que la Iglesia vive en este minuto:
Dios como cimiento único de mi fe
Los abusos que suceden dentro de la Iglesia Católica, me atrevo a
decir, son mucho peores que los que suceden fuera de ella, justo porque
la misión de la Iglesia es el bien de la humanidad misma. Bien que
tiene que ver con la verdad y el amor que provienen del mismo Cristo.
Creo que aquí necesitamos prestar atención: ¿hasta qué punto vivo mi fe
en la Iglesia como una participación en una simple institución donde mi
valor está en el prestigio y las obras, y no en mi necesidad de Cristo?
La corrupción ciega el alma, si te encuentras en ese punto, en el que
no puedes ver el mal que se ha obrado y se viene obrando y solo te
interesa salir bien parado de este asunto, vas por mal camino. La
Iglesia es un camino dejado por Dios, un camino para recorrerlo de su
mano y no a solas. En el minuto en que se piensa que la Iglesia
significa seguridad, prestigio, éxito e inmunidad… se pierde el camino.
La comunidad se vive a todo nivel, incluso en el pecado
Si la fe se torna en vivir un simple conjunto de reglas y rituales en
lugar de vivir la fe como una relación con Dios, que es amor, vas a
ciegas. Te has convertido en un autómata, sin sentido y a la merced de
tus propias carencias y debilidades. Si miento, pensando en que no hago
ningún daño porque es una mentira pequeña de la que nadie se va a
enterar, me estoy engañando a mí mismo. Hay que ser fiel en lo poco para
poder ser fiel en lo grande.
El mal, por muy pequeño que sea, tiene consecuencias que repercuten en toda la comunidad.
¿Hasta qué punto estoy dispuesto a justificar e incluso a encubrir
situaciones malas por salvaguardar un nombre? Si amo a Dios y amo a la
Iglesia que Él mismo ha fundado, necesito tener la libertad de actuar y
con premura señalar, denunciar en primera persona el mal cometido. No se
trata de volverse como esos niños pequeños que corren a quejarse con su
madre por todo, indiscriminadamente y sin fundamento. No. Se trata de
vivir con firmeza la opción por el bien y la verdad que nos conduzcan al
amor. Y parte de ese bien es no convertirnos en cómplices del mal.
La fe está a prueba
La fe de los católicos ciertamente en este tiempo está a prueba.
Todos estos acontecimientos que nos horrorizan nos llenan de dolor y de
vergüenza, son muchas veces casi insoportables. Provoca salir corriendo y
abandonarlo todo, que el último que salga apague la luz. Pareciera que
la solución es abandonar la Iglesia, destruirla, cuántos claman por
esto. Dios sostiene a la Iglesia, no nos olvidemos de esto nunca, y
justo por eso hay que mirarlo a Él y seguirlo a Él en primer lugar.
Jesús se enfrentaba sin miedo y señalaba a los fariseos, recordemos que
fariseos podemos ser nosotros mismos, si perdemos ese sano temor a las
debilidades propias y nos empezamos a creer perfectos, vamos por mal
camino.
El mal existe, y el demonio también
En un mundo en que la ciencia y la razón son lo único que priman,
hablar del demonio resulta poco creíble. Qué gran victoria la de la él,
hacernos creer que no existe. Parece que es más fácil creer en los unicornios que en el demonio.
Si miráramos con un poco más de atención nuestros propios actos y el
suceder de las cosas, nos daríamos cuenta, no solo de su existencia,
sino que estaríamos más pendientes de las opciones que escuchamos y por
las cuales optamos. El trabajo del demonio es tentarnos, nuestras almas se pierden cuando en libertad optamos por el mal.
Esta última frase tiene que hacer eco hasta para un no creyente. Pero
¿cómo puedo optar por el bien una y otra vez cuando me creo inmune al
mal? O negando su existencia. No es simplemente crianza en valores y
tener una voluntad férrea, creo que primero se trata de reconocernos
pequeños, frágiles y necesitados de asistencia, asistencia de Dios que
nos levanta cuando caemos y nos perdona siempre que volvemos a casa.
Empecemos pues, una y otra vez optando por el bien profundamente.
“Se trata de despertar la conciencia sobre la gravedad de los
problemas, de hacer leyes apropiadas, de controlar el desarrollo de la
tecnología, de identificar a las víctimas y perseguir a los culpables de
crímenes, de ayudar en su rehabilitación a los menores afectados”,
explica el Papa Francisco.
La Iglesia atraviesa duros momentos, y nuestra fe está puesta a
prueba con un fuego abrasador del que muchos no logran salir ilesos.
Pero justo hoy cuando más nos duele, cuando no encontramos respuesta,
cuando no vemos la luz, cuando parece que hemos sido abandonados en la
oscuridad, elevemos nuestras plegarias al Señor, con la tristeza, la
furia y la incomprensión que reina en nuestro corazón.
¡Hoy me dueles Iglesia! pero que no se opaque mi fe, que no
desaparezca la esperanza. Te invito a unirte en oración en este momento,
reza un padre nuestro o un ave maría por este dura prueba que
atravesamos todos.
ReligiónenLibertad