Esta religiosa nació en Montepulciano (Italia) en 1268 y fue una de las figuras más brillantes de la Orden de Santo Domingo.
A los 9 años obtuvo que sus padres la dejaran irse a vivir a un convento de religiosas.
Cuando apenas tenía catorce años la encargaron ya de la portería del
convento y de recibir las visitas. A los 15 años, la superiora de
aquella comunidad fue trasladada a fundar un convento en otra ciudad, y
pidió que le dejaran llevar como principal colaboradora a Inés.
Desde muy joven ayunaba casi todos los días y dormía en el duro suelo y tenía por almohada una piedra. Después la salud se le resintió y por orden del médico tuvo que suavizar esas mortificaciones.
San Raimundo cuenta que Dios le permitía visiones celestiales, que un día logró ver cómo era Jesús cuando era niño.
Santa Catalina de Siena fue a Montepulciano a visitar el cadáver de
santa Inés, el cual después de 30 años, todavía se encontraba
incorrupto; profesaba una gran veneración a esta santa y en una carta
que escribió a las religiosas de esa comunidad les dice:
"Les recomiendo que sigan las enseñanzas de la hermana Inés y
traten de imitar su santa vida, porque dio verdaderos ejemplos de
caridad y humildad. Ella tenía en su corazón un gran fuego de caridad,
regalado por el mismo Dios, y este fuego le producía un inmenso deseo de
salvar almas y de santificarse por conseguir la salvación de muchos.
Y después de la caridad lo que más admiraba en ella era su profunda humildad. Siempre
oraba y se esforzaba por conservar y aumentar estas dos virtudes. Y lo
que le ayudaba mucho a crecer en santidad era que se había despojado de
todo deseo de poseer bienes materiales o de darle gusto a sus
inclinaciones sensuales, y el dominar continuamente su amor propio.
Su corazón estaba totalmente lleno de amor a Cristo Crucificado, y
este amor echaba fuera los amores mundanos y los apegos indebidos a lo
que es terrenal. Ella ofrecía en sacrificio a Dios su propia
sensualidad. Para esta buena religiosa el mejor tesoro era Cristo
crucificado, en quien meditaba siempre y a quien tanto amaba".
San Raimundo cuenta que muchos testigos le declararon haber
presenciado hechos milagrosos en la vida de santa Inés. Murió en el mes
de abril del año 1317 a la edad de 49 años, y en su sepulcro se han obrado muchos milagros. Que nos contagie Inés de su gran amor por Jesús Crucificado.
Oremos
Tú, Señor, que concediste a santa Inés de Montepulciano, el don de
imitar con fidelidad a Cristo pobre y humilde, concédenos también a
nosotros, por intercesión de esta santa, la gracia de que, viviendo
fielmente nuestra vocación, tendamos hacia la perfección que nos
propones en la persona de tu Hijo. Que vive y reina contigo.
Artículo publicado originalmente por evangeliodeldia.org
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