“Sucederá que en los últimos días
—dice Dios—, derramaré mi Espíritu sobre todo el género humano. Vuestros
hijos e hijas profetizarán, tendrán visiones los jóvenes y sueños los
ancianos. En esos días derramaré mi Espíritu aun sobre mis siervos y mis
siervas, y profetizarán.”
Hechos 2, 17-18
Hechos 2, 17-18
Este versículo del profeta Joel y que Pedro cita tras la venida del
Espíritu Santo en Pentecostés ha sido el central en estos días de
trabajo y por eso considero necesario comenzar con él. Cuando la Iglesia
se pone a la escucha de los jóvenes pretende ponerse a la escucha del
Espíritu Santo. Los actuales cristianos adultos que frecuentan la
Iglesia desde hace muchos años han podido ver cómo estas se han vaciado
de jóvenes. Otros muchos ya percibimos como habitual ir a la iglesia y
ver el elevado porcentaje de cabezas blancas frente al resto… ¿Es que el
Evangelio es sólo para los mayores? Y si todos los jóvenes tenemos el
intenso deseo de ser incondicionalmente amados y la necesidad de ser
salvados por Jesús…, ¿por qué nuestras iglesias están vacías de ellos?
Esta es una pregunta que a todos debe interpelarnos y ante la cual
tenemos dos opciones: escuchar a los jóvenes y renovarnos en nuestros
métodos, ardor y expresión o hacer lo mismo de siempre y culpabilizar a
otros de la situación.
El Papa, como cabeza de la Iglesia, ha decidido optar por la primera
opción y esto es loable. Son varios los métodos que han puesto en marcha
para escucharnos pero quizás el más sonado haya sido el encuentro
pre-sinodal que ha tenido lugar en Roma del 19 al 24 de marzo y al cual
he tenido el honor y la gracia de asistir. Durante una semana trabajamos
intensamente para dar voz a los jóvenes de todo el mundo y redactar un
documento que servirá como fuente para conformar el Instrumentum Laboris, que
contribuirá al trabajo del Sínodo de Obispos de 2018. Cerca de 300
jóvenes de todo el mundo nos hemos reunido para reflexionar sobre tres
temas: los jóvenes, el discernimiento vocacional y el estilo de la
Iglesia.
Tras las reflexiones realizadas en los 20 grupos de trabajo
lingüísticos en los que nos reunimos, redactamos un documento por grupo
que actualmente también están recogidos en la web del sínodo y que
merece la pena leer, al menos el documento de habla hispana, si se
quiere tener una visión más completa del pensamiento de los jóvenes. Mi
grupo de trabajo fue el cuatro de idioma español y estaba compuesto en
su mayoría por latinoamericanos y por un portugués. Fue tremendamente
enriquecedor reflexionar sobre estos temas con ellos y me sorprendió
mucho ver cómo todos apuntábamos a lo mismo a pesar de tener realidades
tan distintas.
Lo que más se destacó en los tres bloques de reflexión fue la
necesidad de la comunidad. Comunidades vivas, que sepan tu nombre, que
celebren los cumpleaños, que se den cuenta si faltas, que te conozcan y
te pregunten por tus cosas, que integren los intereses de todos, que
tengan espacios específicos para jóvenes… Muchas veces se habla de que
no hay jóvenes en la Iglesia pero deberíamos cuestionar nuestra
comunidad concreta y preguntarnos ¿tenemos un lugar específico para
ellos? Con colores, paredes bien pintadas, fotos, posters, pufs…
Efectivamente colocar un puf en alguna de nuestras salas no va a hacer
que los jóvenes vengan a la Iglesia, pero si no tenemos un sitio a su
medida ¿dónde queremos que estén? Y de alguna forma el no tener un sitio
para ellos en nuestros espacios parroquiales ya habla sobre la
relevancia que les damos en la comunidad. Por otro lado, ¿cuál es
nuestra oferta a los jóvenes? ¿La misa dominical y la catequesis? Los
jóvenes de hoy vivimos en un contexto de lucha durísimo, donde nos
cuestionan la fe desde pequeños en nuestra escuela, en la universidad,
en nuestra familia, en los medios de ocio que utilizamos.
El cristianismo es ridiculizado por nuestros YouTubers favoritos, por
las series que más vemos y nos gustan, por las redes sociales que
utilizamos, por nuestros amigos, novios/as y compañeros… Y ¿qué hace
nuestra comunidad al respecto? Si queremos jóvenes en la Iglesia
necesitamos evangelización de calidad, espacios donde podamos pensar,
reflexionar, hacernos preguntas. Métodos que nos apasionen, materiales
actuales y de calidad, música cristiana a nuestra medida… Y todo esto ya
existe, simplemente hay que integrarlo en nuestras comunidades.
En mi grupo también se habló de la crisis de identidad que percibimos
muchos en la Iglesia. Una vez leí que la Iglesia no tiene una misión
sino que la misión tiene una Iglesia, siendo esta la evangelización. En
nuestro grupo todos percibimos que aunque la gente afirma que tenemos
que evangelizar jóvenes, en realidad es poco el presupuesto que se
invierte en este fin. Gastamos dinero para flores, decoración, liturgia,
mantenimiento de los edificios…, pero ¿cuánto dinero gastamos para
evangelizar? Tenemos personas dedicadas a la catequesis, al apoyo
litúrgico… y ¿cuántas a la evangelización? Las acciones habituales de
una parroquia son la celebración de sacramentos y la formación en
catequesis, puede que en ocasiones haya alguna oración a mayores,
adoración o estudio bíblico en el mejor de los casos, pero… ¿cuántas
actividades de primer anuncio o nueva evangelización desarrollamos?
Efectivamente esto no se cumple en todos los casos, pero asusta pensar
la gran cantidad de iglesias que no tienen comunidades vivas, que no
realizan acciones de evangelización y que poco a poco van quedándose
vacías.
Creo que como Iglesia debemos unirnos y gritar a Dios sin miedo:
“Señor, sálvanos, que nos hundimos” (Mt 8,26). Y quizá la respuesta a
este grito la hallemos en la promesa de que en los últimos días Dios
enviará a su Espíritu Santo para que los jóvenes profeticemos y los
mayores tengan sueños. Brevemente he presentado algunas de las visiones y
profecías que hemos querido lanzar en este pre-sínodo los jóvenes y
ahora me gustaría concluir con el sueño de un anciano, Francisco, que
afirma: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo,
para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda
estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la
evangelización del mundo actual más que para la autopreservación” (Evangelii Gaudium, 27).
Cristina Cons Rodríguez, de 23 años de edad, pertenece a
la Archidiócesis de Santiago de Compostela. Es miembro electo del
Consejo Diocesano de Pastoral Juvenil por la Vicaría de Santiago y
miembro electo de la Coordinadora Diocesana de Pastoral Juvenil, así
como catequista post-comunión en la parroquia de San Fernando de
Santiago. Destaca su participación en el Proyecto “Evangelizaño” durante
este curso 2017-18, que lo forman jóvenes de la Diócesis dedicados un
año entero a la evangelización a los jóvenes. Forma parte del equipo que
dirige “Alpha Universitarios” en Santiago de Compostela y es miembro de
la Antorcha diocesana que dirige el proyecto “Centinelas de la Mañana
de Primer Anuncio”. También desarrolla tareas como monitora de Educación
afectivo sexual con adolescentes y padres en distintos colegios y
parroquias. En cuanto a su formación académica es Grado en Pedagogía y
Máster universitario en Profesorado de Educación Secundaria con la
especialidad de Orientación Educativa. Junto a Javier Medina
Sierra, el otro joven elegido a nivel diocesano, Cristina Cons
representó a los jóvenes católicos españoles en ese encuentro presinodal
con el papa Francisco.
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