
Las elecciones están
previstas para el martes 14 y el miércoles 15 de marzo.
Además quedarán constituidas las Comisiones Episcopales y la
Junta Episcopal de Asuntos Jurídicos. Todos los obispos
miembros de la CEE sin cargo por elección de la Plenaria se
incorporarán a uno de estos organismos.
Pero hoy,
antes de comenzar las elecciones, se repasarán las
actividades y el funcionamiento de la CEE durante el trienio
que ahora termina, el 2014-2017.
La Asamblea
Plenaria se inaugura esta mañana a las 11:00 horas, con el
discurso del arzobispo de Valladolid y presidente de la CEE,
cardenal Ricardo Blázquez Pérez y el saludo del nuncio apostólico en España, Mons. Renzo Fratini.
En
su intervención, el presidente de la Conferencia ha
mencionado que hoy se cumplen cuatro años de la elección del Papa
Francisco, recordando también como su intención es la de
“profundizar en la sinodalidad eclesial y promover una
saludable descentralización, particularmente a través del
Sínodo de los Obispos y de las Conferencias Episcopales”. En
este contexto, el cardenal Blázquez ha señalado que la reforma
de la Curia Romana “repercutirá también en el organigrama
de nuestra Conferencia Episcopal y en la organización de los
servicios pastorales de nuestras diócesis, como ocurrió
en fases anteriores.”
En otro orden de cosas, al
aludir a la situación actual de la configuración de las Cortes,
también trajo a colación el presidente de los obispos el
consejo papal de abundar en el diálogo: “Cuando ha sido
practicado en nuestra historia hemos salido beneficiados
todos, hemos podido abatir muros y levantar puentes de
comunicación, de proximidad en la relación, de camino
emprendido por todos unidos hacia el futuro.”
En este
momento del discurso, el cardenal Blázquez ha sostenido como
“los derechos humanos forman como una constelación en la que
ningún derecho es ‘ab-solut’ en el sentido de que pudiera
separarse de los demás. Por ejemplo, el ejercicio del derecho a
la libertad de expresión debe ser compatible con el derecho al
respeto de los sentimientos religiosos. El diálogo
auténtico requiere respeto mutuo para buscar juntos
las soluciones pertinentes.”
El arzobispo de
Valladolid también ha recordado en su discurso algunos
criterios éticos referidos a la dignidad de la persona
humana. “No se respeta la dignidad de las llamadas «madres
subrogadas» o «madres de alquiler», ni la del niño, cuando este
se consigue al margen del ámbito digno para ser concebido,
gestado junto al corazón de la madre, esperado y recibido
como persona. (Subrogar, que es la palabra técnica utilizada, significa «sustituir o poner a alguien en lugar de otra persona»)”.
Al
aludir al pacto de Estado sobre la educación, el cardenal ha
indicado como a la ley de Educación “debe preceder un amplio
diálogo social, en el que intervengan padres, educadores,
expertos, instituciones acreditadas en este campo de la
educación tan decisivo para el presente y para el futuro de la
sociedad”, anotando que la Iglesia quiere y juzga tener
derecho a estar presente en esta “situación extraordinaria”.
En
cuanto a los tareas fundamentales de los trabajos
episcopales, el presidente de los obispos ha señalado la
formación sacerdotal y la pastoral juvenil. Y para concluir el
cardenal Blázquez se ha referido a la beatificación de los
mártires del siglo XX en Almería, que tendrá lugar el próximo
25 de marzo en Aguadulde-Roquetas de Mar, porque “simboliza el
mayor acto de amor de un cristiano: la entrega martirial, culmen
de la santidad”.
Discurso inaugural del cardenal Ricardo Blázquez Pérez
Una Asamblea Plenaria de elecciones
Saludos y recuerdos
Queridos hermanos en el Episcopado, señoras y señores:
Al
comenzar la presente Asamblea Plenaria de la Conferencia
Episcopal Española, reciban todos un cordial saludo. Doy la
bienvenida a los señores cardenales, arzobispos y obispos;
este encuentro fraterno nos ofrece la oportunidad de
escucharnos mutuamente, deliberar con detenimiento y
adoptar las eventuales decisiones sobre las cuestiones
pastorales que a todos nos conciernen. Saludo con afecto al
señor nuncio; su presencia en la sesión inaugural es una ocasión
oportuna para a través de él manifestar al papa Francisco
nuestra cordial, honda y obediente comunión. Saludo con
gratitud a los colaboradores de la Conferencia Episcopal,
sin cuya leal y eficaz ayuda esta no podría cumplir
adecuadamente su cometido. Con afecto y respeto saludo a los
comunicadores, que cubren la información sobre nuestros
trabajos, y deseo que mi saludo llegue también a cuantos
reciban su información a través de los diversos soportes de
los medios. ¡Bienvenidos todos a esta solemne sesión de
apertura de la Asamblea Plenaria de los obispos de España!
Se
incorporan por primera vez a nuestra Asamblea Plenaria los
obispos Mons. Francisco Simón Conesa, obispo de Menorca; Mons.
Antonio Gómez Cantero, obispo de Teruel y Albarracín, y Mons.
Abilio Martínez Varea, obispo de Osma-Soria, nombrado por el
papa Francisco el día 5 de enero de este año y ordenado el pasado
sábado día 11 en la catedral de Osma.
Un saludo también
desde aquí a D. José Luis Retana Gozalo, nombrado por el Santo
Padre nuevo obispo de Plasencia el pasado jueves, día 9.
A
todos ellos les deseamos abundantes frutos apostólicos en el
desempeño de su ministerio episcopal que comienzan, así como
les expresamos nuestra acogida en esta particular comunión
episcopal en la que se desarrolla de manera habitual nuestro
afecto colegial y servicio común en bien de las diócesis y de la
entera sociedad española.
Damos las gracias a los
sacerdotes D. Gerard Villalonga Hellín, D. Alfonso Belenguer
Celma, D. Gabriel Ángel Rodríguez Millán y D. Francisco Rico
Bayo, participante este último todavía en nuestra Asamblea,
que junto con los colegios de consultores se han ocupado con
generosidad y entrega del gobierno pastoral respectivo de
las mencionadas diócesis. Gracias de verdad por este abnegado
servicio eclesial a vuestras diócesis.
Desde la última
Asamblea Plenaria han fallecido Mons. Jaume Camprodon i
Rovira, obispo emérito de Girona, que murió en dicha ciudad el
26 de diciembre de 2016 a los 90 años, y Mons. José Gea Escolano,
obispo emérito de Mondoñedo-Ferrol, que falleció en Valencia
el día 6 de febrero pasado a la edad de 87 años. Les agradecemos
los trabajos y afán apostólico que ambos desarrollaron
durante tantos años al servicio del Pueblo de Dios en las
Iglesias particulares a las que sirvieron. Oramos al Señor por
el eterno descanso de estos dos buenos pastores de la Iglesia, a
fin de que aquellos a los que encomendó en la tierra el servicio
episcopal les conceda gozar de la compañía de los santos
en el cielo[1].
La
presente Asamblea de la Conferencia Episcopal tiene un rasgo
que la caracteriza: por elección de los obispos, ejercitando
libremente su responsabilidad, serán renovados la mayor
parte de los cargos de la Conferencia, a excepción del
secretario general y del vicesecretario para Asuntos
Económicos, que siguen otra cadencia para su renovación.
Esta
coyuntura nos ofrece la oportunidad de mirar hacia atrás y
hacia adelante, al camino recorrido en los tres últimos años y
al futuro que se abre con el nuevo trienio. Ejercitamos la
memoria y alentamos la esperanza. Continuamos la historia de
la Conferencia Episcopal que comenzó hace cincuenta años y
confiamos, apoyados en la fe y la esperanza, en que la
providencia de Dios continuará guiándonos en el camino, con sus
fases de luz y penumbra.
El año pasado celebramos el
cincuentenario de la Conferencia Episcopal Española, que con
prontitud admirable pusieron en marcha inmediatamente
después de la clausura del Concilio Vaticano II nuestros
predecesores en el cuidado pastoral de las diócesis de
España. En las celebraciones de esas efemérides emergieron la
visita del secretario de Estado Card. Pietro Parolin, el día
14 de octubre, en el marco del Simposio Homenaje a Pablo VI, y
la de Sus Majestades los reyes de España don Felipe VI y doña
Letizia, el 22 de noviembre, dentro de la Asamblea Plenaria. Una
vez más agradecemos ambas visitas, nos alegramos con su
reconocimiento y su estímulo, que nos alentó en el camino.
Al
comienzo de esta nueva etapa que se abre con la renovación de
cargos, quiero hacer algunas consideraciones, sin pretender
mínimamente señalar por dónde debe caminar nuestra
Conferencia Episcopal. Reafirmamos nuestra voluntad de
servicio a las diócesis encomendadas, compartiendo entre
nosotros análisis, deliberaciones y decisiones.
Hoy,
13 de marzo, se cumplen cuatro años de la elección del Papa
Francisco. Por este motivo y por la circunstancia de final de un
trienio y comienzo de otro, que marca el ritmo de nuestra
andadura, quiero expresar en nombre de la Conferencia
Episcopal nuestra comunión con el papa Francisco, obispo de Roma
y pastor de la Iglesia universal. Recuerdo algunos
ingredientes que constituyen la realidad rica y básica de la
comunión eclesial entre cabeza y miembros del Colegio
Episcopal: la unión fraterna en el ministerio episcopal, la
colaboración y obediencia al sucesor de Pedro, el afecto
cordial en el Señor, el apoyo en el ejercicio de su ministerio
petrino, la manifestación de cercanía en las pruebas que
comporta el encargo de apacentar el rebaño del Señor, la
gratitud por su vida generosamente entregada en el
cumplimiento del ministerio recibido, la búsqueda de los
caminos del Evangelio en nuestro tiempo con sus oportunidades y
desafíos. El papa Francisco nos repite constantemente que
oremos por él; desde aquí invito a todos a pedir al Señor, con
unas palabras de la Liturgia de las Horas, que le conceda «una fe
inquebrantable, una esperanza viva y una caridad solícita»[2].
- La Conferencia Episcopal, sujeto de sinodalidad
El
papa Francisco ha manifestado desde el principio de su
ministerio de sucesor de Pedro la intención de profundizar en
la sinodalidad eclesial y promover una saludable
descentralización, particularmente a través del Sínodo de
los Obispos y de las Conferencias Episcopales. Se trata de
prolongar la onda expansiva del Concilio Vaticano II. Fue
relevante en este sentido el discurso pronunciado el día 17 de
octubre de 2015, en el ámbito de la Asamblea Sinodal sobre la
Familia, para conmemorar el 50.º aniversario del Sínodo de los
Obispos, que ha sido un espacio eclesial privilegiado de
recepción e interpretación del Concilio.
La
colegialidad episcopal se entiende en el seno de una Iglesia
toda ella sinodal. La sinodalidad, en cuanto dimensión
constitutiva de la Iglesia, proporciona el contexto
interpretativo más adecuado para situar y comprender el
ministerio jerárquico. Una Iglesia sinodal es una Iglesia de
la escucha recíproca. Pueblo fiel, colegio episcopal y obispo
de Roma, cada uno a la escucha de los demás y todos a la escucha
del Espíritu Santo, el «Espíritu de la verdad» (Jn 14, 17), para conocer lo que él «dice a las Iglesias» (Ap
2, 7). El Sínodo de los Obispos es el punto de convergencia de
este dinamismo de escucha. El camino sinodal empieza
escuchando al pueblo, que «participa también de la función
profética de Cristo» (Lumen gentium, n. 12) conforme a un principio muy estimado por la Iglesia del primer milenio: «Quod omnes tangit ab omnibus tractari debet».
El camino del Sínodo prosigue escuchando a los pastores. A
través de los padres sinodales, los obispos actúan como
auténticos custodios, intérpretes y testigos de la fe de toda
la Iglesia. El hecho de que el Sínodo actúe siempre «cum Petro et sub Petro»
no es una limitación de libertad, sino una garantía de unidad.
En una Iglesia sinodal, el Sínodo de los Obispos es solo la
manifestación más clara de un dinamismo de comunión que
inspira todas las decisiones eclesiales. «El camino de la sinodalidad es
el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio».
Pues bien, en este dinamismo se sitúan también
las Conferencia Episcopales.
El papa ha anunciado la XV
Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos con el
tema «los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”», que
se celebrará en octubre del año 2018, Dios mediante. El Documento preparatorio,
después de desbrozar el campo e introducir en el tema, añade un
cuestionario amplio para describir la situación, leerla entre
todos y compartir prácticas y experiencias. Con las
respuestas será elaborado el Instrumentum laboris o
documento de trabajo de la Asamblea. Conviene que sea
distribuido y contestado el cuestionario lo más ampliamente
posible. Es la fase del oír y escuchar con apertura; forma parte
del camino sinodal que es un proceso de escucha, diálogo e
intercambio. En esta Asamblea Plenaria tendremos la
oportunidad de reflexionar sobre el Sínodo anunciado y de
impulsar lo más ampliamente posible el cuestionario. Como
Jesús se acercó a los dos discípulos que iban de Jerusalén a
Emaús para entablar diálogo con ellos (cf. Lc 24, 15),
también nosotros debemos dialogar con los jóvenes mientras van
de camino, esforzándonos por entender su forma de pensar y sus
aspiraciones, sus inquietudes y esperanzas, sus dudas y
convicciones. Solo podremos atinar con la palabra de
discernimiento si antes hemos escuchado y conectado
vitalmente con ellos. Tienen probablemente mucho que decir y
nosotros mucho que escuchar. En el coloquio del camino se
produce el despertar del interés y la comunión mutua; por el
camino llegamos a la mesa de la posada.
La reforma de la
Curia Romana, que ya ha recorrido un tramo importante,
repercutirá también en el organigrama de nuestra
Conferencia Episcopal y en la organización de los servicios
pastorales de nuestras diócesis, como ocurrió en fases
anteriores. Varios principios inspiran este cambio
estructural: simplificación, concentración en lo
fundamental, agilidad en el funcionamiento, eficacia en la
prestación de los servicios evitando en lo posible lentitudes
innecesarias y dispersión de esfuerzos personales,
«conversión pastoral» en clave evangelizadora. En la
revisión que hemos iniciado de la Conferencia Episcopal,
según decidimos en el Plan Pastoral para estos años,
probablemente necesitamos también tratar estos aspectos. La
constitución de los nuevos dicasterios romanos de Laicos, Familia y Vida y de Desarrollo Humano Integral; la nueva configuración de la Congregación para el Clero incorporando lo relacionado con los Seminarios; la erección del Consejo Pontificio sobre la Catequesis y Nueva Evangelización,
etc. nos ofrecen un paradigma para los organismos de nuestra
Conferencia Episcopal. La sinodalidad, que halla en la
Conferencia Episcopal un sujeto relevante, será fuente de
inspiración y articulación.
- Edificar sobre sólidos cimientos
La
formación de un nuevo Gobierno, dejando atrás la larga
situación de un Ejecutivo en funciones, significó
probablemente alivio en la sociedad. La configuración de las
Cortes, resultado de las elecciones generales, es muy diversa
de las anteriores legislaturas. La resituación de los
partidos políticos con sendos congresos es también un factor
que debe ser tenido en cuenta. En medio de los cambios e
incertidumbres en que se halla inmersa Europa e incluso
países con una trascendencia inmensa en la marcha de la
humanidad, un cierto desasosiego general y otros factores
piden de nosotros una profunda reflexión, subrayando los
elementos fundamentales y adoptando las actitudes y
orientaciones convenientes. Cuando se conmueven los
cimientos, necesitamos afianzarnos en el fundamento
trascendente que es Dios, en la historia que nos precede y se
prolonga en nosotros y abiertos al futuro con las luces de
esperanza y de temor que emite.
Recuerdo un consejo del
papa, que nos ha dado a los españoles hace pocos meses: «Diálogo.
Es el consejo que doy a cualquier país. Por favor, diálogo. Como
hermanos, si se animan, o al menos como civilizados. No se
insulten. No se condenen antes de dialogar… Hoy día, con el
desarrollo humano que hay, no se puede concebir la política sin
diálogo. Y eso vale para España y para todos. Así que usted me
pide un consejo para los españoles: dialoguen» (Entrevista al
diario El País, 22.I.2017). El diálogo, siempre
necesario, es insustituible en las Cortes y demás
parlamentos regionales a la vista de su composición. Cuando
el diálogo ha sido practicado en nuestra historia hemos
salido beneficiados todos, hemos podido abatir muros y
levantar puentes de comunicación, de proximidad en la
relación, de camino emprendido por todos unidos
hacia el futuro.
«No se insulten… dialoguen», nos decía el
papa Francisco en la mencionada entrevista. Los insultos no
son razones: denotan, más bien, intransigencia y debilidad.
Los derechos humanos forman como una constelación en la que
ningún derecho es “ab-soluto” en el sentido de que pudiera
separarse de los demás. Por ejemplo, el ejercicio del derecho a
la libertad de expresión debe ser compatible con el derecho al
respeto de los sentimientos religiosos. El diálogo
auténtico requiere respeto mutuo para buscar juntos
las soluciones pertinentes.
Me permito recordar
algunos criterios éticos sobre realidades básicas en nuestra
coyuntura histórica delicada y decisiva.
- Dignidad de la persona humana
La
persona humana con su dignidad inviolable, sus derechos y
deberes, debe ocupar el centro de nuestra atención en todos los
órdenes. ¡No se le corte el paso en la gestación ni se le
anticipe el desenlace natural! Únicamente Dios es nuestro
Creador y nuestro Dueño. Nadie es dueño de las personas, nadie;
ni el Estado puede disponer por sí y ante sí del derecho a la
vida de otros. Desde el momento en que surge una vida nueva debe
ser respetada en su singularidad personal, ya que trasciende a
los mismos padres.
¿Por qué la unión humanamente más
íntima, como la del matrimonio, se puede convertir en ámbito
peligroso para la vida del consorte? ¡Cuántas mujeres
asesinadas por la violencia machista! Quizá haya un impulso
atávico y ancestral agazapado en los pliegues de la cabeza y
del corazón que no ha sido suficientemente educado; en esta
educación, que fortalece el respeto mutuo, no debe faltar la
educación de la conciencia moral. Las medidas que deban ser
adoptadas para proteger la vida de la mujer no bastan si no
reciben el refuerzo de la formación ética.
No se respeta
la dignidad de las llamadas «madres subrogadas» o «madres de
alquiler», ni la del niño, cuando este se consigue al margen del
ámbito digno para ser concebido, gestado junto al corazón de
la madre, esperado y recibido como persona. (Subrogar, que es la palabra técnica utilizada, significa
«sustituir o poner a alguien en lugar de otra persona»). ¿De
quiénes es hijo, no solo desde un punto de vista biológico, sino
como persona, el “niño” gestado en un vientre materno de
alquiler o contratado? No todo lo que técnicamente se puede
hacer respeta la dignidad de las personas. El hombre es creado
por Dios con el concurso de los padres, no fabricado por la
ciencia y la técnica, por más admirables conquistas que
estas hayan alcanzado.
El hombre, por ser persona, debe
ser respetado desde el inicio de la vida hasta el último
aliento; y en todas las circunstancias de la vida. No podemos
pasar al lado de quien nos necesita, mirando para otra parte y
desentendiéndonos. Si no reconocemos al varón y a la mujer,
dotados de la misma dignidad y derechos, en sus legítimas
diferencias, son insuficientes otras medidas sociales,
políticas y jurídicas, aunque sean necesarias y contribuyan
a la solución de problemas tan complejos. El reconocimiento
de la persona en su dignidad, y el respeto de los deberes y
derechos de cada uno, es un pilar básico en toda situación
histórica. El rostro de una persona, aunque esté desfigurado,
refleja la imagen de Dios (cf. Gén 1, 27). El hombre puede construir la sociedad al margen de Dios, pero la edificará con perjuicio del hombre[3]. Dios es el garante supremo del hombre en su dignidad inviolable.
El
hombre, creado por Dios, ha recibido el encargo de dominar los
pájaros del cielo, los peces del mar y las bestias de la tierra,
reconociendo la autoridad suprema de Dios (cf. Gén 1,
27-31). El Señor funda y promueve nuestra libertad. Dios no
quiere ser servido por esclavos humillados, sino por hijos
libres. Y el mismo Dios ha sometido todo al hombre. «¡Señor, Dios
nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra! Le
coronaste de gloria y dignidad; le diste el mando sobre las
obras de tus manos. Todo lo sometiste bajo sus pies» (cf. Sal 8, 2.6-7). En la cumbre de las criaturas Dios ha colocado al hombre.
El
ser humano, varón y mujer, ha sido dotado de entendimiento,
libertad y responsabilidad, por lo cual está ante Dios como un tú
a tú, llamado a decir sí; pero puede también negarse.
Bellamente escribió san Juan de la Cruz: «Un solo pensamiento
del hombre vale más que todo el mundo»[4].
En el reconocimiento de la dignidad personal del hombre
radican sus derechos, que deben ser respetados, y sus deberes,
que deben ser cumplidos. En medio de la creación, confiada al
cuidado del hombre, solo rompe su soledad la compañía de la
mujer, «alguien como él». Por eso, pueden ser «los dos una sola
carne» (2, 18 y 24). Necesitamos custodiar y promover la
dignidad de la persona humana y la identidad del matrimonio.
- Iglesia, servidora de los pobres
Este
fue el título de una instrucción pastoral, aprobada por la
Conferencia Episcopal, en su peregrinación a Ávila, el día 24
de abril de 2015, para celebrar el V centenario del nacimiento
de santa Teresa de Jesús. Según aparece en el comportamiento
de Jesús y en su doctrina, los pobres están en el corazón del
Evangelio. Por eso, declara herederos del Reino eterno a quienes
en los necesitados le socorren a Él mismo: «Tuve hambre y me
disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y
me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y
visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme» (Mt 25,
35-36). Como cristianos escuchamos al Señor y queremos
traducir en las relaciones personales, familiares y
sociales estas palabras que son como el cuestionario para el
examen final de la vida, «a la tarde te examinarán del amor»[5].
La
instrucción pastoral de la Conferencia tenía entonces sobre
todo presente la situación de personas y familias, golpeadas
particularmente por la crisis, tan dura y duradera. Nos
hacemos hoy eco, entre otras necesidades, de los jóvenes que
aguardan años y años sin conseguir un empleo digno y estable; de
la precariedad laboral, de las familias que están al borde de
la pobreza, de la distancia preocupante entre ricos y pobres,
de tantos refugiados en las fronteras de Europa, de quienes
arriesgan sus vidas en la inmigración, sorteando barreras
imposibles y mares, etc. Agradecemos cordialmente que
Cáritas, Manos Unidas e Institutos de Vida Consagrada hayan
estado y estén al lado de los necesitados. Reconocemos
igualmente el apoyo de muchas personas generosas que entregan
su tiempo y su ayuda despertando nuestra conciencia social,
humana y cristiana. La Conferencia Episcopal desea
testificar el Evangelio de Jesús, que defendió a los
descartados y proclamó bienaventurados a los pobres de
corazón y fermento de solidaridad auténtica (cf. Mt 5, 3; Lc 6, 20). Destinatarios privilegiados de su misión fueron los pobres, los pecadores y los enfermos.
Repito hoy lo que entonces dijimos en Iglesia, servidora de los pobres:
«Pedimos perdón por los momentos en que no hemos sabido
responder con prontitud a los clamores de los más frágiles y
necesitados. No estáis solos. Estamos con vosotros; juntos en
el dolor y en la esperanza; juntos en el esfuerzo
comunitario por superar esta situación difícil» (n. 56).
Hace
pocos días ha nombrado la Conferencia Episcopal a D. Manuel
Bretón presidente de Cáritas Española, que es la
Confederación de las Cáritas diocesanas. El nuevo
presidente releva en el cargo a D. Rafael del Río, que ha
ejercido la presidencia durante doce años muy significativos
en la vida de Cáritas y la sociedad española. En nombre de la
Conferencia Episcopal, de las diócesis y de cuantas personas
se han beneficiado de los servicios de Cáritas, agradezco
profunda y sinceramente el servicio generoso y eficaz
prestado por D. Rafael. Igualmente doy las gracias a D. Manuel
por la disponibilidad con que ha asumido la presidencia, a
quien avala una larga trayectoria de atención a los más
vulnerables, dentro y fuera de España.
- c) Pacto de Estado sobre la educación
En
muchas ocasiones ha manifestado la Iglesia la necesidad de
un pacto en que converja la sociedad, ya que estamos
convencidos de que tantas leyes orgánicas sobre educación no
es la solución razonable. Se han sucedido muchas sin
verificar con el tiempo requerido su acierto.
La Iglesia
ha cumplido durante siglos una tarea en el campo educativo. No
es posible hacer la historia de la educación sin recordar las
congregaciones religiosas y sus fundadores, que fueron
maestros, pedagogos y educadores relevantes. La Iglesia es
experta en educación porque es «experta en humanidad» (Pablo
VI), por el conocimiento de las personas y por la ayuda a
madurar en la verdad, el amor y la formación humana y
profesional. La educación es un campo en que la Iglesia ha
dejado una huella profunda que debe ser rastreada en
la presente encrucijada.
La Ley de Educación que resulte
del pacto será aprobada por las Cortes, donde reside la
representación de los ciudadanos. Pero debe preceder un amplio
diálogo social, en el que intervengan padres, educadores,
expertos, instituciones acreditadas en este campo de la
educación tan decisivo para el presente y para el futuro
de la sociedad.
La Iglesia quiere y juzgamos tiene
derecho a estar presente en esta situación extraordinaria de
gestación del Pacto de Estado sobre la Educación. En la
Constitución, aprobada por todos, se contiene el acuerdo
fundamental sobre la educación, que debe ser tenido en cuenta.
El artículo 27 de la Constitución afirma lo siguiente: «Todos
tienen derecho a la educación. Se reconoce la libertad de
enseñanza. La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo
de la personalidad humana en el respeto a los principios
democráticos de convivencia y a los derechos y libertades
fundamentales. Los poderes públicos garantizan el derecho
que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación
religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias
convicciones. Se reconoce a las personas físicas y
jurídicas la libertad de creación de centros docentes, dentro
del respeto a los principios constitucionales». Los Acuerdos
firmados entre la Santa Sede y el Estado español suponen la
Constitución previamente aprobada.
Nuestra
Constitución se apoya en la Declaración Universal de los
Derechos Humanos por la Asamblea de la ONU en París, el 10 de
diciembre de 1948. Por lo que se refiere a la educación véanse
especialmente los artículos XVIII y XXVI.
Para alcanzar la
finalidad de la educación, que es el pleno desarrollo de la
personalidad humana, contribuye también la educación moral y
religiosa, ofertada por los centros y elegida libremente por
los padres de los alumnos. Apoyamos no solo la enseñanza
católica, sino también la de otras confesiones cristianas o
religiones reconocidas por el Estado. En la formación
integral de las personas se contiene también la educación
religiosa y el conocimiento de nuestra propia historia, que
ha producido numerosas manifestaciones en el arte, en los
templos, en las tradiciones culturales, en pueblos y ciudades.
Deseamos igualmente que la dimensión social de la enseñanza no
se sacrifique para convertirla en elitista.
- Dos tareas fundamentales: formación sacerdotal y pastoral juvenil
En
la presente Asamblea Plenaria escucharemos y dialogaremos
sobre dos grandes realidades que tienen una trascendencia en la
vida y misión de la Iglesia. Aunque cada obispo en su diócesis
haya iniciado su tratamiento, es la primera vez que
reflexionaremos sobre ellas en la Asamblea, teniendo en cuenta
las fechas de su notificación. Les dedicaremos nuestra
atención en futuras ocasiones. Me refiero a la Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis, hecha pública en la Sede de la Congregación para el Clero, el día 8 de diciembre de 2016; y al Documento preparatorio para la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, acompañado de una carta del papa Francisco, fechada el día 13 de enero de 2017.
- El don de la vocación al presbiterado
La Ratio fundamentalis se titula con las primeras palabras, como es habitual, El don de la vocación presbiteral.
Ya hemos recibido información del presidente de la Comisión
Episcopal de Seminarios en la reciente reunión de la Comisión
Permanente. En esta Asamblea Plenaria tendremos la
oportunidad de escuchar a Mons. Jorge Carlos Patrón Wong,
secretario de la Congregación del Clero para los Seminarios.
Agradezco su presencia entre nosotros, que prometió
generosamente respondiendo a nuestra invitación.
La
vocación al presbiterado es un don de Dios en todo el
itinerario, desde su primer balbuceo, su progresiva
clarificación, maduración y discernimiento hasta el día
culminante de la ordenación sacramental y todo el recorrido
posterior. Dios no cesa de pronunciar nuestro nombre y decirnos
con renovada confianza: «Yo te he elegido y no me arrepiento de
mi llamada». Nuestra respuesta supone la iniciativa de Dios,
que nos «primerea» (cf. Jn 4, 9-10.19). El don posibilita y promueve la tarea; el sacramento reclama una existencia perseverante y fiel.
A
la continuidad del don de la vocación responde la conexión
entre formación inicial y permanente, que constituye una
insistencia constante de la Ratio fundamentalis.
«Realizado el primer discernimiento vocacional, la
formación, entendida como único camino discipular y
misionero, se puede dividir en dos grandes momentos: la
formación inicial en el seminario y la formación permanente
en la vida sacerdotal» (n. 54). Con autoridad especial nos
expondrá la Ratio fundamentalis el secretario de la Congregación para los Seminarios.
- Un Sínodo de los Obispos sobre los jóvenes
El Documento preparatorio o Lineamenta
presenta, en el comienzo, a modo de «icono evangélico», el
pasaje que narra cómo dos discípulos de Juan el Bautista siguen
a Jesús, que les pregunta: «¿Qué buscáis?». Y ellos
respondieron: «Maestro, ¿dónde vives?»; a lo que responde
Jesús: «Venid y lo veréis». Y fueron con Él. El impacto del
encuentro de aquel día fue imborrable (cf. Jn 1, 36-39).
Este pasaje evangélico nos encamina al centro del próximo
Sínodo: el encuentro de los jóvenes con Jesús. Este encuentro
colmará sus esperanzas, incentivará sus búsquedas, llenará
de luz y de fuerza su vida en camino. Jesús nos responde y al
mismo tiempo nos interroga. Deseamos que el itinerario que
ahora comenzamos culmine en el encuentro personal y
comunitario en la Iglesia con el único Salvador.
Todos
los que convivimos en una misma situación histórica podemos
decir “hoy”. Pero las diversas generaciones pronunciamos este
“hoy” con la experiencia de veinte años o de cuarenta o de
sesenta o de ochenta. Una generación es un factor biológico y
también un fenómeno social que debe ser conocido atentamente.
Los contemporáneos vivimos los mismos acontecimientos y
respiramos el aire del mismo ambiente, pero de manera
especial. El documento preparatorio se refiere a los
jóvenes comprendidos aproximadamente entre los 16 y los 29
años. Se dirige a personas en una fase decisiva de la vida. Lo
primero que debemos hacer es acercarnos, conocernos,
preguntarnos y escucharnos. La Iglesia quiere oír lo que
piensan, viven y sueñan los jóvenes; sus opiniones, también sus
dudas, sus esperanzas, deseos, incertidumbres y
prevenciones. La escucha mutua es parte de la sinodalidad que
culminará en la Asamblea de los Obispos. No es tanto un estudio
sociológico cuanto una conversación mientras vamos
caminando (cf. Lc 24, 17). Por eso, es bueno que los
materiales preparatorios lleguen capilarmente y
grupalmente al mayor número posible de jóvenes. No temamos
sus críticas ni nos blindemos ante sus opiniones. Busquemos
todos juntos y fomentemos la comunicación de las diversas
generaciones que compartimos el “hoy” de nuestro tiempo.
El
día 9 de enero murió a los 91 años en Leeds (Inglaterra) el
famoso sociólogo Z. Bauman, que había nacido en la ciudad
polaca de Poznam. A veces es conocido como el sociólogo de la
«modernidad líquida». El Documento preparatorio se
expresa al tratar de los jóvenes en el mundo de hoy con unas
palabras que probablemente se refieran a la misma metáfora,
«la combinación entre complejidad elevada y cambio rápido
provoca que nos encontremos en un contexto de fluidez e
incertidumbre nunca antes experimentado». ¿Qué quiere decir
Bauman con modernidad líquida y qué puede significar
«fluidez e incertidumbre» en el documento introductorio? A
diferencia de convicciones sólidas que resisten
vigorosamente, el mundo «líquido» significa inseguridad,
indiferencia, poder de lo efímero y provisional, renuencia a
compromisos duraderos y alergia a lo institucional. Hay
también, para aludir a otra metáfora, ideales inconsistentes
que se desvanecen como el humo. Necesitamos comprender el
ambiente para conocer mejor las oportunidades y las
dificultades que viven particularmente los jóvenes. No
cedamos al individualismo ni nos encerremos en el presente
olvidando las promesas de Dios y cortando alas a la esperanza.
¡Qué importante es que nos reconozcamos y apreciemos unas
generaciones a otras! Nos necesitamos mutuamente. El
diálogo nos ayuda a caminar juntos en el seguimiento de Jesús,
al que nos encamina el Precursor, como a los discípulos en
el «icono» evangélico.
La fe, la maduración humana y la
vocación son inseparables; en el dinamismo de la fe
descubrimos la llamada que Dios nos dirige a cada uno. El hombre
por definición es vocación, camino hacia la meta,
peregrinación junto a otros.
Cada persona puede recibir
diversas vocaciones que se integran en armonía vital. La
primera es la llamada a la existencia. Dios ha pronunciado
aquellas palabras creadoras: «hagamos al hombre, varón y
mujer, a nuestra imagen». La segunda vocación es la vocación a
formar parte de la Ecclesia, que como tal es etimológicamente la Elegida por Dios.
La fe y la conversión selladas por el bautismo incorporan a la
comunidad cristiana. En tercer lugar, dentro de la Iglesia,
existen vocaciones diferentes y todas excelentes, al
matrimonio cristiano, al ministerio sacerdotal, a la vida
consagrada. Y, por fin, cada persona, irrepetible y amada
singularmente por Dios, recibe dentro de las vocaciones que
compartimos con otras en la Iglesia y en la sociedad, la llamada
a ser nosotros mismos, a cubrir nuestra irrepetible
definición, respondiendo al diseño de Dios.
Las diversas
vocaciones, para ser descubiertas y acompañadas, requieren
discernimiento. En la progresiva maduración necesitamos
la luz del Espíritu Santo y el acompañamiento de otras
personas experimentadas. Preparemos el próximo Sínodo ya
desde ahora. La convocatoria de un Sínodo sobre la juventud
enlaza oportunamente con las Asambleas sinodales
sobre la familia.
A ello nos ayudará también la
celebración los próximos meses de dos eventos importantes que
tienen a los jóvenes como protagonistas y nuestro país como
escenario. Por una parte, el más próximo en el tiempo es de
carácter internacional y tendrá lugar en Barcelona del 28 al
31 de marzo. Se trata del Simposio organizado por el Consejo
de Conferencias Episcopales de Europa (CCEE), en el que, bajo el
lema «Acompañar a los jóvenes», se darán cita los obispos
responsables de pastoral juvenil, educativa, catequética,
vocacional y universitaria de Europa, a fin de reflexionar
sobre el acompañamiento pastoral de los jóvenes y la ayuda a
su discernimiento vocacional.
El otro evento reunirá en
Granada del 28 al 30 del próximo mes de abril a los componentes
de los equipos de pastoral juvenil de las diócesis españolas,
teniendo también como tema de estudio el acompañamiento
espiritual de los jóvenes para ayudarles, como señala el Plan
Pastoral de la Conferencia Episcopal Española, a «discernir
su identidad, vocación y misión en la Iglesia y en el mundo».
- La beatificación de los mártires del siglo XX en Almería
Por
último quisiera referirme a un acontecimiento que nos llena
de gozo porque simboliza el mayor acto de amor de un cristiano
(cf. Jn 15, 13): la entrega martirial, culmen de la
santidad, que vemos reflejada en los 115 mártires de Almería,
encabezados por el deán José Álvarez Benavides de la Torre,
martirizados el pasado siglo, y que serán beatificados en
nombre del papa Francisco el próximo día 25 de marzo en
Aguadulce-Roquetas de Mar (Almería).
Como señalé en este
mismo lugar en el discurso inaugural de la XC Asamblea
Plenaria, poco tiempo después de la beatificación el 28 de
octubre de 2007 en Roma de otro grupo numeroso de mártires
españoles del siglo XX, casi medio millar, «los mártires
cristianos certifican con su muerte la importancia de la fe en
Dios. Esta fe los orientó mientras vivían y, en sublime lección,
afrontaron la muerte poniendo en manos de Dios su existencia
entera, confiados en su amor y en su fidelidad. A la hora de la
verdad, el poder de la fe fue para ellos lo decisivo. Con la luz y
la fuerza de la fe pusieron en juego lo más personal y básico,
es decir, la misma vida… En ellos se cumplieron literalmente las
palabras de Jesús: “Quien pierda su vida por mí y por el
Evangelio, la salvará” (Mc 8, 35). Comparadas con esa
alternativa sobre la vida o la muerte, otras opciones de
carácter cultural, político, ideológico, o social quedan en
un nivel muy distinto. La fe en Dios, la confianza en la verdad
del Evangelio, la esperanza en la Vida eterna, ejercieron sobre
los mártires un poder que nos sobrecoge. El martirio es como un
test que comprueba inequívocamente la calidad de un cristiano.
La estatura espiritual y moral de los hombres alcanza en los
mártires la talla suprema. Los mártires, consiguientemente,
nos interrogan acerca de la valentía y de la humildad de
nuestra fe; y, por lo mismo, denuncian sin palabras los acomodos
y componendas a que podemos someter la altísima relevancia
de la fe»[6].
«Los
mártires, habiendo sido perdonados y queridos por Dios,
ofrecen también el perdón. No denuncian ni señalan a nadie, no
guardan rencor en su corazón; siguiendo a Jesús, su sangre
pronuncia también una palabra de perdón. Esta reacción de los
mártires es de una generosidad humanamente incomprensible;
solo puede explicarse porque el Espíritu del Amor, el
Espíritu de Jesucristo, alienta en su corazón… La
beatificación de los mártires no va contra nadie, a nadie se
echa en cara su muerte, a nadie se acusa, a nadie se pide cuentas…
[Con esta nueva beatificación] hacemos memoria de un
capítulo de la historia de nuestra Iglesia, muy doloroso en su
tiempo y hoy hondamente gozoso, que nos invita a asimilar la
magnífica lección de fe en Dios y de misericordia que nos
dejaron los mártires. ¡Que su ejemplo e intercesión nos
fortalezcan en la transmisión de la fe, en la comunión eclesial,
en la colaboración al bien común de la sociedad y en los
trabajos por la paz!»[7].
Ponemos
en manos de María, Nuestra Señora del Rosario de Fátima, cuyo
centenario de sus apariciones celebramos este año, los
trabajos de esta Asamblea, y le pedimos que interceda ante su
Hijo por todos nosotros.
[1] Cf. Misa por un obispo difunto. Oración sobre las ofrendas.
[2] Vísperas del Jueves III.
[3] Cf. H. de Lubac, Le drame de l`humanisme athée, Spes, París 31945, p. 10.
[4] Dichos de luz y amor, p. 34.
[5] Dichos de luz y amor, p. 59.
[6] Ricardo Blázquez Pérez, Discurso inaugural de la XC Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española (19.XI.2007)
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