¿Por qué hay tantas persecuciones contra los cristianos en el mundo?  El Papa Francisco lo explicó así este sábado por la tarde: "El origen del odio es este: porque nosotros hemos sido salvados por Jesús, y el príncipe de este mundo esto no lo quiere, él nos odia y suscita la persecución".

En la tarde del sábado, 22 de abril, el Papa Francisco acudió a celebrar un servicio memorial en recuerdo de los cristianos asesinados como mártires en el siglo XX y XXI, siglos de electricidad, viajes al espacio, alfabetización y ciencia y tecnología avanzada y energía atómica... y siglos enrojecidos por la sangre de cristianos asesinados por su fe, una fe que enseña a amar y perdonar a los enemigos.
El escenario era la Iglesia de San Bartolomé, en un lugar muy especial, la isla en el río Tiber, en pleno corazón de Roma, donde en la antigüedad ya hubo un templo dedicado a Asclepio, dios de la medicina, en el que se cuidaban enfermos. Hoy gestiona allí la Comunidad de San Egidio el Memorial de los mártires del siglo XX y XXI.

La lista de los grupos de mártires recordados (muchos de ellos cuentan con una capilla propia y específica, con su altar e iconos) es larga:

- los cristianos armenios víctimas del genocidio turco a principios del siglo XX
- los cristianos mexicanos asesinados en las persecuciones laicistas de los años 20
- los mártires católicos de los años 30 en España, asesinados por anarquistas y comunistas
- los mártires de Albania, único país que se declaraba constitucionalmente ateo
- los asesinados por el nacionalsocialismo alemán
- los monjes de Argelia asesinados por facciones islamistas
- los que fueron asesinados por la mafia por no colaborar con su red de corrupción
- el arzobispo salvadoreño, Óscar Arnulfo Romero, asesinado en 1980
- los que han muerto como "mártires de la caridad" sirviendo enfermos del ébola...

La ceremonia, presidida por el Papa Francisco, recordó a los clérigos cristianos que hoy mismo están secuestrados en Siria, Yemen, Congo, Mali. También recordó a los cristianos coptos degollados en Libia por yihadistas, y a los cristianos que son asesinados porque luchan contra la corrupción. Se mencionó a los catequistas, “a las mujeres asesinadas en el silencio por defender la justicia y la paz cuyos nombre son conocidos solo por Dios”.

Hubo mención a “los católicos, ortodoxos, evangélicos y anglicanos que dieron testimonio de unidad con el martirio”. Y “a los cristianos muertos en la soledad y de los campos de concentración”. Se rezó también “para que sea desarmada la violencia blasfema de quien asesina en nombre de Dios”. Al resonar cada mención, una persona relacionada con el lugar mencionado encendía una vela.

Una llegada festiva... una ceremonia solemne
La llegada del Papa a la Isla Tiberina fue festiva. Le recibieron con entusiasmo muchas personas, jóvenes y niños de las Escuelas de la Paz. Los niños le entregaban cartas y dibujos. Pero una vez entró en la basílica de los nuevos mártires se impuso la solemnidad. Ante el icono del altar principal, que recuerda a los nuevos mártires,  el Santo Padre rezó algunos instantes en silencio. El incienso y cantos polifónicos fueron parte de la liturgia, en la que el papa vestido de blanco usó la estola roja de un obispo que murió mártir.

El fundador de la Comunidad de San Egidio, el historiador Andrea Riccardi, buen conocedor de los horrores del siglo XX y de las historias de los mártires, dirigió unas sentidas palabras, agradeciéndole el “haber venido como peregrino al santuario de los nuevos mártires” recordando que esta coincidía con el aniversario del secuestro a manos de yihadistas en 2013 de dos obispos de Aleppo, Siria: el  greco-ortodoxo Boulos al-Yazigi y el siriaco-ortodoxo Gregorios Yohanna Ibrahim. Han pasado cuatro años y no se sabe nada de ellos.

Riccardi señaló también que fue voluntad de San Juan Pablo II que el santuario en Isla Tiberia custodiase "la memoria de los mártires católicos, ortodoxos, anglicanos y evangélicos unidos en la sangre derramada por Jesús”.

Testimonios: el nazismo, la yihad, las bandas...
Le siguieron lecturas intercaladas por tres testimonios. El primero fue Karl, hijo de Paul Schneider, pastor de la Iglesia Reformada alemana, asesinado en 1939 en el campo de Buchenwald porque había denunciado que el nazismo tenía objetivos “irreconciliable con el mensaje de la Biblia”.

Después de otra lectura, Roselyne, hermana del sacerdote francés Jacques Hamel, asesinado el 26 de julio de 2016 por milicianos del Isis recordó la paradoja de quien nunca quiso ser protagonista y que en cambio dio un testimonio a todo el mundo. Señaló que los musulmanes se reunieron para rendirle homenaje y del sentimiento que despertó en Francia.

El tercer testimonio fue de Francisco Hernández Guevara, amigo de William Quijano, un joven de San Egidio en El Salvador, asesinado en septiembre de 2009, empeñado con las Escuelas de la Paz que ofrecía a los jóvenes una alternativa a las pandillas violentas o maras. “Su culpa fue soñar un mundo sin violencia”, y hablar a todos de su sueño. Nunca hablaba de venganza contra las pandillas sino de un cambio de mentalidad a partir de los niños.

El demonio está detrás de las persecuciones
El Papa Francisco, en su homilía, relacionó las persecuciones contra los cristianos de todas las épocas con la acción del demonio: "La causa de toda persecución es el odio del príncipe de este mundo hacia cuantos han sido salvados y redimidos por Jesús con su muerte y con su resurrección".

Y añadió: "Con su muerte y resurrección nos ha rescatado del poder del mundo, del poder del diablo, del poder del príncipe de este mundo. Y el origen del odio es este: porque nosotros hemos sido salvados por Jesús, y el príncipe de este mundo esto no lo quiere, él nos odia y suscita la persecución".

La Iglesia necesita santos para avanzar
“Hemos venido como peregrinos –dijo el Sucesor de Pedro– en esta basílica de San Bartolomé en la Isla Tiberina, donde la historia antigua del martirio se une a la memoria de los nuevos mártires, de tantos cristianos asesinados por las absurdas ideologías del siglo pasado, y asesinados porque eran discípulos de Jesús”.

Cuantas veces se oyó decir que la patria necesita héroes’, dijo el Papa, y precisó entretanto que sobre todo que la iglesia necesita son “mártires, testimonios, santos de todos los días que llevan la vida ordinaria adelante con coherencia, pero también de quienes tienen el coraje de aceptar la gracia de ser testimonios hasta el final, hasta la muerte”. “Ellos son agraciados por Dios”, y “sin ellos la Iglesia no puede ir hacia adelante”.

El Papa quiso recordar “a una mujer, no sé el nombre pero nos mira desde el cielo”. Supo de ella en su viaje a Lesbos cuando el marido con tres niños le dijo: “Soy musulmán, mi esposa era cristiana, vinieron los terroristas, nos pidieron la religión y a ella con su crucifijo, le pidieron de tirarlo. Ella no lo hizo y la degollaron delante de mi. Nos queríamos tanto”. Y Francisco concluyó este relato indicando: “Esto es un ícono que traigo como regalo aquí”.

El Papa pasó con diversas capillas del santuario, empezando por la de las víctimas del nazismo, después la de América Latina, finalizando por las víctimas del comunismo. En cada una encedió una vela.

Al final de la celebración, Francisco tuvo un encuentro en una sala contigua a la basílica con un grupo de refugiados que llegó a Italia gracias a los corredores humanitarios, y con mujeres víctimas del tráfico humano, y con menores no acompañados. Después, al saludar a los fieles que le esperaban fuera de la basílica, el papa Francisco les agradeció “ la presencia y la oración en esta iglesia de los mártires”.

También habló a los fieles del desafío migratorio actual: “Pensemos a la crueldad que golpea a tantas personas, que llegan en barcos y son hospedados por países generosos, como Italia y Grecia. Pero después los tratados no dejan… Si en Italia cada municipio recibiera a dos inmigrantes, habría lugar para todos. Que la generosidad de Lampedusa, Sicilia y Lesbos, puedan contagiar a todos. Somos una civilización que no genera hijos y a pesar de ello cerramos las puertas a los migrantes: eso se llama suicidio”, dijo.

La ceremonia completa, 1h 44min, con comentarios en español


Texto íntegro de la homilía del Papa Francisco en el santuario de los mártires del siglo XX y XXI
Hemos venido como peregrinos a esta basílica de San Bartolomé en la Isla Tiberina, donde la historia antigua del martirio se une a la memoria de los nuevos mártires, de tantos cristianos asesinados por las absurdas ideologías del siglo pasado y asesinados también hoy porque eran discípulos de Jesús.

El recuerdo de estos heroicos testimonios antiguos y recientes nos confirma en la conciencia de que la Iglesia es Iglesia si es Iglesia de mártires. Y los mártires son aquellos que como nos recordó el Libro del Apocalipsis, “vienen de la gran tribulación y han lavado sus vestidos, volviéndolos blancos en la sangre del cordero”.

Ellos tuvieron la gracia de confesar a Jesús hasta el final, hasta la muerte. Ellos sufren, ellos dan la vida, y nosotros recibimos la bendición de Dios por su testimonio. Y existen también tantos mártires escondidos, esos hombres y esas mujeres fieles a la fuerza humilde del amor, a la voz del Espíritu Santo, que en la vida de cada día buscan ayudar a los hermanos y de amar a Dios sin reservas.

Si miramos bien, la causa de toda persecución es el odio del príncipe de este mundo hacia cuantos han sido salvados y redimidos por Jesús con su muerte y con su resurrección.

En el pasaje del Evangelio que hemos escuchado (Cfr. Jn 15,12-19) Jesús usa una palabra fuerte y escandalosa: la palabra “odio”. Él, que es el maestro del amor, a quien gustaba mucho hablar de amor, habla de odio. Pero Él quería siempre llamar las cosas por su nombre. Y nos dice: “No se asusten. El mundo los odiará; pero sepan que antes de ustedes, me ha odiado a mí”.

Jesús nos ha elegido y nos ha rescatado, por un don gratuito de su amor. Con su muerte y resurrección nos ha rescatado del poder del mundo, del poder del diablo, del poder del príncipe de este mundo.

Y el origen del odio es este: porque nosotros hemos sido salvados por Jesús, y el príncipe de este mundo esto no lo quiere, él nos odia y suscita la persecución, que desde los tiempos de Jesús y de la Iglesia naciente continúa hasta nuestros días.

Cuántas comunidades cristianas hoy son objeto de persecución. ¿Por qué? A causa del odio del espíritu del mundo.

Cuántas veces en momentos difíciles de la historia se ha escuchado decir: ‘Hoy la patria necesita héroes’. El mártir puede ser pensado como un héroe, pero la cosa fundamental del mártir es que fue un ‘agraciado’: es la gracia de Dios, no el coraje, lo que nos hace mártires.

Hoy del mismo modo se puede interrogar: ‘¿Qué cosa necesita hoy la Iglesia?’. Mártires, testimonios, es decir, Santos, aquellos de la vida ordinaria, porque son los Santos los que llevan adelante a la Iglesia. ¡Los Santos!, sin ellos la Iglesia no puede ir adelante. La Iglesia necesita de los Santos de todos los días llevada adelante con coherencia; pero también de aquellos que tienen la valentía de aceptar la gracia de ser testigos hasta el final, hasta la muerte.

Todos ellos son la sangre viva de la Iglesia. Son los testimonios que llevan adelante la Iglesia; aquellos que atestiguan que Jesús ha resucitado, que Jesús está vivo, y lo testifican con la coherencia de vida y con la fuerza del Espíritu Santo que han recibido como don”.

Yo quisiera, hoy, añadir un ícono más, en esta iglesia. Una mujer, no se su nombre pero ella nos mira desde el cielo. Estaba en Lesbos, saludaba a los refugiados y encontré un hombre de 30 años con tres niños que me ha dicho: “Padre, yo soy musulmán, pero mi esposa era cristiana. A nuestro país han venido los terroristas, nos han visto y nos han preguntado cuál era la religión que practicábamos. Han visto el crucifijo, y nos han pedido tirarlo al piso. Mi mujer no lo hizo y la han degollado delante de mí. Nos amábamos mucho.

Este es el ícono que hoy les traigo como regalo aquí. No sé si este hombre está todavía en Lesbos o ha logrado ir a otra parte. No sé si ha sido capaz de huir de ese campo de concentración porque los campos de refugiados, muchos de ellos son campos de concentración, debido a la cantidad de gente que es abandonada allí.

Y los pueblos generosos que los acogen, que tienen que llevar adelante este peso, porque los acuerdos internacionales parecen ser más importantes que los derechos humanos. Y este hombre no tenía rencor. Él era musulmán y tenía esta cruz de dolor llevada sin rencor. Se refugiaba en el amor hacia su mujer, agraciada con el martirio.

Recordar estos testimonios de la fe y orar en este lugar es un gran don. Es un don para la Comunidad de San Egidio, para la Iglesia de Roma, para todas las comunidades cristianas de esta ciudad, y para tantos peregrinos. La herencia viva de los mártires nos dona hoy a nosotros paz y unidad.

Ellos nos enseñan que, con la fuerza del amor, con la mansedumbre, se puede luchar contra la prepotencia, la violencia, la guerra y se puede realizar con paciencia la paz. Y entonces podemos orar así: "Oh Señor, haznos dignos testimonios del Evangelio y de tu amor; infunde tu misericordia sobre la humanidad; renueva tu Iglesia, protege a los cristianos perseguidos, concede pronto la paz al mundo entero. A ti ,Señor, la Gloria y a nosotros la vergüenza".
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